Recluido en el nido donde nací. Ante el sol naciente soy paciente de verle partir. Las noches como días pasan impacientes, mientras mil pacientes deciden morir. Cada segundo se marcha una fracción de mi alma, es rotundo el fracaso en el que ahogo mis penas. Las letras de cada canción son mi salvación ante la eterna unción de dolor por toda mi piel. El ardor se transforma en enrojecimiento, mis conocimientos no me permiten averiguar razones. Las canciones se derriten entre gritos y cantos desgarrados, imitando la voz de aquel que admiro.

El sufrimiento acrecienta, imposible es redimir el escurrir de sangre que en este momento navega las grietas del suelo. El mal avaro hace malabares con navajas en mi mente. Aquel mal es la maldita necesidad de sanar esta ansiedad por terminar mi reclusión. En conclusión, la cordura desde hace unos meses se marchó.

Las botellas de alcohol se encuentran por cada rincón de mi habitación. El mal querer casusa estragos, a tragos deseo olvidar aquella decepción. La miseria aborda, mientras me encuentro en el balcón observando el paisaje marchito en plena quietud. La ciudad es la principal protagonista. Multitudes no condenan los espacios de aquel lugar incoloro. El contacto con sumo cuidado y el consumo con tacto, son necesarios para sobrevivir. Las reservas se agotan, no solo las de la alacena sino también las que almacena el corazón.

La muerte a estas alturas no parece una opción desagradable. Augurios esperanzadores brotan del ruido que emite la televisión. La solución remite entre los investigadores. Nada que hacer para los perdedores; condenados atrapados a vivir entre cuatro paredes, rehenes de los versos muertos pertenecientes a discursos declamados por falsos profetas. La economía descansa entre placas tectónicas, mientras los vagabundos cobijados por cartones, fogatas, temores y delirios. La desigualdad reina, imposible es desapercibir los contrastes. El pobre sin posibilidades, el rico entre comodidades.

Aunque he de admitir que la cuestión sociopolítica me importa un carajo, como buen ser humano egoísta por naturaleza. En mis pensamientos no tiene cabida la vida de los demás. La compasión es un sentimiento desgastado sin beneficio cuando se trata de desastre. Conjugar los verbos para referirme en plural me parece un desgaste innecesario, prefiero el singular.

A lo largo de todo este tiempo en soledad, he sabido encontrar el placer del eterno silencio. Mi único pasatiempo es detonar sentimientos creando explosiones de palabras. Mismas que no encuentran ningún significado fuera de mí, y yo no tengo sentido sin ellas, somos codependientes. Me duele cada punto final. No deseo pasar al siguiente capítulo de mi vida. Me encuentro navegando entre deseo y fantasía, dentro de mi propia habitación. No es necesario viajar para viajar. Cierro los ojos, imagino y plasmando en el papel se transforma en existencia. La insistencia por vivir me provoca escribir ficciones para suplir la necesidad.

Las ficciones en cuarentena tienen más sentido que nunca, por primera vez superando a la realidad. Fantasía, erotismo y pasión, los tres géneros que definen las estanterías que conservan entre polvo y telarañas los libros que en un pasado escribí. Hoy toca volver a repasarlos pues el tiempo jamás se agota. Son inmersivas e invasivas las lascivas historias de amor que en la imaginación se recrean con mi reencarnación literaria. Puedo sentir cada centímetro de piel, puedo respirar los olores que emanan dos cuerpos atados en hiel. Las palabras que salen de su boca, diez años antes las pensé. Al leer, recuerdo las situaciones que pasé, las inspiraciones y emociones fundidas entre cuero y papel.

El único responsable del fracaso de esta historia es el lector. La interpretación asesina al autor. Pensamientos encumbrados por pseudo-pensantes, y yo soy uno más del montón. Mis relatos no tienen esencia, la coherencia se disuelve entre los litros de alcohol que fueron necesarios para su elaboración. En este momento, me encuentro recorriendo las páginas que me transportan diez años atrás. Camino entre una multitud, cosa imposible en la actualidad. Reitero que me encuentro en mi habitación, mas en la ficción, estoy abriendo las puertas de un bar. Los tragos y conversaciones triviales se hacen presentes, ridículas a mi parecer, pero me hacen tanta falta.

Cerraré este libro, la nostalgia por vivir en un mundo tangible me está matando. ¿Cuál es el motivo de mentirme a mí mismo? Cada segundo es una maldita condena, y solo la muerte vendrá a liberarme. En mi cajón conservo una glock 380, mis manos entre temblores rozan el pomo para acceder a ella. La mirada enfocada al suelo, la mente totalmente en blanco. Una decisión complicada. Implicados están muchos factores. Actuar que todo estará bien ya no es suficiente, me siento impotente ante la imposibilidad de cambiar el pasado. Un disparo bastará para que el blanco se torne negro. Un impacto directo, sin riesgo a fallarlo.

Sin embargo, tengo motivos para seguir. Algún día las historias de amor que por tantos años escribí se harán realidad. La esperanza nunca muere, el que muere es aquel que tiene esperanza. Sin importar esto, deseo dar el amor que habita en el fondo de mí, aunque eso me cueste morir. Sin temor ni remordimiento, navego en contra del viento sabiendo que no tengo posibilidad ante la furia de altamar.

La templanza llena de gracia el templo. Rezar entre los gritos de las voces que dominan mi mente es una tarea imposible. Incluso mi fe se desgarra, las garras comienzan a dañar mi cuerpo. Eterno adviento, vivo en esperanza de que mi salvador vuelva a nacer. Aquel mesías no es nadie más que mi propia voluntad de vivir. Percibir cada detalle que compone el paisaje exenta de sentir miseria. Respirar profundamente, volver a comenzar. Colocarme la máscara, seguir andando con una sonrisa en ruinas. Esperando una vez más la puesta del sol.

Dolor, resignación, esperanza y aceptación.

Un ciclo infinito…

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