La plata se enredaba entre los hilos de su pelo

mal cosidos por las manos de los estragos del tiempo,

que con dedos afilados daban puntadas y dobleces 

arrugando con destreza la piel de su cuerpo, la cordura de su mente.

Él esperaba largas horas en aquella cama compartida con soledad, 

se sentía un viejo roble, que aguardaba el golpe final.

Tarde si, tarde no, el roble levantaba y buscaba con anhelo rincón por rincón,

Fotografía si, fotografía no, hallaba pocos recuerdos en su mente color tizón.

Invierno si, invierno no, el viejo roble, de que era roble se olvidó.

Noche si, noche también, se convirtieron en noche eterna.

Se había olvidado de todo, jamás de soñar con ella.

Ella fue primavera en su cama, las dunas en su reloj de arena.

Y una noche, llegó la muerte a su casa, 

 soplo fría como hielo en el pecho de primavera,

y primavera en un solo suspiro se quebró siendo reloj 

y voló siendo arena.

Es por ello que él yacía casi apagado en las últimas lunas de abril,

Y se secaban sus ramas cuando el verano insistió en venir,

Apenas alcanzo el otoño y el viejo roble dolorido con primavera suplicaba dormir.

No existió invierno más cálido que aquel que se apiadó del roble, y por siempre los quiso unir.

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