Entonces no lo sabía, pero esa misma tarde los fríos dedos del destino amortajaban su pequeña historia. Llovía apenas, y ella hubiera preferido una descarga torrencial, un diluvio apocalíptico que arrastrara en su corriente los recuerdos, las heridas…Pero no. Se quedó allí, bajo la llovizna mansa y pegajosa, como una flor quebrada entregándose a una muerte lenta y extraña: jamás se seca pero languidece, mustia y frágil, y cada tanto destila unas gotas negras, como lágrimas…
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