Un día Rodolfo se fue de nuestro edificio. Es verdad que las expensas se habían disparado en el último tiempo y que la seguridad privada que contrataba el Consejo de Administración se llevaba varios pesos de la liquidación mensual.
Asistí a la reunión de la asamblea en la casa de Ester, en el departamento «B» del segundo piso. No alcanzó la tortafrola de membrillo que cocinamos junto a otros escones, con mate y café para otros propietarios del edificio. Vinieron algunos, los mas viejos, como siempre, aquellos que están con tiempo libre y a los que este tipo de encuentros nos resulta una tremenda aventura. Sin embargo sí vinieron otros. Ester los llama «la gente con super poderes». Personas que no habitan nuestro día a día pero que caen con abogados o papeles y se hacen pasar por otra gente. Hablan como si viviesen aquí, como si hubiesen sido parte de la construcción de tantas historias de nuestra vida a decidir por el resto de nosotros, influenciando en otros propietarios sobre el porvenir de lo que el edificio necesita. Ester y yo sabíamos lo que necesitabamos: mantener a Rodolfo como seguridad privada.
Primero intentaron reemplazarlo por otro joven inexperto. No pudieron. En ese momento nos pusimos muy firmes con Ester, Pablo, Juan carlos, Angela y otros tantos. ¡Ganamos! Ese día celebramos con té y bizcocho toda la tarde. Pero de esto ya hace más de diez años y los vecinos cambiaron: nuevos inquilinos, propietarios y hasta se cambio varias veces de administrador.
La situación en Azuenaga 2189 es distinta por estos tiempos. La nueva camada logró cambiar el reglamento de copropiedad permitiendo revocar el servicio de seguridad por el cual decidimos mudarnos hace un par de años. Es que en Buenos Aires las cosas se ponen mas violentas ultimamente, y cada vez más. Mudarnos a ese edificio nos dio la posibilidad de sentirnos seguros, aunque sea teniendo a alguien que nos abra la puerta todos los días y nos salude cuando entramos y nos vamos. Rodolfo fue el mejor seguridad que este edificio tuvo y fue más que una prevención, era nuestro compañero y a pesar de que no tomara las tareas del encargado, actuaba como tal.
El día que Rodolfo se fue lloré mucho. Me hizo acordar a la partida de mi hijo Huguito al exterior. Sabía que iba a estar bien pero no lo iba a ver con frecuencia. Los años no vienen solos, sabía muy bien lo que iba a pasar y efectivamente terminó sucediendo de esa manera. Lo curioso es que la Administración nos permitió mantener la seguridad del edificio, sin Rodolfo y sin reemplazo, pero con un sistema de Seguridad Remoto. Para los que no saben de lo que estoy hablando, se trata de una especie de columna con una televisión gigante, donde se puede apreciar la imagen de un joven, generalmente de otra nacionalidad, al cual podemos ver y en teoría, nos observa. No es lo mismo, nada de mates por la mañana, de abrirnos la puerta antes de salir, de ayudarnos con las bolsas a la noche cuando volvemos del mercado. Nada de eso. El tipo está ahi, dentro de una máquina encolumnada atento a lo que pasa alrededor del hall del entrada. Nada era como antes, hasta que un día, luego de diez meses los jóvenes tótems se segurdidad que fureron alternado fueron reemplazado por un hombre mayor y con experiencia: ¡Rodolfo había vuelto a nuestro edificio como seguridad Remoto!
Debo decir que fue una de los acontecimientos que más celebré en esta década. Volver a encontrar a un amigo a los ochenta años, aunque sea mediante televisión y con parlantes de por medio, fue volver a sentirme de cerca de alguien a quién extraba. Para Rodolfo también fue una sorpresa. La compañia para la cual estaba trabajando manejaba la seguridad de mas de doscientos edificios. ¡Justo le vino a tocar el nuestro! El estaba tan contento como yo de poder volver a servirnos. Para ese entonces Ester estaba muy enferma y no pudo entender este acontecimiento, por lo que era el único en el edificio entusiasmado por esta nueva novedad.
Huguito no volvió mas. A mis nietos y bisñietos los veo pocas veces también por estos canales virtuales, que no entiendo mucho. Los veo si, pero la imagen se traba y la verdad es que la tecnologia no me permite abrazarlo. Tampoco viene muy seguido Graciela, mi otra hija. Parece haber encontrado su vida en la Patagonia muy feliz junto a su marido y sus tres hermosos hijos trillizos, a los cuales solo los veo en las fiestas.
Solo me queda Rodolfo en mi vida. Solo basta tener que bajar del departamento para poder cruzar palabras a altas horas de la noche. Él está ahi, esperando que alguien le hable. Yo siempre estoy para él y él siempre está para mí. La semana pasada decidí bajar junto con un buen vino y una reposera que todavía tengo guardada de mis vacaciones en Mar del Plata. Si bien me costó poder desdoblar esa silla de hierro oxidado, me acomodé frente a él, me serví mi mejor vino en una copa de cirstal y brindé a la distancia con este gran amigo. Hablamos durante horas. De evez en cuando me decía que tenía otros edificos para atender, pero enseguida volvía a verme y retomabamos la conversación. Esa noche volví a acostarme a las cuatro de la mañana, con varias copas encima, mucho más de lo que estuve acostumbrado a tomar, pero felíz de poder hablar con un gran amigo.
Con ochenta y un años cumplidos debo decir que que estoy bien del marote, pero también puedo afirmar que todo tiene un final. Esta vez no reemplazaron a Rodolfo por otro joven de Seguridad Remoto, esta vez vino Huguito de España. Apareció un cía preocupado por mi salud diciendo que tenpia que irme con él y su familia a España. Me dijo cosas como que no podía vivir mas en el estado en que estaba, que ya estaba grande para hacer las compras y que mi salud estaba empeorando. ¿Que sabá Huguito de mí si me llamaba pocas veces al año? ¿Habrá sido Ángela quien le fue con el cuento? No lo sé. Lo que si supe es que yo no me quería ir a España. Mi vida estaba acá, en Azcuenaga, con Rodolfo y un tótem tecnológico. No se cuanto tiempo me queda de mi vida, pero ya me acostumbré a esto, ya es tarde.
Ese día le dije a Huguito que me quedaba, que no me queria ir.
Huguito me llevó sin chistar a Alicante un mes después. Estuve muy triste a pesar de ver a mis nietos y bisnietos. Nada era igual en la Madre Patria. Teía problemas con su moneda, billetes grandes y de poca denominación. Pasaron meses de extrema tristeza. Extraba mi país, mi barrio, mi edificio y sobretodo a Rodolfo.
Hace diez días tuve una maravillosa noticia. En el edificio donde vivo con Huguito, estan pensando en poner a un Seguridad Remoto. Mientras termino de escribir estas letras, le pido a Dios que se acuerde de este pobre viejo y que me traiga un totem de Rodolfo.
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