COPOS DE NIEVE

COPOS DE NIEVE

ELE

07/11/2020

                                                            

Recuerdo aquellos días de invierno, en los que caían grandes nevadas, cuando el invierno no se olvidaba de venir acompañado de la nieve, esa nieve que caía lentamente, en silencio, sobre el suelo dormido y que pintaba el cielo con aquellos copos blancos que tan dulcemente planeaban, flotaban, volaban suavemente antes de posarse y formar aquel bonito manto blanco que casi no nos atrevíamos a pisar.

Nevaba intensamente, como nunca, o como siempre, en aquellas noches ciegas, en aquella soledad en la que el frío no se sentía en medio de tanto frío.

La quietud invadía los montes, los campos, se notaba el silencio en la calle roto por nuestras pisadas que le hacían crujir bajo nuestros pies, ese ruido inconfundible y familiar, que formaba parte de nosotros, de los que en aquella época vivíamos en Coaña.

Entonces esperábamos a la nieve, nos gustaba, lo hacíamos con paz, con tranquilidad, con ilusión, a la luz de la lumbre, con conversación, con castañas.

Solía empezar a nevar por la noche y a la mañana siguiente nuestro pueblo amanecía vestido de blanco y cubierto por aquel cielo azul tan bonito, y nunca dejaba de maravillarme aquella estampa de pueblo nevado, que era la perfecta postal de Navidad, con ventanas cerradas, puertas tapadas y chimeneas con capotas blancas soplando el humo para indicar la vida que había dentro.

Para nevadas las de antes ¡Eso si que era nevar!

Siempre se ha oído hablar de la gran nevada de 1888, que parece que no cesó de nevar desde Diciembre a Marzo, un día sí y un día no.

Con el paso de los años las grandes nevadas fueron remitiendo,

Yo estoy hablando de la década de los 60, cuando los niños de entonces vivíamos las nevadas con una gran fascinación y ensueño, disfrutando mucho de aquel paisaje blanco, inmaculado, puro, precioso, que nos transmitía gozo y tranquilidad y más si coincidía con las fiestas navideñas.

La nieve siempre daba autenticidad al invierno, luciendo aquella estampa de nieve no pisada, que es la más bonita, esa nieve inmaculada, con los carámbanos de hielo que colgaban de los tejados, como verdaderos chuzos de cristal.

Los caminos no estaban asfaltados y lógicamente se hacían intransitables, no había máquinas quitanieves, las máquinas eran los vecinos que con palas iban abriendo pasillos para poder pasar.

Las nevadas duraban días y cada hogar tenía que echar mano de las viandas que guardaban en las maseras, en las huchas o arcones, pues nada de frigoríficos, porque tampoco había, aquellas cazuelas de barro llenas de chorizo y morcillas en grasa, los jamones y lacones , colgados en los desvanes, los quesos, los huevos, las patatas, las fabas, las castañas, las nueces…… siempre había alimentos suficientes para resistir días y días y, por supuesto, bastante leña para mantener encendidas las cocinas, que calentaban el hogar y era la calefacción que había, al igual que el ganado en las cuadras donde siempre había muy buena temperatura.

Y la lavadora, otra cosa impensable en aquellos años, cuando el agua también se helaba y había que romper los cristales de hielo, que se formaban, para poder lavar la ropa, que al hacer tanto frío, se quedaba tiesa- congelada- en el tendal.

Seguro que muchos de vosotros tendréis guardados en vuestro cajón de la memoria alguna que otra anécdota de esas copiosas nevadas que cubrían nuestros pueblos en aquellos tiempos. solo es cuestión de abrirlo y dejarles salir para volver unas cuantas décadas atrás. cuando éramos niños y la nieve era uno de nuestros juegos favoritos.

Seguro que muchos os acordáis de hacer aquellas bolas de nieve que íbamos empujando para que cada vez se hicieran más grandes, o de los muñecos de nieve que hacíamos delante de nuestras casas, con un gorro viejo, una bufanda, una zanahoria en la nariz, dos botones para los ojos, y claro que no le faltara la escoba ¡Qué guapos estaban!

Pero también hay algo que no era tan bonito y que a los niños nos daba mucho miedo, esos lobos que cuando nevaba decían que bajaban a los pueblos, por suerte yo nunca los llegué a ver.

Nosotros conocíamos la nieve desde que nacíamos, nos criábamos con ella, todos los inviernos nos visitaba, pero hoy la mayoría de los niños van a conocer la nieve a las Estaciones de Esquí, con sus equipos completos, ropas térmicas, botas especiales, guantes, gafas, trineos…..Nosotros entonces salíamos tal cual, como mucho con un abriguito, unas katiuskas, puede que una bufanda y guantes aunque casi nunca nos los poníamos, porque se mojaban y no podíamos trabajar bien la nieve con las manos, que era lo que queríamos, sin importarnos los sabañones que podían venir luego.

El tiempo transcurre, las estaciones se suceden y lo que antes fue hoy ya no es.

El supuesto cambio climático y el calentamiento de la atmósfera han sido factores importantes para que ahora no nieve con la intensidad que lo hacía antes.

¡Qué buena es la nieve cuando en su tiempo viene!

La crisis del clima nos afecta a todos, el Ártico se va haciendo cada vez más pequeño y no nos podemos olvidar que es el refrigerador de la tierra, de nuestra tierra, por eso entre todos tenemos que trabajar para buscar una solución para conservar nuestro mundo, porque es el único que tenemos y no será posible si no lo hacemos todos juntos.

Este cambio climático nos afecta a todos, se debe a causas naturales, pero también a la acción del hombre y el impacto potencial es tremendo, no pensemos que es solo un fenómeno ambiental, que es lo que vemos, sino de profundas consecuencias económicas y también sociales, que nos traerá grandes cambios en los cultivos, la falta de agua potable, las olas de calor, las inundaciones, las variaciones del nivel del mar, el deshielo, las condiciones meteorológicas extremas con un gran impacto sobre la flora y la fauna.

Vivimos en un lugar tan bonito como frágil, muy muy vulnerable a lo que hacemos , y anteponer estas dos perspectivas debería hacernos pensar.

El planeta nos está pidiendo auxilio, nos está pidiendo ayuda a gritos….. pero parece que no hemos querido escucharlo.

Con el COVID-19 nos ha enviado un mensaje muy fuerte a toda la humanidad, nos está demostrando que algo que ni siquiera vemos nos puede hacer temblar, porque nuestra salud y la salud del planeta son un tándem inseparable.

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