Escuchar : “Yo te vi primero.” De Fede Comín

Era otoño cuando las hojas del tiempo cubren las calles y los campos; cuando se empieza a enfriar nuestro cuerpo y las tiritonas aparecen unas veces por el frescor de la tarde otras por el frío del desamor.

Eran cerca de las nueve de la noche y él que llevaba ya un rato sentado en su asiento del tren, esperando que éste lo llevase a su barrio, la vio entrar en el vagón.

Subió mucha más gente, pues a estas horas, en las grandes ciudades, todo el mundo va hacia alguna parte, como huyendo o como buscando.

Ella se sentó a su lado y él la pudo mirar de perfil, aunque no se atrevió a mirarla directamente, volviendo la cabeza hacia ella. Y de soslayo, sabía que estaba sonriendo, que colocaba su pelo detrás, en lo alto de la nuca con un pasador de madera.

Se quedó como si un hielo abrasador corriera por su cuerpo, se quedó desorientado, no sabía si saludarla, si decirle algo, si buscar su mirada; estuvo pensando miles de frases para comenzar la conversación, éstas subían de su corazón a la boca, bajaban de su mente a los labios, pero no pudo decir nada.

Ella creyó que lo había visto primero. Cuando se subió al vagón, buscó un lugar para sentarse y lo miró como si hubiese caído del cielo, y casualidad del mundo, allí estaba el asiento vacío a su lado. Estaba nerviosa, excitada, sabía que él la miraba, aunque no volvió su rostro, ni le dijo nada.

Ella venía muy cansada del trabajo, había sido un día horrible, con un jefe más jefe que nunca y el tren con aquel pasajero anónimo que la miraba de reojo, le había despejado de nubes aquel amargo día.

Ella se había sentado a su lado, sonreía esperando a que él la invitase a vivir el amor y la pasión que tanto deseaba.

Pero el tren avanza rápido por las vías aunque lento por sus cabezas y por sus corazones que se han entregado en secreto, sin saberlo ninguno, los dos esperando alguna pista por pequeña que sea para iniciar un diálogo infinito, una charla que les abriese el mundo.

Y ella se bajó primero, aunque dejó pasar dos estaciones. Esa espera eterna, ese no decir nada, ese deseo a que pase algo, la han dejado llena de certezas y de anhelos, y siente al bajar del tren como el miedo se ha instalado en su ánimo, como sus piernas la han hecho bajar del único lugar donde durante unos instantes ha sentido otra vez la juventud en la sangre, el latido del corazón, y aunque quiere volverse, decirle adiós, se queda sola de nuevo en el andén, a que pase otro tren que la lleve a su destino.

A que la devuelva a la cruda realidad de una familia vacía y de una casa sin ventanas.

Y todos los trenes retumban en su mente y tiene ganas de gritar.

Él improvisa un beso que no llega a salir de sus labios, se maldice una y otra vez por haber dejado escapar el tiempo y la oportunidad.

Se baja en la siguiente parada, saca el bloc de notas y escribe una canción, mientras llega el tren que lo llevará a su dirección.

Los trenes retumban en su mente y también tiene ganas de gritar.

Por la noche, él sueña con su pelo enredado entre sus dedos, su pequeña boca acariciándole la vida. Ella sueña con sus manos en su costado abrigándole el alma y su voz llenando de metáforas sus deseos.

Y en sueños se reconocen y se aman.

A la noche siguiente cuando ha vuelto del trabajo otra vez cansada, ella mira la lluvia de octubre bajar por detrás de los cristales y piensa: “No quisiera que lloviera, no quisiera escuchar los ruidos del agua al caer y pensar que allí donde él está viviendo sin mí, tal vez también llueve».

Él, en su salón, mira a través de los cristales la calle mojada por la fría lluvia de este otoño recién nacido. Y en ellos ve reflejada la fotografía familiar, y no deja de pensar en aquella fugaz aparición en el vagón del tren y en que quizá ella tenga el pelo mojado.

Coge su guitarra y termina de componer la canción que ella le ha regalado.

Y cuando ya a finales de febrero ninguno tiene clara la imagen del otro, cuando el tiempo ha borrado los ojos, las manos, el cabello, la sonrisa y el perfil, cuando los días se cruzan como ejércitos contrarios, él la vuelve a ver otra vez montándose en el tren, ella se ha subido en el vagón anterior y él corre por el pasillo como quien puede perder la vida hasta llegar a su lado. Y la magia se dibuja en forma de asiento vacío.

Por fin se han visto, se han mirado y se lo han dicho todo sin decir una palabra.

Pasan las estaciones y el tren llega al final de su trayecto.

Llevan hablando horas, llevan contándose las vidas y las ausencias desde que se vieron.

Y no saben cuál es su rumbo, ni la coordenada en la que escaparán, no saben si durará una noche o una vida entera, pero lo que sí saben es que no desean vivir pensando en lo que no ocurrió y prefieren que algún día puedan tener nostalgia de lo que sucedió…

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