Ramas
bajas que golpean un techo
bóvedas
enigmáticas que simulan un ataque
de
raíces y sangres, herencias mutiladas.
Mi
cuerpo calcinado por la luz,
como
el cráneo vacío de una vaca
en
mitad del desierto, crucificado
en
vastedades inmensas, destartaladas.
Ramas
incesantes que pelean por la llanura,
fuegos
inclementes, ciudades sometidas
al
luto de la muerte, cremaciones invariables
de
recuerdos y olvidos, y olvidos y recuerdos.
Son
así como pasan los lugares, las memorias,
los
insensatos techos de arena, indagados por
las
frondas vegetales. Cobertizos
de
agua que inauguran una vajilla dorada.
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