Callame.
Callame en un parque,
en un restaurante,
en la luna,
en la nostalgia,
en el pasado
y bajo el agua.
Cállame.
Cállame tras una película,
antes de un beso,
después de un polvo,
durante una espera
y tras una cerveza.
Callale.
Calla a mi cuerpo,
que solo sabe gritar tu nombre,
y mi dermis mojada,
solo sabe pensar en ti.
Te hablaría también de mis manos,
que quieren ser el belcro de tu piel,
y quedarse mudas, pequeñas y libidinosas
sobre la tela que arropa tu alma.
Callales.
Calla a mis ojos
que susurran a tu iris que
tienen las pupilas más bonitas que han visto nunca.
Callala.
Calla a mi alma
porque se disipa cada vez que la miras,
de frente y sin prisas,
con esa ternura tan tuya
y ahora también tan mía,
porque remueve mi cuerpo y lo hace explotar.
Callalas.
Calla a mis piernas
que solo saben sonreír cuando te ven pasar,
erizándose al pensar
que solo con un gesto las vas a rozar.
Callalos.
Calla a mis labios, si es que puedes.
Porque no podrás.
Te quieren de vuelta
y te van a buscar.
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