BITÁCORA DE QUIMIO

La previa.

Día 1 y subsiguientes.

Lágrimas.
Análisis de sangre.
Turnos varios para ecos y centellograma.
Paseos reparadores.
Salidas con amigas.
Opciones frente a la tan temida y fatal caída del pelo: peluca, pañuelos, gorros (todos bien variados). O esa peluca totalmente opuesta a mi original.
Admito que mi primer idea fue la peluca. Pero luego me imaginé en una situación bien bizarra, acomodándola o volándose por el viento, y desistí.
Pañuelos y gorros siempre me gustaron, creo que iré por ese lado.
«Yo me haría una peluca», dice amiga.
«Te ponés un gorrito y salís», dice amigo.
Noto que la cuestión estética es totalmente femenina. Herencia cultural o instinto?
Venís procesando todo y se o te instalan la duda: «por qué no hacés otra consulta, una segunda opinión?».
Soy de las que creen que buscamos una segunda opinión cuando queremos escuchar lo que pensamos o deseamos.
Si consulto y me dicen que no es necesaria la quimio, qué hago? No sé nada de cuestiones médicas. Intuyo que frente al cáncer hay dos posturas: una menos invasiva y agresiva y otra opuesta, casi posiciones filosóficas.
No pediré una segunda opinión. Me entrego a la capacidad del doctor que me tocó en suerte.

Domingo bien domingo. Gris, nublado, frío. Se cayó una salida. Otra, la tiré yo, por pereza.
Tarde de serie, música y libros.
Prueba superada!

Para los ansiosos, se espera con desesperación.
Quiero comenzar YA la quimio y demás yerbas.
Quiero llegar a la parte donde esto sea, apenas, un mal recuerdo, reciclado en, apenas, una buena anécdota.

Sala de espera de la quimio.
Mujer con turbante, casi sin cejas ni pestañas.
También se caen las pestañas? También!!!!????
Otra, con evidente peluca. Pero con cejas y pestañas.
Butacas como microcine.
Televisión en eterno noticiero.
Cuadros varios.
Revistas 2003.
Sale enfermero. Mira a todos, elige a uno: «vos, pasá por la 1».
Sale otro, mismo accionar, en este caso, «pasá por la 2».
En este escenario, estaré en una semana.
En este mismo escenario, en unos meses, una mujer, con su bolsa llena de estudios, me mirará y comenzará todo el ciclo…

No todo lo bueno es totalmente bueno.

No todo lo malo es totalmente malo.

En el medio de la interminable burocracia de órdenes y sellos, me encontré con personas que nos amigan con la especie humana. Vaya mi homenaje: Nora y Ernesto, del Centro Oncológico, Lionel, de la obra social.

Sigue y sigue la espera, el día uno no llega nunca.

Me sugieren usar un casco helado para evitar la caída del pelo. Parece que se debe llevar durante toda la aplicación de la quimio. Es decir, estar con el pelo mojado y el casco helado casi dos horas.

Otra duda más. Me agota tener opciones. ¿Soportar el frío por una importante cuestión estética o aceptar con hidalguía las consecuencias? No quiero pensar qué hacer. Dilato la decisión.

Me recuerda al título de una película de Bergman, “Las mejores intenciones”. Personas que pasaron por lo mismo o con conocidos, te cuentan millones de cuestiones, siempre con las mejores intenciones.

Y mi cabeza estalla, no quiero escuchar nada más!!

Hoy, además de la ansiedad, por primera vez apareció otra sensación: el miedo.

Miedo de sentirme mal, muy mal, de no saber qué hacer, de estar sola a la noche y no tener fuerzas para pedir ayuda. Todo exagerado, pero es así como lo siento.

Para estas situaciones, siempre tengo mi núcleo duro del afecto. Algo así como guardaespaldas del alma.

Luego de dudas, reflexiones, charlas con amigos y médico, decido aceptar andar por la vida con pañuelos y gorros.

Se va acercando el día y aún no están los medicamentos. Debo ir a buscarlos a una única farmacia lejana. Y sí, siempre aparecen las cuestiones de clase. Ese lugar común que todos sabemos, pero cuando lo transitamos, lo sabemos más. Formo parte de esa amplia masa de clase media, que si bien no tiene que hacer largas horas de espera en el hospital público, debe recorrer en transporte público varios lugares de la burocracia medicinal.

Escribo estas últimas líneas de madrugada, con los ojos hinchados de mucho llanto y falta de sueño.

Me repito como un mantra “también esto pasará”. Aunque no surte mucho efecto, por ahora…

Fui a pedir licencia al médico laboral. Horrible edificio gris de la zona de Once. Hacía tiempo que no andaba por esos lugares.

Llegué temprano, y decidí perder tiempo (algo que amo hacer, y ahora puedo) en La Perla. Mi ánimo de ayer a la noche, apenas un par de horas antes, coincidía con la letra compuesta en su baño, según cuenta el mito rockero. Ahora, con sol a través del ventanal, todo se ve más claro y luminoso.

Y llegó el día, mañana, martes 9 de agosto, a las 15,30 es la cita.

Situación extraña: me siento bien, nunca sentí dolores, tengo todo mi cabello. Me operaron, me sacaron “el mal” de mi cuerpo. Y, sin embargo, me someteré a sentirme mal, a perder el pelo y a sentir dolores. Es necesario, me dicen y repito. Pero entiendo perfectamente a aquellos que deciden no someterse a ningún tratamiento.

Manejé la ansiedad como pude, fui al gimnasio, caminé una hora mirando el río y escuchando música, tejí (mi nueva costumbre), casi ni leí (mi vieja costumbre) hasta que salí para encontrarme con Marcela. Tomamos un café y marchamos.

Nuevamente en esa sala de espera, pero ésta es una espera diferente. Creo que, esta vez, nadie esperaba lo mismo que yo.

Entro y me siento al lado de … no sé su nombre, pero compartí casi tres horas con él y su madre. Intimidad con desconocidos, que serán difíciles de olvidar. Aunque desconozca su nombre.

Javier recorre todos los cubículos con jeringas, ampollas y buen humor. Se acerca, coloca en mis piernas una canasta con un frasco rojo y una jeringa, casi un trago largo. “Mirá, él se lo prepara solo, arma su propio drink”, me dice de un caballero con boina que se armaba su propio cóctel. “Ahora te va a picar, tal vez se tapa la nariz, o no”, me cuenta.

Me observo la jeringa en mi brazo y el líquido rojo. Imagino la obviedad de alguna droga psicodélica de los 70. Esas que producen una sensación placentera y luego un gran bajón. Esto es distinto, no hay placer, pero sí hay bajón. En ambos casos, es una ceremonia grupal, tribal, todos conectados de alguna manera. Todos cómplices. Seres humanos vulnerables. Es raro, se siente raro. Son drogas que tardan en hacerse sentir. Uno espera ése momento en que te vendrán náuseas y cansancio. Ése instante en el que el espejo te devolverá lo que no querés ver…
Ahora no estoy ansiosa, tengo resignación. Y una profunda tristeza.

Hace tres días de la primera aplicación. Recién ahora tengo fuerzas para escribir. Lo hago recostada en la cama.
Todo lo anunciado se cumplió: cansancio (profundo), naúseas, vómitos, sabor metálico, boca pastosa. Un gran malestar general, podría resumir el certificado médico.
Casi como tener gripe, pero no. Sé que en tres ocasiones más pasaré por todo esto, con descansos de casi veinte días o más.
Todo este tiempo prevaleció lo anímico, sentirse mal pensando lo que vendrá, llorando… Ahora, pasó a un primer plano lo físico, esta molestia acapara todo.
Toda la energía puesta en tantas arcadas quitan fuerza para llorar. Luego, tirarse en la cama y dormir, o dormitar.
Mi ilusión es mañana sentirme mejor.

Recién volví a ser yo al cumplirse una semana de la primera aplicación. Esos momentos los aprecié como nunca pensé valorar el bienestar físico. Pero fue breve, pronto comenzaron unos terribles dolores de cabeza que me obligaron a pasar una tarde tirada en la cama. Siguieron malestares estomacales a lo largo de varios días. Casi como una compañía que no quiere dejarte. Mientras me bañaba pensaba que en el top five de las maldiciones debería figurar desear sesiones de quimioterapia.

Tejer, tejer y tejer, esta actividad me acompaña permanentemente. Aprendí hace diez días gracias a la paciencia de Lina. Las primeras creaciones ya fueron presentadas. Es mi nueva adicción, lo noté cuando me quedé sin lana y rápidamente pensé “no puedo pasar un fin de semana sin lana”. Urgente fui a comprar. Cada veinte días me inyecto y cotidianamente tejo sin parar. Formaré un grupo de autoayuda: “Tejedores compulsivos pre y post quimio”. Imagino reuniones todos los martes y jueves, “Hola, soy onemoredelmontón, no puedo bajar de una bufanda por semana o una vincha todos los días”.

Esto es algo que quiero que perdure luego de toda esta pesadilla.

Se aproxima la fecha de la otra quimio. Debido a los pocos glóbulos blancos que me quedan, me dieron vacunas. Vacunas que podrán darme fiebre y dolor de huesos. Todo para «estar bien» para la aplicación.
Estar bien para volver a estar mal… casi un planteo filosófico.

Hoy me levanté con conjuntivitis. Daños colaterales. ¿Algo más? El pelo cae y cae, por donde vaya voy dejando mi estela capilar. Salí por primera vez a la calle con pañuelo. Justo pasaba una chica en bicicleta con un pañuelo, pero era por elección estética. La tristeza me acompaña todo el tiempo…

Segunda aplicación. El malestar posterior, tan duro como la anterior vez.
Eternos momentos de estar tirada en la cama, dormitando, con un cansancio permanente. Apenas con ganas de leer, ver tele o tejer.
Sólo levantarse para tomar agua o ir directo al baño a vomitar. Nunca en mi vida pronuncié tantas veces esta palabra.
Nada me apetece, mi comida durante dos días fueron dos bananas.
Bañarme es un gran esfuerzo, me entristece ver la bañera inundada de pelos.
La vida se divide en los ratos que me siento algo bien y los que no. Es un lento transcurrir de tiempo donde nada sucede…
Se vino a mi cabeza la «vida de un paramecio», de algún olvidado libro de zoología. O una ameba.

Los dolores de cabeza y el cansancio son como un enamorado en pleno enamoramiento, no me dejan ni un minuto, siempre quieren estar conmigo.

¡Qué bueno sería que la tecnología permitiera socializar el tratamiento! Esta es la idea: repartir los efectos negativos de la quimio entre voluntarios, un caballero quiere ser pelado, ahí va. Otra persona quiere perdirse unos días en el trabajo, ahí va un malestar estomacal de tres o cuatro días. Para el que desea un lapso largo de licencia, se le adjudica el combo completo. Sería un verdadero grupo de apoyo, una especie de socialismo humanitario.

Tercera aplicación. Los daños colaterales son peores que la anterior, iguales a la primera. A todos los males se le suma dolor en la vena. Esa vena que lleva varios pinchazos. Sólo falta una, me digo y me dicen, pero no me consuela. Quiero estar en diciembre, fantaseo que con el pelo creciendo, más entera y con las aplicaciones más “suaves”. Y pidiéndole al 2017 una tregua, que me tenga un poco de piedad y se olvide de mí por un tiempo. Ni siquiera le pido buenos deseos. Simplemente que me deje tranquila.

En diez días termino esta pesadilla. Espero que la próxima sea un sueño malo, pero con algunas partes buenas. Siento que mi cuerpo y mi alma están al límite, en carne viva, vulnerabilidad al 100 %. Tal vez por eso los daños colaterales fueron fuertes.

Sigo repitiendo mi mantra “esto también pasará”, pero no alcanza. Casi nada me alcanza.

Pañuelo en la cabeza:

Mi armadura.

La mirada de los otros.

Un accesorio de moda.

Ese pañuelo en la cabeza despierta miradas compasivas, curiosas, indiferentes.

Comentarios halagadores, cariñosos, solidarios.

El simbolismo de los objetos.

Esta semana colapsé, me desmoroné, toqué fondo. Quiero salir de mi mísma, la ansiedad y angustia me persigue. No encuentro paz. Tengo mucho miedo de quedar atrapada en esta situación. Me siento frágil, como una niña de 8 años, incapaz de enfrentar el mundo. Una sensación de desamparo…

Me veo en el espejo y veo a una enferma. Y eso me aniquila.

Ya fue la cuarta y última aplicación, de las “duras”. Terminé una primera etapa. Ahora quedan 12 aplicaciones más, supuestamente más suaves. Nuevamente me siento mal, con todo el decálogo de síntomas esperables. No veo nada por delante, mejor dicho, no veo nada bueno. Mi escepticismo y oscuridad hacen de las suyas. Me dicen que cuando empiece a sentirme mejor físicamente, todo lo demás irá mejorando. Me cuesta creerlo. Hoy todo es negro.

Paclitaxel

Dexametasona

Ranitidina

Doxorrubicina

Ibupirac

Reliveran

Olazone

Soy pura química.

En una semana comienzo las nuevas aplicaciones. Dicen que apenas dolor de huesos, atrás quedarán náuseas, vómitos, dolores de cabeza y eternos días de cama.

Pero no me basta. Quiero mi pelo, mis cejas, quiero una vida…

Me gustaría hibernar hasta marzo, despertarme y volver a ser yo.

Una mejor yo, sintiéndome fuerte por haber superado esta pesadilla.

Primer día luego de la primera de las doce aplicaciones “suaves”

Tomando vino, escuchando blues, tejiendo. Digamos que nada mal, apenas cansancio eterno y algún que otro malestar estomacal durante el día. Una pequeña lucecita. De todos modos, siento que me queda una eternidad…

Estoy escribiendo mientras quimio.

Veo pasar una bandeja con el maldito líquido rojo, ese culpable de llevar mi pelo. La mujer que lo va a recibir charla risueñamente. Y pienso en sus próximos días de sufrir y padecer.

Traje algo para leer, pero pronto me vence el cansancio. Otra mujer habla de lugares para viajar.

Todo acompañado de la eterna letanía: 12 8; 10 6; 13 8; la voz del enfermero repitiendo nuestra presión. Esos mismos valores corresponderán también a la presión que nos aprisiona?

A la quimio, le sumo rayos. Un mes y medio más, todos los días de la semana. Posiblemente comience cuando me falten seis aplicaciones, pero luego de trámites y estudios.

Ultimamente, las noticias que recibo me desmoronan, pero ya me voy acostumbrando. El malestar de conocerlas dura menos. Y al desmoronamiento lo voy apuntalando. Como puedo, como sale.

Por sugerencia de unas amigas, fui a un encuentro en el que enseñan a maquillar y a usar pañuelos a mujeres con cáncer. Con respecto a estos lugares tengo una contradicción: por una lado, me nace ir para ver y por el otro, me recuerda mi horrible realidad, no hay escapatoria.

Entro al Hospital de San Isidro (allí es el encuentro) y ya en el hall mi pañuelo delator delata mi presencia. Una mujer se acerca y me dice donde debo ir.

Ramillete de mujeres de edades varias, 30 a 70. Pelucas, pelos, pañuelos, turbantes. Cada una con su circunstancia a cuestas. Primero aparecen y destacan las “alegres pese a todo”: “tenemos la enfermedad de moda”, “tengo quimio para rato”, “tomo x producto y no me bajan las defensas, vos qué tomás?”. Las mayores son las más entusiastas, hablan de los médicos, de los remedios, de los trámites de PAMI, del buen o mal servicio hospitalario. Hasta se anotan para salir en un programa televisivo que estaban filmando.

Todo eso me produce una profunda tristeza y quiero salir corriendo. Me quedo sólo por los cosméticos que nos regalarán.

Me acerco a una mujer que mira todo, en silencio, como yo. Intercambiamos trucos de maquillaje, le pregunto sobre su peluca. Me comenta que se la compró el marido un día sin avisarle. Dice que le aprieta la cabeza.

Me conmueve una mujer que aún no había comenzado la quimio y se desespera mirando mi pañuelo. Le digo que empiece a usar el pelo recogido, despejando la cara. No tiene consuelo, me recuerda a mí misma hace unos meses.

Una de las organizadoras me pide si puedo explicar cómo me pongo el pañuelo. Mi estética se asemeja a la estética del cáncer. Todos dicen que el pañuelo forma parte de mi onda.

Me voy con un sabor amargo.

Y a seguir la larga espera…

Una bizarrada: mientras esperábamos que comience el curso, había un grupo haciendo tai chi. Una de las mujeres mayores le dice a la profesora que le gustaría anotarse. Le responde que vaya a averiguar a Salud Mental. La dama estalla: “Ah, no es para normales? Yo soy normal, sólo tengo cáncer”. No hay remate.

Luego del espantoso día de ayer, hoy fue mejor. Fui a MACMA, un lugar donde se reúnen mujeres con cáncer de mama. No pensaba ir, demasiado recordatorio “tenés cáncer, tenés cáncer”, pero finalmente fui.

Cinco mujeres hablando de cualquier cosa, durante dos horas, batiendo café, con risas y lágrimas. Apenas una sola vez apareció la palabrita. Me hizo bien. Al fin, algo.

De ahí, aprovecho una entrada gratis a la Feria de las Naciones.

Y lo mejor de la jornada: contacto con un fotógrafo. Quiero dejar un testimonio de todo esto. Quiero en un par de años ver fotos mías pelada, desnuda, o no, y revivirlo como un hecho artístico. Quiero pasar una tarde posando, cambiando ropas, jugando… Quiero estar mejor.

Me encontré con el fotógrafo. Acordamos el día de sacar fotos. Me preguntó qué música escuchaba, qué tipo de fotos quería. Me sorprende escuchar que escuchamos lo mismo. Le comento que me gusta leer, me sugiere que a la sesión lleve un libro. Además de ropas, aros y todo lo que quiera. Acabo de mandarle una foto mía sin el pañuelo. El, un desconocido, es el primero que me ve.

Hoy inicié el segundo ciclo de tres aplicaciones. Me quedan nueve, posiblemente hasta febrero. Es la primera vez que tuve una sensación parecida al disfrute en ese lugar de pesar. Todo se lo debo a mi compañera de quimio. Lorena me hizo reir fuerte y mucho. Anda por la vida pelada, sin pañuelo ni peluca. Ya los usó, ahora, a veces, gorros y sombreros. Tiene varios tatuajes y cuando termine la quimio, se hará otro. Me contó que al operarse la teta le pidió al médico si podía mantenerle el tatuaje, sin cortarselo. Lo logró.

En este lugar de pesar, nos cuidamos y mimamos. A una mujer le sugerí ir al encuentro de maquillaje y cosméticos regalados. No lo conocía, su cara se iluminó mientras me agradecía. El marido de Lorena, al ver que me iba me detiene y dice: “No te vayas, te tienen que tomar la presión”.

Ayer, 18 de diciembre, cumplí 52. Y finalmente, llegó diciembre, uno de mis pocos deseos deseando tener algo de pelo. Hay apenas algo de pelusa en la cabeza. Nada.

Tengo un pensamiento mágico que en este nuevo año la vida mejore, mi vida mejore. Pura magia. Sé que no es así, pero me aferro a eso.

Todavía falta bastante…

Ví las fotos. Y sí, algo bonito en este camino horrible.

23 de diciembre, subte a pleno, muchos con sus cajas laborales navideñas. Yo, con mi bolsa repleta de drogas oncológicas. A la pesadilla de la quimio, le sumé y sumo la búsqueda de las drogas a las farmacias lejanas lejanas… No puedo evitarlo, me produce una profunda tristeza. Tenerlas en casa, verlas…

Hoy es 24 de diciembre, Nochebuena. No me gustan las fiestas, este es el tercer año que las paso sola. Me llama la atención el miedo que produce en las personas pasar las fiestas solo. Cuando se los digo, rápidamente me invitan a compartir con ellos. Más allá del cariño que encierra esa invitación, veo el temor en ellos de pasarlas solos. Me mandan mensajes diciendo que soy una luchadora, me asombra, yo me siento una hoja en la tormenta. Ese juego de espejos, nuestra imagen y la imagen de los otros.

Terminó este año de merde, mi año de merde, 2016. Reitero mi pensamiento mágico que cambiando el año, cambiará mi suerte. Sé que no es así, pero…

En principio, MI AÑO NUEVO será en febrero, cuando acabe la quimio. Luego vendrán rayos, pero será otra etapa.

Faltan 3. Me dicen y me digo que esto se acaba, que piense cuando arrancó esta pesadilla en agosto, pero nada me basta. Quiero estar a las 18 horas del 7 de febrero. Me repito, sé que no será mágico, pero cuando vea mi pelo, mis cejas y mis pestañas crecer fortalecidos, algo mejorará la historia.

Tomografía previa a los rayos. Dos mujeres amorosas manejan mi cuerpo en una camilla, me mueven, me suben, me dan vuelta, me bajan. Estoy en sus manos. Me marcan con tres pequeños puntos que me acompañarán para siempre. Una querida amiga me dice que cuando sea viejita esos puntos serán una buena historia para contar. Una historia que comienza con tres puntos… Creo que esa historia la estoy escribiendo.

Salí por primera vez sin pañuelo. Lentamente empieza a crecer. La oscuridad de la noche, la oscuridad de un pub y la compañía de una amiga me protegen. Con sol y sola, sin protección, también pude.

Domingo en Plaza Serrano. Mi “corte” de pelo medio cool combina con el snobismo palermitano. Me ofrecen sombreros y turbantes. Me pruebo un chambergo, me gusta. Pero demasiada información, de golpe, para la imagen que me devuelve el espejo. Un jipón colombiano me quiere vender sus aros, le gustan mis anillos. Casi me siento un póster.

Con el oncólogo hablé de tinturas, tono sobre tono y demás enseres de belleza. Le digo que más que un oncólogo, es un estilista.

Hay algo que me da vueltas por la cabeza. Los médicos me dicen “¡que bueno que hacés el tratamiento, que seguís!” Al principio me parecía obvio que así sea, cómo no! Pero a casi siete meses de haber comenzado todo esto, siento que lo podría haber abandonado. Entiendo al que lo hace. Creo que continúo porque soy responsable y obsesiva. Si alguien que, supongo, sabe más que yo, me sugiere algo, lo intento. Por otro lado, viviría con miedo a que vuelva sin haber intentado…

La posibilidad que vuelva existe. Mi primera reacción es que, otra vez, por todo esto no paso. Luego, miles de pensamientos. Depende el estado de ánimo. La obviedad que todos nos vamos a morir, blablablabla…

Me siento rara, me siento enferma, me siento que estoy sanando, me siento que soy otra, me siento que soy la misma. Pensar en la muerte como la cotidianidad de tomar un café.

Para insuflar mi autoestima me digo que si atravieso esta situación casi extrema, todo lo demás, nimiedades.

Hoy, otra vez, tatuajes de puntos en la teta. Más historias para contar.

Finalmente llegó el 7 de febrero. Estoy muy ansiosa, imaginaba estar contenta y no lo estoy. Solamente ansiedad. Mis martes estarán vacíos, aún lo terrible llena tu tiempo y te acompaña. Me digo “ahora no tenés excusas, TENES que estar bien” y eso me genera más ansiedad y angustia. En fin, me dejaré llevar… Esos imperativos sociales del “estar bien” nunca fueron conmigo. Let it be.

Estoy en el mismo café que hace seis meses haciendo tiempo.

Tiempo: sustantivo masculino, seis letras, lo contamos, lo perdemos, lo hacemos, lo ganamos.

A veces, somos su amo, otras, su esclavo.

Como con muchas otras cosas.

Mis dos yo, la otra de agosto y ésta de febrero.

Una, con pelo largo y ruloso.

Con miedo.

Con tristeza.

Con ansiedad.

Con la promesa de escribir lo vivido.

Otra, con pelo muy corto, a días de dejar el pañuelo/coraza.

Con menos miedo.

Con tristeza.

Con ansiedad.

Cumpliendo con la promesa de escribir lo vivido.

Ambas, llorando frente al pocillo de café, con murmullo de fondo.

Tan parecidas y algo distintas.

Escribí para mí.

Para los que quiero, me hace bien compartirlo.

Para los que pasan por algo parecido.

Para los que quieran curiosear lo cercano al horror.

(agosto 2016-febrero 2017)

Etiquetas: historia personal

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