Me llamo la atención que el tipo era nervioso y con un oído muy agudo ya que al mínimo chistar de algún niño en rabieta, lo hacía retorcerse, o cuando los ruidosos buses pasaban cerca a él. Tic, tac, tic, tac, parecía pronunciarse en su mente porque recurría fijamente a su reloj cada vez que llegaba a una esquina que llevaba en la mano izquierda y solía levantarlo de un manera muy exagerada, y solo a veces, recalco a veces, su mirada era desviada hacia el cielo como buscando la aprobación de alguien superior. No era difícil de notar que algo lo tenía inquieto, parecía como si sus zapatos negro brillante lo apresuraban injuriosamente y lo obligaran caminar largas distancias sin concordar con el ritmo de la calle. Esta demás claro a este punto que era un tipo nervioso y yo lo estaba siguiendo con cuidado. Curiosamente el pie izquierdo hacía un gesto extraño, cada vez que la suela del zapato coincidía con una grieta pronunciada en la acera, o tal vez era intencional que las dos superficies se encontraran al mismo tiempo. Era, o es alguien reservado, tal vez esta postura contrasta con lo que pudiéramos pensar de un tipo de tal hiperactividad, pero lo encontré así, y así fue la impresión que en mi quedó. Suponer que confiara en mi algún tipo de anécdota o por lo menos su plan del día, fue mi motivación inicial cuando me le acerqué, pero solo encontré la humanidad de un hombre muy delgado, de mas o menos un 1.70, mirada muy cansada y sesgada. Algo notable es que tenía las manos muy limpias, o quizás así lo percibí yo, ya que llamo mi atención el tono de sus manos que no concordaba mucho con su tez de piel. Su voz no calaba mucho, parecía atenuarse al final de cada frase que pronunciaba, y un tono de fatalismo invadía mi mente cada vez lo escuchaba hablar. ¿De donde vendría este personaje? me preguntaba cuando intenté acercarme a él en la parada de bus. No quise ser muy acucioso, y posiblemente se haya dado cuenta de mi intento de estudiar un poco su personalidad, pero ahí estaba yo con mi armada escena de que necesitaba la dirección correcta de la casa de un amigo que no visitaba hace tiempo y se había mudado por la zona. Fue amable pero puntual, casi sin verme a los ojos, solo cruzamos al momento de mi pregunta, porque instintivamente los separó y los dirigió hacia la dirección que debía tomar. Yo insistí un poco y gane algo de espacio al quejarme del mal tiempo que parecía acercarse y de lo mal que elegí la ropa ese día para tal ocasión. En cierto aire de complicidad sonrió un poco ante mi reclamo y yo aproveché para presentarme. Nunca me fue difícil entablar conversaciones con desconocidos, suelo comprender las reacciones y poder colarme un poco en sus vidas sin ser intruso. Y así sucedió con Alberto Cano, no pregunté su segundo apellido para no seguir invadiéndolo y que el aire de la conversación siga con la naturalidad que la entablé. Empezó a llover y noté que a Alberto le molestaba, estaba esperando el bus, que según él estaba retrasado. El pelo un poco largo y para atrás, algo sucio, cargaba un manojo de llaves del cinturón y usaba camisa a cuadros. Como ya dije su aire de reserva mantuvo celosa la conversación a un mínimo de palabras, y solo a gestos de afirmación cuando yo intentaba incidir en algún detalle que se me ocurriera. Solo me confesó que tenía que llegar pronto a casa, porque esperaba que llegara su hija de estar con su mamá. El bus llegó y me despedí educadamente. Pude intuir que cargaba con él una relación desmejorada de pareja, por como un leve gesto de molestia se le escapó al referirse a aquella y el aire de derrota era casi visible alrededor de su cuerpo agachado y cabizbajo. Alberto emanaba melancolía, y desesperanza, derrota y fatalidad.
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