Agustina miraba por la ventana, no miraba en particular. Lo que veía estaba mas allá de de las paredes, las ventanas y las terrazas de los edificios vecinos. Su mente estaba muy lejos de ese escritorio que era, por 8 horas y de lunes a viernes, su vida. A lo lejos se escuchaba un sonido constante y repetitivo; taladrándole los oídos y el cerebro. Era ese maldito aparato que nunca se callaba. Repiqueteaba y sonaba sin parar cada 5 minutos. Esta vez, como muchas otras, el sonido la volvió de golpe a la realidad, a su prisión de 9 a 5.
Volteó a ver el teléfono, con esos profundos ojos color miel y una mirada tan intensa y fulminante, que hubiera podido hacerlo explotar. Respiró profundo, descolgó el auricular y haciendo acopio de todas sus fuerzas, contestó la llamada con la voz mas dulce que pudo pero entornando los ojos hacia arriba en una franca señal de hastío.
Así transcurrían los días de Agus, escapándose por la ventana y la realidad regresándola de un tirón cada vez que lo hacía. La mantenían cuerda los preparativos de su próximo viaje. Los repasaba una y otra vez en su mente. Era lo único que últimamente le hacia esbozar una amplia sonrisa. ¡Solo dos semanas más! Se repetía constantemente como un mantra para no perder la razón.
Compró usada a su compañera de viaje. Amó la libertad que ella representaba. La fue a recoger un sábado por la tarde, la revisó minuciosamente. Tenia algunos raspones aquí y allá y estaba un poco sucia. Nada fuera de lo normal tomando en cuenta que había estado abandonada por casi un año en cuarto oscuro y frío junto con muchas otras cosas desechadas por el desuso. Se montó en ella y así se la llevó a casa. Pedaleando y sintiendo el viento acariciando la cara. Hacia tanto tiempo que no se subía a una bicicleta, pero constató felizmente que es cierto lo que dicen: nunca se olvida.
La costa uruguaya la esperaba. Solamente era cuestión que terminara el verano para emprender su viaje con un clima más benévolo. Se dedicó a poner la bici a punto, agregarle los accesorios en los que transportaría todo lo que sería su vida por los próximos meses. Veía todas las opciones posibles de cosas que jamás imaginó que existieran, como tampoco imaginó todo lo que una bicicleta podría soportar, aparte de a ella misma. Comparaba cada una de las cosas; lo que era barato era muy pesado y viceversa, era una batalla de precio y liviandad. Cada kilo extra sería un kilo con el que tendría que cargar por las serpenteantes carreteras de la costa y subirlo por las pronunciadas pendientes. Así que administró lo mejor que pudo los recursos con los que contaba.
Por fin el día se acercaba. Había planeado salir el domingo siguiente. Era viernes y eran las 5 de la tarde. Ella estaba lista para irse desde el momento que entró a las 9 de la mañana. Se despidió de sus amigos mas cercanos, los cuales le desearon el mejor de los viajes, y de algunos no tan cercanos a los que les daba exactamente igual que se fuera en bicicleta a Uruguay o en patines a Ushuaia. Vació su escritorio y al salir le dio un poco de nostalgia dejarlo, algo así como un síndrome de Estocolmo a nivel ejecutivo laboral.
Esa noche cenó con sus amigos en su pizzería favorita, tomaron cerveza e hicieron alguno que otro brindis con Fernet. Se fue a su casa y cuando se acostó sintió que su habitación daba vueltas. No estaba segura si era por el alcohol en su sangre o por la ansiedad de lo cerca que estaba su próxima aventura.
Ese sábado se levantó a las 2 de la tarde. Comió algo con su familia y compartió un mate con ellos. Una especie de despedida. Llenándose de su hogar lo más que pudo, porque sabía que habría momentos durante su viaje que desearía estar así, justo como estaba ahora: tumbada en el sillón de la sala, con el mate en la mano y el calor familiar que la rodeaba.
Al caer la noche, recién empezó a empacar. Claro, no necesitaba mucho tiempo para hacerlo porque tenía disponibles dos pequeñas alforjas y una mochila para guardar todo lo que necesitaría. Lo difícil fue el decidir que llevar y qué dejar; eso fue lo que más tiempo le llevó. Una vez que decidiera dejar algo, no había marcha atrás, tendría que arreglárselas sin eso. Tuvo que hacer una lista de pros y contras de los objetos mas insignificantes y cotidianos. Pero al final, en la madrugada del domingo, terminó. Ahora podría dormir un poco. Sabía que no podría dormir nada en las dos horas de viaje en barco hacia Colonia de Sarmiento, lugar donde comenzaría su tan ansiado viaje.
Sonó el despertador. Lo dejó sonar. Sería la última vez en mucho tiempo que ese sonido infernal le interrumpiera lo mejor de cada sueño. Ahora el sol sería su despertador y el cansancio su medicina contra el insomnio. Se despidió de todos y de todo y tomó por primera vez su bicicleta cargada. Pensó en ese momento, que hubiera sido mejor haber probado manejarla así unos días antes para acostumbrarse al peso. Igual, tendría varios meses para acostumbrarse.
El viaje en bicicleta desde Olivos hasta Puerto Madero, donde tomaría el barco, duraría más de una hora. Sería el momento justo para acostumbrarse a su nueva vida, todavía en territorio conocido. Los poco más de 90 minutos que duró el viaje, para ella no fueron más de 5 minutos. No sintió ni el tiempo ni la distancia, como si ahora el espacio y el tiempo tuvieran otra dimensión. Pero lo que realmente estaba ubicado en otra dimensión, era su mente. Lejos de toda preocupación y de todo los pensamientos que había dejado atrás, los colores eran más vivos, los olores más fuertes y las sensaciones más intensas. Había pasado por esas mismas calles cientos o miles de veces. Ahora era como si los estuviera descubriendo por primera vez. Los veía con otros ojos, desde otra realidad y pensó: “qué hermoso es todo”. Ni siquiera un auto que pasó bocinando a centímetros de ella le quitó esa paz. Sabía que unos días antes hubiera gritado a todo pulmón los más coloridos insultos hacia ese conductor, su señora madre y puede que hasta a su hermana.
Ahora no, ahora las cosas que antes la molestaban y la agobiaban, estaban en otro lugar, vibraban en otra frecuencia, una frecuencia que ella ahora no captaba. Estaba feliz, sabía que si todo esto había cambiado en la primera hora de su viaje y sin siquiera salir de esta jungla de concreto, no podía ni imaginarse lo que sería andar por la ruta en medio de la naturaleza.
Se detuvo y miró hacia atrás, se había despedido de todos y de todo, pero ahora sabía que a quien realmente estaba dejando atrás era a ella misma. A su antiguo yo. Sabía que cuando regresara, sería otra.
Sonriendo dijo en vos baja: “Adiós Agustina”.
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