Ayer me preguntaste muchas cosas y yo no supe responderte: me quedé entimismada y se me secaron las letras. La timidez me jugó una mala pasada y se te escaparon los bostezos y la decepción: mi amiga me describió más interesante, y mi perfil de Facebook prometía. Sin embargo, pazguata de mí, me dejé atrapar por los monosílabos. Te escribo, querido, porque quisiera empezar de nuevo. Abrirte mi alma de una manera analógica, a modo de carta, y eso que dicen que ya no se llevan. Nuestra amiga me proporcionó tu dirección, no te he seguido, no te preocupes. Espero que no la confundas con una factura. Perdón por la letra…, allá voy:
Me encanta que el sol me sorprenda leyendo y contando los lunares de la luna. La valentía y los asuntos de honor. Deambular por las calles siguiendo conversaciones morbosas, paisajes mágicos, pensamientos del Poeta. Escuchar las letras de Sabina mientras limpio el polvo y los polvos a traición.
Ver culebrones, sentir el crujido de mis neuronas por cada segundo perdido en aquel universo desmesurado. Los pantalones de cintura alta, las faldas cortas, los vestidos, los zapatos de tacón y las miradas que tras estos se despeñan. Las mariposas que antes fueron rojas, pero que un beso les robó el carmín. El erotismo y todos sus derivados. Virgilio Piñera y Dalí.
Leer en los parques, lugares furtivos, mientras algún compañero ocasional devora el texto con los ojos, o tal vez mis manos. Subrayar los libros. Las papelerías y todos sus habitantes. Las historias verdaderas y las inventadas, sobre todo si no hay ropa de por medio. Ver los documentales de la 2 cuando la humanidad duerme. Aprender cosas nuevas que engendren grandes conversaciones. Los comentarios fuera de lugar; hablar en libro y en vulgo. Derretir las horas frías, jugar con el cadáver del tiempo.
Los debates políticos, el humor negro, Quevedo, la República. Hacer deporte y sentir el cuerpo. Follar en alejandrinos. La carne y todos sus derivados. Todos los animales, bueno, no, dejo fuera a los machistas y a los políticos; Woody Allen, su distinción entre lo horrible y lo miserable, me encanta. Simplemente, me encanta. El cuervo y el poema de Edgar Allan Poe. Soñar tan vívidamente que despierte temblando. La libélula vaga de una vaga ilusión.
El café matutino, el vespertino y el café a secas. Fingir que no entiendo las indirectas: las estocadas directas al corazón. Escribir cosas que no quiero mostrar. El rubor de los sentimientos. El cariño sincero. Tener la mente inundada por una sonrisa, no me valen amagos. Los recuerdos. Leer tratados de psicología para desenredarme el alma, el cuerpo me gusta enredado en otro cuerpo.
Mostrarte el crisol de mi corazón, eso me encanta.
Tú me encantas. Tú me encantas más que todo eso y solo hablaste conmigo dos copas, seis canciones, y de mi vida, cada sueño.
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