La sensación de tener un muro delante que no me permitía llegar a la puerta de salida. No podía alcanzar la puerta de mi habitación. Esa habitación en la que no me encontraba segura.
El miedo recorrió mi cuerpo de pies a cabeza al escuchar que entraba detrás de mí y cerraba la puerta lentamente.
Me di la vuelta para encontrármelo de pie junto a esta con la mano reposando en el pomo y su mirada fija en mí.
Otro escalofrió volvió a estremecerme.
Caminé hacia la puerta tras coger lo que venía buscando, y al acercarme dio un paso al frente y otro al lado para impedir mi paso. Él se interponía entre lo que consideraba libertad y yo. El recuerdo de ese horrible día que pasé por su culpa me invadió la mente y mi corazón se llenó de temor. Sin si quiera mirarlo a los ojos, me hice a un lado, y cuándo quiso darse cuenta, yo ya había huido de esa habitación. Me reuní con todos los demás integrantes de la fiesta con el corazón a mil por hora y la garganta hecha un nudo. No me podía sentir tranquila ni en mi propia casa si él estaba allí. Aunque había casi cien personas más en esa fiesta, no me sentía protegida en ningún momento. Solo imaginar sus manos en mi cuerpo otra vez me causaba náuseas y un malestar increíble. No quería acercarme a él en ningún momento, pero eso era inevitable; siempre encontraba la manera de acercarse a mí.
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