En días anteriores recordaba mi participación en un casting grupal para una función teatral, pudiendo allí disfrutar de un trance que en su momento me envolvía, y que al terminar, me quedó un mal sabor de boca reflejado en una frustrante sensación que martillaba tercamente mi conciencia, mientras trataba inútilmente de ignorar aquel sentimiento que agujereaba mi ser como un gusano dentro de una fruta, de modo que reflexioné sobre las posibilidades de haberlo hecho mejor, y todo bajo una sensación de culpabilidad que primero acrecentaría mi inquietud, y segundo, me haría pensar que no me esmeré lo suficiente. Sin embargo, de acuerdo a lo que indicó el maestro que dirigió el casting, pronto se va saber quiénes serán los afortunados que podrán participar de la función, estando a cada rato pendiente de la decisión, aunque francamente sin mayores esperanzas, casi convencido de que no iba a aprobar, llegando días después la respuesta vía Facebook desde el grupo del semillero, lo que confirmaría que estaba en lo cierto, por desgracia, aunque guardaba una ligera esperanza.
Luego a los pocos días, llegaría un mensaje vía Whatsapp desde el grupo del semillero destinado a los que no aprobamos, es decir, para la gran mayoría. Un mensaje que nos invitaba como premio de consolación a acompañar a los pocos privilegiados en su primer ejercicio de calentamiento. Por supuesto, tenía mis dudas respecto a si asistir o no, aunque estaba más inclinado en el no, por motivos que explicaré más adelante. Pero más pronto que tarde llegaría una invitación también vía Whatsapp, pero esta vez desde otro grupo al que estoy unido, haciéndome olvidar casi de aquella inquietud que envenenaba mi ser como si se tratara de un terrible caso de metástasis. Un asunto relacionado a un proyecto sobre el cual acordamos en discutirlo dentro de un instituto que muy bien conocía. Por supuesto, respondí expresando mi acuerdo y confirmando mi compromiso. Lo malo era que debía madrugar, aunque sentí que valía la pena el sacrificio.
Al día siguiente me levanté puntual, me aseé como es debido y me puse mi mejor ropa dentro de lo casual. Desayuné, guardé en mi mochila lo que supuse iba a necesitar a lo largo del día y salí a cumplir con la invitación; andando solo un par cuadras para tomar el bus y bajándome del mismo justo al frente de la entrada ubicada en la fachada trasera del instituto, habiendo otro ingreso en su fachada lateral y la principal en su fachada delantera. Por supuesto, me adentré desde la entrada trasera hasta llegar a la cafetería donde mis colegas me esperaban, debatiendo allí durante algunas horas hasta llegado el medio día, siendo necesario despedirme de ellos, ya que pronto tenía otro compromiso, el de asistir a las clases teatrales, de modo que cogí rumbo hasta el barrio donde está ubicado el teatro y cuya cercanía como mi conocimiento de la zona me daría la confianza para no apresurarme, a pesar de que solo llevaba un margen de veinte minutos, sin contar que más de un tercio del tramo lo conforman calles inclinadas. Por otra parte, la reunión me hizo olvidar absolutamente de aquella sensación de derrota. Y aunque nunca hubiera existido tal reunión, tampoco habría asistido a la actividad de la mañana, ya que no le encontraba sentido estar en el ejercicio de una función al que nunca voy a estar. Lo equivalente según yo, a recibir migajas.
Como acostarse en la más cómoda de las camas, pero padeciendo insomnio; como vivir en un sitio donde están las más bellas mujeres, pero sin las habilidades o los atributos para conquistarlas; como compartir cama con la mujer más sensual, pero sin poder disfrutar de su exquisito cuerpo; como acariciar la gloria para luego perderlo sobre la línea o a falta de breves segundos; o como sufrir la escasez en medio de un sitio repleto de abundancia, es decir, un suplicio absurdamente tantálico.
En cuanto al rumbo escogido y luego de avanzar varias cuadras, me percato que me queda muy poco tiempo, de modo que tuve que apresurar el paso hasta llegar a un pequeño teatro, atravesar el foyer, cruzar un pasillo detrás del escenario, bajar con cuidado unas escaleras algo empinadas y llegar a un sótano de aspecto lúgubre que hacía de camerino, cambiándome allí de ropa a una deportiva y cómoda, y guardando la que me quité en mi mochila. Sin embargo, al interior del camerino sentiría una leve incomodidad energética que me haría imaginar el sitio como un lugar idóneo para una aparición fantasmal, a la vez que aterrador para ser visitado a altas horas de la noche, pese a que también lo veía como un sitio ideal para hacer el amor. En ocasiones, me imaginaba teniendo romances dentro del camerino con alguna de mis compañeras, algo que nunca pasaría, quedando solo en una de mis muchas fantasías frustradas.
No obstante, y luego de guardar mis cosas, tuve que cruzar por el mismo camino en sentido contrario, ya que el camino más corto estaba taponado por la utilería de una obra que se estrenaría esa misma noche y que no pude verla por motivos laborales, llegando así a la entrada donde en horas de función ingresan los espectadores, de modo que al entrar, vi sorpresivamente un circulo formado por mis compañeros y el maestro que en la clase anterior dirigió el casting, los cuales se abrazaban lateralmente mientras se rodeaban el hombro con los brazos. Todo eso al interior de una sala conformada por un espacio pintado de negro que hacía de escenario, un enorme telón del mismo color, una platea convenientemente inclinada, tapizada por una alfombra escarlata y dividido por un pasillo central, y en la parte más alta una sala de control: lugar donde los técnicos manejan el sonido y la iluminación. Sin embargo, el maestro al percatarse de mi presencia, me invita a unirme al círculo mediante un gesto con la mano. Por tanto, me apresuro a dejar mi mochila en algunas de las butacas de la primera fila, mientras dedico breves segundos para resolver si dejar el celular en mi mochila o en el bolso de mi pantaloneta. Sin embargo, decido hacer lo segundo, pues necesitaba estar pendiente de la hora, ya que debía laborar mas tarde.
Finalmente me uno al círculo sin atreverme a preguntar nada por miedo a ser descortés. Allí empezaríamos a mirarnos fijamente, mientras yo los esquivaba por breve tiempo, hasta comprender que para poder disfrutar plenamente de la actividad, era necesario desterrar de mí toda sensación de vergüenza. Después el maestro haría muecas graciosas con el rostro y luego los demás le seguiríamos, excepto uno que al vernos no pudo contener las ganas de reír a carcajadas, tardando así breve tiempo en recuperar el aliento al saber que su inoportuna actitud alteraba el desarrollo normal de la actividad. De pronto, haríamos girar la circunferencia a la vez que ejecutaríamos movimientos simulando el oleaje del mar, logrando poco a poco sincronizarme. Sin embargo, el círculo perdería su perfección, tomando la forma de un caótico ovalo. Luego absorbidos por la euforia, cerraríamos y ensancharíamos el círculo en repetidas veces, pero de manera desordenada y brusca, al tiempo que intentaba en lo posible no lastimar a los que estaban a mí alrededor. Después dejamos de abrazarnos lateralmente para tomarnos de las manos, a la vez que el círculo se deformaba cada vez más hasta partirse en pedazos como una célula bajo una infestación de virus. Luego daríamos vueltas desordenadamente como ya era común en el ejercicio, mientras hacía lo posible para no soltar las sudorosas y resbaladizas manos de mis compañeros, siendo bastante dificultoso el no soltarlas ante tan evidente euforia y para colmo mis manos sudaban en demasía, teniendo que soltarlas finalmente mientras me dejaba llevar, notando luego que mi móvil empezaba a estorbar en mi pantaloneta, de modo que tuve que guardarla en mi mochila, no sin antes mirar la hora. Después regreso deprisa a la actividad, teniendo la debida precaución de no desconcentrar a nadie, y allí, volví a sucumbir lentamente a la euforia, hasta que nuevamente nos juntamos, formamos un círculo y giramos. Luego la rompimos en una sola fisura y en uno de los extremos comenzamos a enrollarnos, hasta formar una espiral de caracol, encontrándome atrapado entre capas intermedias. Una espiral tan compacta que se podía sentir la presión de los cuerpos, lo cual se hacía más fuerte a medida que se acercaba al centro. Luego los pocos que no alcanzaron a unirse empezarían a despedazar la espiral humana capa por capa ante la resistencia de los que estábamos en él, como cuando se desarma piel a piel una cebolla hasta desnudar su centro.
Todo era un culto al arte. Un confuso ambiente de éxtasis, desorden y caos, aderezado por una explosión repentina de gritos que hacían que el lugar pareciera el mismísimo averno. Solo faltaba que más de uno dejara aflorar su lado animal, desnudos en medio de una incesante orgia, y empantanados de excrementos. Por supuesto, algo así no iba a pasar, ya que en medio de la embriaguez y el estupor, había dentro de nosotros un atisbo imperturbable de lucidez que hacía de contrapeso, limitándonos solo a expresar nuestro lado animal por medio de gritos, lamentos y alaridos, mas no en todos, ya que personalmente prefería expresarlo en silencio, de manera que así me desataba con más facilidad. De igual modo, me unía en lo posible a mis compañeros, ya que con ellos me inspiraba aún más. Nunca antes había sucumbido a tanta euforia, aunque de alguna manera todos estábamos envueltos bajo sus efectos alucinógenos. No obstante, el combustible que lo mantiene funcionando, tarde o temprano se tiene que consumir como se consume un cigarro. Sin embargo, por órdenes del maestro tuvimos que agarrarnos de las manos mientras formábamos de nuevo un círculo, a pesar de que estábamos exhaustos por culpa de una euforia que al principio nutría nuestro fuego interno, y que ahora lo consumía.
Luego el maestro mediante nuevas instrucciones nos haría expresar con gestos y movimientos de cuerpo el momento que más dolor nos causó. Y al oírlo, me acordé de algo que me pasó a principios del 2017, y que en su momento me causó un sentimiento tan agónico y tan tortuoso que no se lo deseo a nadie, cuyo llanto sofocaría mi respiración al tiempo que haría añicos mi alma en mil pedazos punzantes que rasgarían dolorosamente mi corazón. Un suceso que me haría comprender la crueldad de Dios al hacernos vivir sin nuestro permiso esta terrible realidad, mientras nos coacciona a reprimir nuestras necesidades fisiológicas baja la amenaza de una condenación eterna. Aquellas necesidades marcadas en nuestro genes para ser despertados mediante químicos que producen nuestro cuerpo, y cuyo mecanismo Dios diseñó, a la vez que nos abandona ante el terrible régimen de los demonios, los cuales aprovechan nuestra inocencia para someternos. Es irónico, pero Dios nos crea ignorantes, pero nos castiga por ser ignorantes. Cuánto me habrá dolido, que no recuerdo haber llorado tanto, tardando meses en sanarme. Aunque todavía llevo cicatrices de guerra en mi alma, los cuales me han vuelto más precavido y desconfiado, en especial cuando salgo con las mujeres.
El problema era que en ese preciso instante, aunque lo intentaba inútilmente, no me provocaba desahogarme, limitándome solamente a consolar a los que caían en llanto, de modo que más de uno aprovecharía la euforia para librarse de viejos demonios, siendo terapéutico para muchos, inclusive para mí. De pronto, se empieza a agotar el poco combustible que aún mantenía vivo la euforia, afectando seriamente mis ganas de seguir, de manera que empezaba a impacientarme mientras hacia el esfuerzo por aguantar. Luego la actividad cesa justo cuando empezaba a perder el aliento, tomándome así un breve receso antes de partir. Finalmente agarré mi mochila, me cambié de ropa y me despedí. Luego caminé hasta la estación del metro más cercano mientras agradecía a la vida el darme la oportunidad de disfrutar de mi musa favorita, el arte. Aunque sea al modo que a Dios y a la vida le gusta dar, a cuentagotas.
*Nota: El anterior microrrelato es una obra experimental. No duden en avisarme de cualquier error ortográfico, gramatical o de redacción que encuentren. Estoy presto a leer sus sugerencias y aprender de ellos.
OPINIONES Y COMENTARIOS