Los calcetines no tienen pie

Los calcetines no tienen pie

Wifly Rodríguez

06/10/2020

Cap. 1:
La esquina oscura del cajón

Era Dúnlop. Se sentía muy orgulloso de serlo. No porque se sintiese
mejor que un Primark, o que un Mercadillo. Simplemente porque era
Dúnlop. No se acordaba cuando lo habían cosido. Ni de los pespuntes, ni
de cuando le metieron la goma, ya cedida después de tantos años. Pero se
acordaba todos los días de cómo llegó a aquel cajón. Y siempre al lado
de su pareja. Estuvieron más de cinco semanas en el perchero de un
Oteros Sport esperando su turno. Viendo como un día, y otro, se
llevaban a sus compañeros. Ellos eran grises, un color no muy predilecto
para los dioses. Los blancos volaban, como los dioses del Oteros
decían:

– Estos están de oferta señora, no hay día que no repongamos.

Sin embargo, ellos estuvieron allí más de un mes. A veces se
preguntaban mutuamente si era por su color. Que si hubiesen sido blancos
ya hubiesen salido. Si hubiesen sido negros, también. Aún más rápido si
hubiesen tenido tatuajes. Pero así les habían creado. Lástima que no
pudieron opinar durante su creación. Derecho hubiese dicho que le
tatuaran su nombre en la planta, porque odiaba cuando le ponían en el
pie izquierdo. Hubiese exigido borlas en la goma y rayos rojos alrededor
del cuerpo. ¡Ay, qué bien se veía en su imaginación! Izquierdo, sin
embargo, se comformaba tal y como era, pero con otro color. A él le
gustaba el verde. El día que salieron de la tienda quedaban ellos y
otros negros en la esquina de la tienda. El cartón que los mantenía
unidos estaba lleno de polvo y ya iban por la quinta rebaja. Dos euros
marcaba el precio, sin embargo, a ellos no les preocupaba en absoluto.
Al revés, sabían que así podrían salir antes. Si no salían, no sabían
que iba a pasar. Cuando Marcela se pasó a recogerlos, no se lo podían
creer.

– ¡Izquierdoo! Despierta, que nos vamos. ¡¡¡¡¡Por fin!!!!!

– Shhhh no chilles mucho, derecho -dijo entre susurros y con voz
ronca-. A ver si se arrepiente y nos vuelve a colgar en el perchero.

– Saluda a los imbéciles negros de Nike. ¡Adiós, egocéntricos traperos de siete euros!

Cuando Marcela los dejó en caja, pasaron su código de barras por el
láser y quitaron el antirobo (nunca comprendió por qué lo tenían, si
eran un artículo poco apreciado), las carcajadas se escucharon en toda
la bolsa. Una pelota de fútbol Kipsta, una pantaloneta Nike, unas botas
de fútbol Joma y una camiseta de fútbol a rayas rojas y blancas Kappa la
terminaban de llenar.

– ¡Qué felices se os ve, chicos! Lo habéis pasado mal en ese tienducho ¿eh? -dijo la pelota con desprecio.

– Y tú… ¿de dónde coño vienes, palurda? Seguro que te ha cosido un
niño esclavo en Indonesia mientras deseaba jugar contigo, y te han
llevado a Francia para alegrarle la vida a un mocoso pijo y egoísta
europeo.

– Por mucha mierda que me eches más tienes tú, que has costado lo que
cuesta un café. Yo vengo de Decathlon. Y que un niño quiera disfrutar
de mi estancia en su vida cuesta 15 euros. Así que ya me puedes estar
rindiendo pleitesía. Además, tu vas a estar en los pies del mismo mocoso
pijo y egoísta que yo. Ten más respeto, grisecillo.

– Calma, calma. Empecemos con buen pie -izquierdo intentó poner tablas-. Él se llama Derecho y yo me llamo Izquierdo.

– Yo soy Esférica -dijo el balón, mientras fulminaba con la mirada a Derecho.

– Nosotros somos Leo y Messi. Por cierto, vuestros nombres son
absurdos, ¿Sabéis que los calcetines se ponen en el pie que a los dioses
les venga en gana? Si no fuese así, seríais zapatos, botas de fútbol o
deportivas -Una de las botas de fútbol habló desde la caja de cartón que
les ocultaba del resto.

– Yo no me voy a poner en ningún pie izquierdo, amigo. Estás muy equivocado si piensas eso, o eres retrasado, ¿Cuál de las dos?

– ¡Seguid por favor!, me encanta la clásica discusión de los que vais
en los pies. Sois tan de usar y lavar que parece que no os llega
oxígeno a las puntadas de naylon -entre risas, la camiseta entró en la
discusión.

– Derecho -le dijo izquierdo con la calma que le correspondía-, vamos
a empezar bien con ellos, que nos van a acompañar el resto de nuestra
vida.

Derecho siempre fue temperamental. Puro fuego. Anhelaba la libertad
más que ninguna otra prenda del cajón. Aunque no fue consciente nunca
del dolor que le causó a izquierdo cuando lo abandonó a su suerte.
Siempre pensó que era un calcetín de hombre. Que iba a oler rancio
después de una buena jornada de deporte. Pero cuando descubrió que iba a
calzar los pies de Marcela se puso furioso. Izquierdo escuchaba sus
lamentos de furia desde la otra deportiva.

– Yo no he sido creado para esto… Yo soy parte inequívoca de un pie
masculino, de un ganador del fútbol. No de una patética y pobre chavala
que no ha marcado un gol ni en una pachanga con sus amigas porretas.

A izquierdo, sin embargo, le daba exactamente igual. Solo quería ser
parte de alguien. Le daba igual quién. Además, Marcela le lavaba con un
suavizante que le sentaba francamente bien. Siempre se quedaba dormido
en los vaivenes de la lavadora. Olía a lavanda, a frescor. Derecho, para
variar, lo odiaba. Quería oler a pies, a sudor de uso, que se notáse
que tenía vida fuera de aquel oscuro y tétrico cajón, lleno de vanidosos
tangas, estilosos calcetines cortos y ropas interiores de encajes.

Una noche, después de estar colgados en el tendedero por más de dos
Lunas, ya casi acartonados, Marcela los zurció con rapidez y los dejó en
el cajón sin pensar mucho donde caían. Normalmente, el cajón se dividía
en tres partes: La parte izquierda para la ropa interior, sujetadores,
bragas, tangas, culottes, algún que otro calzoncillo de hombre y
pantalonetas que usaba como pijama; el centro era para las camisetas
interiores o básicas, como ella las llamaba, que siempre se ponía justo
después de la ropa interior; y a la derecha, los calcetines, leotardos y
medias. Podría tener alrededor de 15 pares, Izquierdo nunca lo supo con
certeza, ya que a veces venía con más y se acumulaban tantos que no se
podía ni abrir el cajón. Cuando pasaba esto, normalmente, Marcela tiraba
unos cuantos y reponía con otros nuevos, que se guardaban con el mismo
cartón de la compra. Había días que Marcela utilizaba el mismo par de
calcetines tres días seguidos, y los volvía a guardar en el cajón,
dejando un olor insoportable para Izquierdo, y deseado por Derecho. Esa
noche cayeron en la zona de los sujetadores. Izquierdo conicidía con
Derecho en la vanidad que profesaban aquella ropa delicada de encaje.

– Somos la última moda en Italia, nos ha promocionado Sara Jessica Parker…

– Me suda la cuerda del culo, Intimissimi, Sara Comosellame y
el pisto que os queráis tirar, vais a estar en el mismo coño y mismo
ojo del culo que yo. Por mucha firma que llevéis en la etiqueta tenéis
la misma función que nosotros, el par de tangas a tres euros.

– ¡Qué desagradables seguís siendo!, No se os pega nada de nuestra finura ¿eh? -el desdén del culotte era evidente.

– Cómeme la tela que tapa el jigo, pija estirada.

El cajón se abrió y Derecho e Izquierdo cayeron encima de un conjunto de culottes y sujetadores de encajes de Intimissimi…

– ¡Qué asco, por la diosa! ¡Quitadnos a este par de calcetines grises de encima!, Sois feos para aburrir.

– Si no estuviese zurcido a mi pareja te hubiese dejado hecho un
harapo nada más caer encima tuya. ¿Pero tu quién mierda te crees? A tí
te han cosido en la India a tres céntimos la hora y te han puesto la
etiqueta de Italia… ¿te crees que por follar más que los demás tenéis
algo de valor? Sois asquerosos. Una vergueza para todo el conjunto de la
ropa interior del mundo -Derecho soltó su discurso típico de odio
acompañado de un escupitajo.

– ¡¡QUE ASCO!!

Otra pareja de calcetines pinkies que cayeron junto a Izquierdo y
Derecho empezaron a chistar. Todos intentaban rezar y dormir para ser
los próximos elegidos por la diosa Marcela para ser utilizados. Derecho
empezó a susurrar a Izquierdo.

– Oye… deja de rezar, y atiéndeme un segundo.

– Si dejo de rezar, Marcela no nos volverá a escoger en su próximo partido de la semana que viene.

– Estás perdiendo el tiempo. No depende de tí, ni de tus rezos de
mongolo. Vas a pasar la mayor parte de tu vida encerrado en este cajón.
Compartiendo oxígeno con este elenco de harapos puntadashuecas.
He decidido que me voy a pirar. Quiero conocer mundo. Estoy cansado del
Mimosín. De estar en un pie izquierdo porque a mi diosa le da la gana.
Quiero evolucionar, quiero conectarme con lo que verdaderamente soy y
quiero ser.

– ¿Y qué eres realmente, si no un calcetín Dúnlop gris de deporte? -dijo Izquierdo entre susurros.

– No lo sé. Quizá sea un calcetín masculino, o una marioneta. He visto por ahí que muchos dioses nos usan de otra forma.

– Derecho, por favor, empieza tus oraciones ya antes de que otro rece
más fuerte y sea seleccionado para jugar el próximo partido. He visto
la posición en la que están los Puma negros y creo que tienen todas las
papeletas para jugar el próximo partido.

– Los muertos de los Puma y Adidas. En el próximo lavado no me vas a
volver a ver. Si quieres venirte conmigo bien, sino espera el día que te
hagas un agujero y vayas directamente al contenedor de basura.

Esas hirientes palabras le dolieron. Pero nunca pensó que fuesen
realidad. ¿Cómo se iba a escapar un calcetín? Era imposible. Toda su
existencia dependía de la diosa Marcela y su intención para con ellos.
Pero un día colgando en el tendedero, cuando se despertó de su viaje en
la lavadora con eau de lavanda después de jugar un partido,
Derecho no estaba. Se había perdido y no se podía imaginar cómo ni
dónde. Desde ese día, Izquierdo fue renegado a la esquina interior
derecha del cajón, donde estaban los abandonados. Era su nuevo grupo de
amigos: Los rotos, viejos, pasados, hechos a mano y desparejados. Unos
patucos que le hizo la diosa Josefina a Marcela cuando esta era niña,
que ya no usaba porque no cabían en sus pies, pero Marcela les tenía el
cariño de no querer tirarlos a la basura; unos Kipsta tobilleros con
agujeros en la planta; unas medias blancas de Breshka con carreras de la
planta al muslo; un calcetín con tatuajes de un tal Yoda de HyM e
Izquierdo. Eran el hazmereír del cajón, blanco de chistes y bastión de
la desesperación, que ya sabían perfectamente su destino en la próxima
limpieza: el contenedor de la ropa para regalar o la basura. Sin
embargo, lo que más preocupaba a Izquierdo era el no saber absolutamente
nada de su pareja. Si estuviese allí con él nadie se reiría de ellos.
No se dejaba pisar por nadie, y menos por unos malhechos calcetines de
Zara que duraban no más de cinco lavados. ¿Sería una marioneta?,
¿estaría en los pies de un famoso futbolista que lo utiliza en las
finales que gana? La incertidumbre era algo que no podía sorportar. A
veces tenía envidia, otros se resignaba, otros se comparaba con la
suerte que tuvieron otros calcetines y resoplaba aliviado. Lo que sí
pensaba un día y otro desde hacía dos meses que Derecho se marchó, es
que tenía razón, pasó gran parte de su vida encerrado en un oscuro
cajón, rezando con fuerza para no conseguir absolutamente nada.

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