… Fueron las palabras de mamá mientras sostenía el teléfono contra su oreja y recibía, con lágrimas en los ojos y la cara colorada, las instrucciones del sanatorio, que le indicaban los pasos a seguir a partir de ahora. Me levanté de la cama y simplemente me quedé mirando al infinito, como si no pudiera comprender el significado de sus palabras.
Hoy, 18 de octubre de 2020, en el Día de la Madre, nos dejaste. No te pude ver, tocar ni decir adiós. Seguramente creíste que te abandonamos y no puedo hacer otra cosa que imaginar cómo debiste sufrir todas estas semanas en el sanatorio, sola, aislada, deseando nuestra compañía mientras luchabas contra aquel virus, el COVID-19, que hoy azota al mundo sin piedad. Cuando prenda las noticias y vea el nuevo número de muertos en el país, formarás parte de él… serás una más entre todos aquellos que hoy se fueron y que dejan otra familia más destrozada por una pérdida patética, tormentosa e injusta. La vida sigue, la gente vive como si nada hubiera sucedido, y todavía me cuesta entender cómo ellos no se horrorizan de que ya no estés. Tal vez sea porque nunca vieron tus profundos ojos azules, grises casi, porque no se apiadaron de tu fragilidad ni experimentaron tu enternecedor sosiego o porque no escucharon tus plegarias cuando sufrías demasiado y decías que querías irte porque no soportabas esta vida más… Me hace llorar recordar que no volverás a desearme un feliz cumpleaños ni yo a ti, un llamado menos en el teléfono de los pocos que recibo…
Si la pena y la culpa que siento fueran agua, serían un océano; el Atlántico, el Índico o quizá ambos. ¿Comiste antes de irte? ¿Bebiste agua? ¿Tenías sed o hambre? ¿Intentaste hablarnos y no estábamos? ¿Llamaste a alguien y te ignoraron? ¿Pediste ayuda y nadie vino? ¡Maldita, maldita sea esta horrible pandemia! Desearía haber tirado la puerta abajo y haberte estrechado en abrazo, haberte dicho que estarías bien aunque no fueras a estarlo, ¡qué me importaba contagiarme! Pero no pude, porque entonces contagiaría a mi madre, y las perdería a las dos y eso no podría perdonármelo. Es imposible explicar cuánto me duele el corazón.
Abuelita, «abue», como siempre te decía… no te olvides nunca de lo que te quiero y recuerda siempre que te extraño. Si hay un más allá, no puedo más que desearte la felicidad y contentarme con saber que ahora soy yo solamente quien siente tristeza y no tú.
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