Gélido Presente

Gélido Presente

Alan Berger

08/10/2020

María se encontraba frente al espejo, mirando filosa a la intrusa que había del otro lado.

Quiero que este sufrimiento se acabe.

De pronto, desesperada, fue corriendo al cuarto de su mamá. Abrió la caja fuerte (2734), agarró el blíster de repuestos para su Gillette, y se encontró con una etiqueta que rezaba: Hielo.

Fue corriendo al freezer, tomó varios y los mantuvo en su mano derecha.

¡Cómo quema!

En una mano tenía el blíster y, en la otra, su helado y abrasante transporte al presente. Se detuvo y, de a poco, fue siendo consciente de lo que estaba a punto de hacerse. Se miró la mano izquierda: el final de su sufrimiento; la derecha: lo que le dijo su terapeuta que hiciera. Se miró nuevamente al espejo y dejó que la extraña decida…

Eran las 10:00. En plena clase, le llegó el mensaje:

–Linda, voy a las 20:00 a tu casa, quiero hablar una cosa contigo.

Quiere hablar conmigo… ¿De qué quiere hablar? ¿Me querrá dejar? ¿ME VA A DEJAR?, de pronto, se puso tensa como una tabla.

–¿De qué querés hablar? –le respondió, tecleando rápido como un chita.

–Lo hablamos cuando llegue, ahora estoy trabajando, ¡beso!

Ta, definitivamente me va a dejar.

Poco a poco, la ansiedad empezó a invadir todo su cuerpo.

Cuando se dio cuenta de esto, y sin que nadie se dé cuenta, María miró a un punto fijo y se empezó a concentrar en su respiración y, luego, en lo que le estaba pasando.

Tranquila, María, ya pasaste mil veces por esto… ¿Qué haría Jaime? ¿Qué te dijo Jaime que hicieras?

De repente, reflexionó:

Adrián siempre me dice para hablar cara a cara, ¿Por qué necesariamente tiene que ser para dejarme?

De pronto, todavía consciente de su respiración, cayó en la cuenta de que esta fluía más lento, estaba pudiendo domar al león.

Por un rato, pudo volver al presente. Se percató de que su respiración fluía mejor, y que la bestia estaba siendo domada. Tenía las cosas más o menos bajo control, por lo que volvió a clase de Cálculo 1.

Solo había una cosa que podía sacarla de ahí, y era otra vibración.

En efecto, tembló su escritorio; no podía ser otra cosa que su celular. WhatsChat: ¡Felicidades!, Has sido elegido/a para adherirte al plan 2345…

Ufff, ¡qué pesados! y así de fácil fue que María empezó a tambalearse sobre la cuerda.

¿Y sí esta vez sí me quiere dejar? Puede pasar, puede ser cualquier cosa.

María se arremangó su brazo derecho y se empezó a rascar sobre las líneas protuberantes que le sobresalían.

Seguro que se cansó de mí… y si…, sí, estoy loca, no lo merezco.

Aquella bestia, que hacía escasos minutos estaba siendo controlada, se le abalanzó encima; la domadora estaba siendo domada.

Se paró de su asiento, tomó su mochila y salió rápido del salón.

Me voy a casa, tengo que irme a casa.

Salió de la facultad y se tomó el primer taxi que encontró. Llegó a su casa, fue a su cuarto y se sentó en su roja y peluda alfombra.

De pronto, se encontraba en la orilla de un enorme lago cristalino, rodeado solamente por árboles verdes y un cielo azul totalmente despejado; el sol la acariciaba con cariño. De pronto, dejó de ser una mujer, para transformarse en una piedra roja. Fue lanzada con fuerza hacia el centro. La brisa era suave y agradable. Estaba volando, como siempre lo había soñado desde pequeña. Su vuelo culminó cuando cayó dentro del lago. Este la acogió con cariño, amortiguando la caída como si fuese un colchón de gelatina. Poco a poco, empezó a descender. El agua estaba tibia, justo como a ella le gustaba. De alguna forma, a pesar de estar descendiendo, podía respirar. Todo era perfecto. Peces de colores, delfines y caballitos de mar, esa era la fauna que predominaba. Los animalitos se acercaban y le hacían cosquillas al olerla. Un gran pez anaranjado chocó contra ella, generando que se diera vuelta, y pueda ver los arrecifes de coral que la esperaban en el fondo.

Todo es tan perfecto pero… sigue habiendo algo que no me cierra, ¿Por qué no puedo estar tranquila?

La inquieta piedra seguía cayendo hacia el fondo, esperando con ansias el suave abrazo de la colorida flora marítima.

¿De qué querrá hablar?

De repente, la piedra dejó de ser roja, dejó de ser ovalada y, al final, dejó de ser piedra. Ahora, era una chica; las chicas no respiran debajo del agua.

Antes de ahogarse, despertó sentada en su alfombra roja, y aunque sana y salva, todavía con ese parásito en su cabeza.

No lo merezco, no lo merezco.

Esta vez, le vibró la pierna. Otro mensaje:

–¿Podés pasar a buscar a Euge a la escuela a las 16:00? Me surgió una cirugía y no puedo faltar.

Por más que la cuerda ya estuviese floja, María insistió en seguir caminando encima de ella, a pesar de que cada vez le arrojaban más objetos para que haga malabares.

Me va a dejar. No lo merezco, NO LO MEREZCO.

De pronto, sintió que su cabeza estaba a punto de estallar. Recordó lo que había aprendido en el grupo de habilidades: “Cuando se sientan así, tomen una palangana, llénenla de agua con hielo y sumerjan la cabeza por unos segundos. Está comprobado que el humor cambia con la temperatura”.

Sin pensarlo dos veces, fue corriendo a buscar la dichosa palangana azul, la llenó de agua y, luego, de hielo.

Más vale que esto me baje.

Sumergió la cabeza hasta donde comenzaba la nariz.

– ¡AHHHHHHHHHHHHHHHHH!

Sacó la cabeza, había mojado todo el piso. Tenía mucho frío, y estaba totalmente ensopada pero, al menos, ya no estaba tan nerviosa.

No me va a dejar, no me va a dejar, le importo, me quiere… se empezó a repetir una y otra vez.

Sacó su celular, apagó el internet, puso una alarma y se acostó a dormir.

La alarma sonó fuerte. La apagó, se vistió y fue directo a la escuela.

– ¡Hermana! –su hermana, sonriente, le dio un cálido abrazo.

Como la quiero, si realmente supiera lo bien que me hace. Ese abrazo fue mágico para ella, el timing fue perfecto.

–Hermanita, ¿Cómo pasaste en la escuela?

–Bien, las clases medio aburridas, pero hoy jugamos a la mancha con Lari, Tina, Oli…

En ese momento, sintió otra vez la vibración en su bolsillo. ¿Adrián? No era nadie, tenía el internet apagado.

Sí estaré perseguida que hasta tengo vibraciones fantasmas. ¿Qué tanto tendrá para decirme? Sí no es algo tan importante, ¿Por qué no me lo puede decir por WhatChat?

–Mari, ¿A dónde me llevás?

–Y… a casa, ¿no?

–NOOO MARIA, ¡TENGO BAILE AHORA!

–¡Uy! Bueno… dejame llamar a mamá, y vemos.

–Vas a ver que tengo razón.

Tomó su Smartphone y llamóa su madre.

–Mamá, estoy con Euge, ¿puede ser que tiene baile ahora?

–Sí, yo te dije que la pases a buscar y la lleves a baile.

–No, mamá, fijate el mensaje que me mandaste.

–No tengo tiempo para discutir contigo María, llevala a baile y punto. Chau.

María tenía la cara roja como un tomate. Seguía encima de la cuerda, pero ya no le daban las manos para malabarear con tantas cosas.

Y con la cara más de sobradora que había usado en su vida, su hermanita le dijo:

–Te diiije que tenía baile, tenía razóóón.

Pensó en gritarle una o dos cosas, pero se las guardó. Se subieron a un taxi, dejó a su hermana en la academia y fue expresa para su casa.

¿Y sí me habló?

Apenas puso un pie en su casa, se conectó a la aplicación de mensajería. Momento que prendió el internet, momento que su celular no paró de vibrar.

Desesperada, y ciegamente esperanzada, abrió la App y buscó meticulosamente: Nada importante, solo los típicos grupos en los que se habla de chusmerío y otras pavadas.

¡Ay! ¡basta!, ya está, no puedo más con esto.
De a poco, sus lágrimas empezaron a brotar.

¡Lo intente todo, ABSOLUTAMENTE TODO! ¡¿ACASO NUNCA VOY A MEJORAR?!

De pronto, el león que se encontraba encima de ella, la devoró. Entre lágrimas y gritos, lo primero que atinó a hacer fue a golpear con toda su fuerza el armario de su cuarto, dejándole un buen agujero.

El dolor que sintió en la mano fue inexplicable, era como sí se hubiese roto algo. Se miró y, mágicamente, la zona afectada se tornó violeta. Igualmente, fue ese gran dolor la que la hizo calmarse.

Qué acabo de hacer, perdí el norte totalmente. Se miraba la mano con tristeza.

El celular le vibró de vuelta, no lo miró. Vibró de vuelta, estuvo a punto de agarrarlo, pero se detuvo.

No es él, no es él.

Obviamente, la tercera vez que vibró su escritorio, se abalanzó como un león hacia su presa.

–María, se complicó la cirugía, voy a tener que quedarme acá toda la noche. Pasá a buscar a tu hermana.

–¡¿Y papá?! –preguntó indignada.

–No lo molestes, él también está trabajando.

María, más indignada aún, le cortó el celular a su madre.

¡¿POR QUE NADIE PIENSA EN MI?! ¡NO PIENSO IR A NINGUN LADO!

Ta, ya está, no banco más. En el mismísimo momento que pensó eso, se dirigió al baño.

María se encontraba frente al espejo, mirando filosa a la intrusa que había del otro lado.

Quiero que este sufrimiento se acabe.

De pronto, desesperada, fue corriendo al cuarto de su mamá. Abrió la caja fuerte (2734), agarró el blíster de repuestos para su Gillette y se encontró con una etiqueta que rezaba: Hielo.

Fue corriendo al freezer, tomó varios y los mantuvo en su mano derecha.

¡Cómo quema!

En una mano tenía el blíster y, en la otra, su helado y abrasante transporte al presente. Se detuvo. De a poco, fue siendo consciente de lo que estaba a punto de hacerse. Se miró la mano izquierda: el final de su sufrimiento; la derecha: lo que le dijo su terapeuta que hiciera. Se miró nuevamente al espejo y dejó que la extraña decida… eso hubiese querido, que alguien más decidiese por ella, pero, por suerte, el hielo no la dejó disociarse.

De pronto, una secuencia se le apareció de la nada:

“– María, ¿pensás que cortarte te va a acercar o a alejar más de Adrián?

–Yo creo que, en algún momento, lo voy a terminar espantando…

–Entonces, cuando estés a punto de cortarte, pensá en lo siguiente: Esto que quiero hacer ahora, ¿me va a acercar o a alejar de mis seres queridos?

Una vez terminó la secuencia, susurró para sí:

–Me va a alejar… –inmediatamente, tomó el blíster y lo tiró por la ventana.

Riiiiiiiiiiiiiing, sonó el molesto timbre de su casa.

Desganada, fue a atender.

–Linda, me largaron antes del trabajo, ¿me abrís? –el corazón de la chica se le subió hasta la garganta.

Cuando su novio entró, ambos fueron directo a su cuarto. María estaba con los ojos como platos y con las fosas nasales como cuevas.

– ¿De qué querías hablar? –dijo con la respiración entrecortada.

Adrián sonrió y se sentó a su lado.

– ¿Te acordás de aquel hotel al aire libre en Florida que vimos el otro día en internet?

–Sí…

–Bueno, alquilé ahí para pasar el fin de semana largo, ¿te gusta la idea?

Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero esta vez, no de tristeza, estaba felíz.

–Es la mejor sorpresa que me dieron en toda mi vida, ¡muchas gracias!

Adrián la abrazó cálidamente.

–Tranquila, linda, no es para tanto.

Sí que lo es. Gracias por liberarme.

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