La palabra a la que más le tengo miedo es: Talento, porque inmediatamente recuerdo que no tengo ninguno. Puede que me guste escribir, pero eso no quiere decir que posea un don especial para hacerlo. Siempre quise dibujar o cantar, como un regalo innato que me regalara el universo solo por el hecho de existir. También intenté con la música, grave error, dinero y tiempo desperdiciados en la guitarra y el teclado. ¿Y si me faltó perseverancia? Lo dudo, simplemente no eran para mí, se supone que un talento fluye, las personas prodigio están en todas partes y ahora en tiktok cada vez que deslizo mi dedo, una persona asombrosa aparece frente a mí y mi hermoso ser, no hace más que sentir envidia, porque para mí existe envidia de la buena y de la mala. La mala es cuando no quieres eso que la persona tiene, pero tampoco quieres que esa persona lo posea, mientras que la buena es ponerte feliz porque esa persona tiene eso, pero de vez en cuando pensar: Ojalá yo tuviera algo así. Sigo aterrada por esa palabra, se supone que debes enfocarte en lo que se te da con naturalidad para averiguar en qué eres bueno, de ahí elegir una profesión, ser un miembro activo de la sociedad y con la remuneración que recibes darte un cierto nivel de vida. Pero, todo está basado en el dinero, si tu talento no te da dinero, entonces no eres talentoso. Es ahí donde mi temor se acrecienta y los ojalás comienzan. Ojalá fuera más inteligente, más dedicada, más afortunada, más delgada. ¿Delgada? ¿Eso qué tiene que ver? Si eres mujer sabes que tiene todo que ver. A las mujeres bonitas se les abren todas las puertas del mundo, pero que pereza partirme mi madre por un cuerpazo que sea un 100 respecto a los estereotipos femeninos en mi región, claro, porque como estoy ahora podría estar tremendamente buenarda en algún otro lugar. Y entonces todo se reduce a comenzar a odiarme a mí misma. Sí porque si no estoy lo suficientemente bonita o no soy lo suficientemente talentosa, quiere decir que algo anda mal conmigo, ¿cierto? Pero, no es mi culpa, yo no pedí nacer. Y no me parece justo que una cantidad tremenda de personas haya nacido con tantos dotes y privilegios. Y, ¿qué tal si cantar si era lo mío? Pero mis papás no podían pagarme clases de canto, jamás lo sabremos. Es mentira, si lo sabemos, eso no es para mí. Me quise demostrar que podía, así que estudié una ingeniería, difícil la condenada, pero, admito que cinco años se me pasaron volando y no sé en qué momento perdí la pasión, dejé de ser dedicada y comencé a ser conformista, a aprobar por aprobar, a pasar por pasar, ¿y la motivación de que puedo lograr lo que quiera y que soy chingona? Fácil, se redujo a que la meta era obtener un título. Siempre soñé con ser escritora, así que pensé que sería algo bien pro, el poder llegar a las almas de las personas que leyeran mis letras, pero a la vez teniendo un título universitario en una gran carrera, que no entiendo ahora cuál era la razón de eso porque me siento una inútil, como cuando salí de preparatoria. Y es que realmente todo es una fantasía, te hacen examen tras examen, jurando que con eso pueden ellos calcular tu nivel de aprendizaje, cuando la realidad es que solo te hacen frustrarte y que tu vida gire alrededor de un número, lo cual me recuerda que siempre he querido pesar 50 kilogramos, aunque mido 162 centímetros, sin darme cuenta, mi vida siempre ha girado en torno a un número. Así que bien, las calificaciones no te dicen cuanto saben, pero a ellos les dan un estimado del porcentaje aproximado que entiendes sobre las asignaturas. Después de repetir 7 materias y tener un promedio general de 82, realmente, no considero que mi cerebro tenga ese 82% de capacidad y habilidades para enfrentar el mundo como ingeniera biomédica, ni al caso. Debí haberme quedado en 60%, algo aprobatorio, pero al menos honesto, aunque si tuviera eso no podría hacer maestría, y, ¿cómo carajos me voy a titular sin materias de maestría? ¿Con tesis? Por favor, ni que hubiera nacido prodigio. Y volvemos a lo mismo, la inteligencia también es algo con lo que uno nace, se nota desde pequeños que entre tus compañeros hay quienes entienden más rápido las cosas que otros, aunque claro, siempre le echan la culpa a que el método de enseñanza no es el adecuado, que todos aprendemos diferente y que cada persona tiene su propio aprendizaje, con lo cual estoy de acuerdo. Aparte si podemos subir esa inteligencia si quisiéramos. Ahora bien, todo se reduce a la pereza, me da flojera descubrir mis talentos y explotarlos, me genera más fatiga el solo hecho de pensar en todo lo que tendría que hacer para elevar mi cociente intelectual, suena aburrido y a una pérdida de tiempo. Pero, es raro, ¿no crees? 2 horas en Facebook suenan prometedoras, mientras que 2 horas leyendo suena a pérdida de tiempo. Es increíble, pero es verdad, estamos en un mundo en el que ser mediocre es la mamada. “La morra castrosa del salón” es la persona que suele ser la más responsable del grupo y todos la odian porque les da envidia no poder ordenar sus prioridades y echarle poquitas más ganas a la escuela. Las frases como “No estudié ni madres”, son alabadas y felicitadas cuando se dicen antes de realizar un examen. Pero, oh sorpresa, nadie nace sabiendo. Necesitas haber puesto atención a cada cosa que tu profesor te dijo, para obtener una calificación excelente sin “repasar”. En fin, me siento molesta, enojada, irritada y confusa. ¿Cómo se supone que voy a enfrentar mi vida adulta si no me considero buena en nada? Cuando “Buena para nada” pasa de ser una ofensa a ser una realidad, el futuro luce como entrar a un bosque embrujado, aunque en ocasiones, el simple hecho de estar a solas con mis propios demonios, es más aterrador que ver un fantasma. Pero siendo honesta, en la escala de lo aterrador, no hay nada que me de más miedo, que la palabra “Talento”.
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