¿Recuerdan a ese viejo amigo de la infancia con el que pasaban sus tardes, con quien compartían su comida, con quien rieron y lloraron y vivieron momentos que ahora solo quedan en la memoria? Ese viejo amigo que al crecer se fue desligando lentamente de esa armoniosa relación infantil que forjaron ambos día a día, aventura a aventura, o quizás quien se fue desligando fuiste tú; o acaso recuerdan a aquel viejo amor colegial, donde se escribían cartas expresando con gran ímpetu lo que el corazón sentía o lo que creía sentir.
¿No les resulta extraño?… Como dos grandes amores pueden volverse unos desconocidos de la noche a la mañana, o dos grandes amigos pueden… Es parte de la vida, nada es para siempre hay que vivir y dejar morir; consejo de sabios, palabras que indican que es mejor no pensar en ello y sin embargo me empeño por buscarle sentido o al menos ‘verbalizar’ esta cruda idea, abocándome a sus memorias y experiencias.
He de mentirles si digo que no tengo razones para dedicarle este escrito a esa idea, porque si las hay y son tangibles, también he de confesar que pienso en alguien mientras intento hacer esta difícil traducción entre lo que esta persona me esta haciendo sentir y convertirlo en palabras con el suficiente sentido al menos para entender un poco de lo que estoy viviendo, pero seguro ustedes entenderán y algunos incluso más que yo.
No hay experiencias vetadas, solo mentiras aprendidas de esas que nos decimos a nosotros mismos para tratar de conservar cierta estabilidad que en realidad es una ilusión aunque sabemos que lo es. Ese momento de desengaño cuando aceptamos que las cosas ya no son lo que fueron, que ya no son como nos gustaría que fueran, ese preciso momento donde todo se va al carajo y lo único que haces es actuar del mismo modo y tratar a esa persona de la misma forma esperando muy en el fondo que reaccione como siempre, que se ria de tus chistes, que te comparta algún detalle misero de su día a día solo para sentirte cerca, la muy esperada muestra de afecto verbal a la que todos nos volvemos adictos en algún momento.
Cuando notas que hace falta algo, que algo desapareció, se fue o murió lo más común es empezar a hojear en el libro de recuerdos buscando el momento exacto donde todo empezó a decaer, como un mecanismo de defensa propio para entender una situación que se escapa de nuestras manos o quizás solo excusarnos para sentirnos mejor.
¿En que momento empezamos a perder interés?, ¿a dejar de reírme?, ¿a no querer compartir?, ¿en que momento llegó el silencio?, ¿en que momento empezamos a dejar de vernos a los ojos?. ¿en que momento empezamos a preferir a otros? Nos inundamos de preguntas que llevan consigo un sinfin de excusas propias de los corazones orgullosos que tratan de evitar llegar a la verdad, a la respuesta más simple pero no tan obvia, quizás en un principio culpemos a la distancia pero termina siendo otra excusa absurda para evitar pensar que no estamos distantes, sino distintos.
OPINIONES Y COMENTARIOS