La primera vez que estuve plenamente consciente de mi inconmensurable deseo por invitar a salir a Yixing, fue casi al día siguiente de nuestro íntimo encuentro en la sala de ensayos. Y digo casi porque me nació la idea a media noche, cuando el hoy se convierte en ayer para dar paso al resurgir del mañana. Fue algo que me atravesó el corazón sin piedad. Quería verlo nuevamente porque su presencia era como parsimonia para mi intranquila existencia.
Las cálidas pláticas que manteníamos durante toda la noche a través de mensajes de texto se convirtieron en las perfectas justificaciones para amanecer con ojeras en la mañana. Hablar con él sobre cualquier tema resultaba ser embriagador para mi extensa curiosidad por saber más de su vida. Me descubrí a mí mismo ansiando la llegada de la oscuridad, cuando todos se resguardaban bajo la comodidad de una cama.
El mundo a mi alrededor adquiría un silencio inevitable mientras que Yixing y yo nos adentrábamos a un universo etéreo donde solo nosotros dos convergíamos. Ahí el tiempo transgredía cualquier ley que lo aprisionaba; era libre, mágico. No sé cómo ese hombre lograba vaciarme de todas mis preocupaciones e inconvenientes, pero a la vez me colmaba de alegría y abundante fortuna. Nos reíamos de cualquier nimiedad, en otras ocasiones simplemente me daba cuenta de lo maravilloso que era él. Una joya escondida. Y yo la había encontrado.
Por más que luché contra ese sentimiento, cada día que pasaba adquiría una fuerza que rebasaba mis habilidades para contenerlo. Me gustaba muchísimo, todo lo que él significaba. Me atrevo a decir que también lo quería. No pensaba en las consecuencias que mi decisión acarrearía, ni mucho menos sobre los posibles futuros que se entrelazarían entre los dedos de nuestras manos; ahora lo que más me importaba era estar con él.
Un suspiro contenido en mis pulmones sale despedido con fuerza por la abertura de mi boca. Niego con la cabeza y cierro los ojos mientras trato de fraguar las palabras adecuadas para ocultar mi desasosiego. Al final agarro valor y lo invito a salir a un bar-café donde un grupo musical amateur dará una pequeña presentación.
No sé, tal vez lo nuestro no pase más allá de una bonita amistad. Pero prefiero asegurarme a quedarme con las ganas. Aunque tampoco he usado el término <<cita>>, aún se me enreda la cabeza cuando lo veo. Probablemente porque lo único en lo que puedo pensar es en besar sus labios. Me pregunto a qué sabrán sus besos.
Hemos quedado de vernos en la entrada, hubiera preferido pasar por él, pero me dijo que tenía que arreglar un asunto antes. Hay una explosión violenta de colores anaranjados en el cielo que me acompaña este día. El portentoso sol está apunto de ocultarse tras el horizonte, me gusta decir que mirarlo en aquella hermosa desnudez es un placer.
Yixing aparece caminando por la calle paralela al arrebol. Viene enfundado en un suéter blanco con cuello de tortuga, sus pantalones entubados de color negro le dan una apariencia más delgada y el saco del mismo color logra resaltar su belleza natural. Lo saludo con una sonrisa que achica mis ojos y enseguida nos introducimos al interior del bar.
Es mondo, sumergido en una penumbra misteriosa, bastante amplio con mesitas circulares acomodas estratégicamente donde un foco de luz opaca ilumina su centro. Le indico a la hostess sobre la reservación que he hecho anteriormente y segundos más tarde nos dirige a un booth en forma de curva, circundado por una pequeña barrera de madera de extremo a extremo lo cual nos brinda cierta privacidad.
Luego de pedir nuestra orden, aguardamos a que los integrantes del grupo terminen de adaptar los instrumentos en el escenario a la par que las demás mesas van siendo ocupadas. Yixing habla hasta por los codos y comienza a platicarme sobre un programa de televisión que lo entretiene por las tardes o cuando tiene tiempo libre.
Su expresión facial cambia en cada entonación de la palabra y sus hoyuelos se marcan vigorosos a lo largo de sus sonrisas. Hay algo en la manera en que la luz de sus ojos se levanta con fulgor, hace que me tiemble el corazón, que me sienta tan irremediablemente enamorado de él. Es como el primer rayo de sol que se asoma tras la ventana para entibiarte los pies fuera de las sábanas.
El concierto acústico comienza imitando el rozamiento del viento entre las hojas de los árboles. Escuchamos desde nuestros asientos con una vista lateral hacia el escenario, pero lo bastante adecuada para permitirnos identificar a los músicos. Los acordes baqueteados saltan de mesa en mesa, sin darse cuenta que por debajo de la nuestra, la pierna de Yixing se pega junto a la mía.
Le doy un pequeño trago a mi bebida, pues de pronto la boca se me ha secado. Me relamo los labios justo cuando el grupo finaliza la penúltima canción. Me doy cuenta de que el espacio es mínimo entre nuestros cuerpos. Solo hace falta un estirón más para que nuestras pieles se conozcan.
—¿Sabes? Estoy enojado contigo.
La súbita confesión de Yixing me toma por sorpresa. Giro la cabeza para mirarlo y frunzo el ceño, confundido.
—¿Se puede saber por qué? —pregunto al mismo tiempo que deslizo la mano con delicadeza sobre lo largo de mi pierna hasta que percibo el pantalón de Yixing rozar contra mi piel.
—Porque cuando te conocí —empieza a decir. Nuestras miradas no se sueltan—. Yo no planeaba enamorarme.
Mi cuerpo se estremece en suntuosas oleadas de regocijo que se aglutinan en torno a mi vapuleado corazón. La punta de mis orejas adquiere un color rojizo y todo a mí alrededor desaparece, excepto él. Así que me atrevo a poner la mano sobre su pierna y le aprieto con ligereza.
—¿Está diciendo que…?
No termino la pregunta. Entonces varias cosas suceden al mismo tiempo.
Yixing se inclina hacia adelante y me roba un casto beso de los labios. Ha sido rápido, torpe, melifluo. Apenas si he sido capaz de probar el sabor de su boca, pero me gusta. Me gusta que sea así y mucho. Una gota de placer se esparce en todas direcciones, haciéndome desear más.
—Lo siento —se apresura a decir tan pronto como la distancia crece entre nuestros rostros.
Aunque sé que no se arrepiente del todo, pues logro divisar una media sonrisa en su boca. Me inclino hacia adelante todavía presa del cautivador elixir de sus labios, sin embargo, antes de que pueda volver a besarlo, una barahúnda de aplausos sincronizados inunda la estancia imitando el movimiento del agua glacial que rompe las más gruesas capas de hielo al inicio de la primavera.
Los dos nos volteamos en dirección al escenario para unirnos a la algarabía. Después pago la cuenta correspondiente y nos levantamos del booth para dirigirnos hacia la salida. La noche es hermosamente conspicua. Una delgada franja de luna nos acompaña en tanto caminamos para llegar a mi auto.
Sin previo aviso, un estrepitoso trueno ruge por encima de nuestras cabezas, y antes de que pueda reaccionar a la advertencia, una inaplazable lluvia se disemina por todas partes, empapando nuestras vestimentas con una facilidad tan envidiable que tardamos varios minutos en hallar un refugio.
Entonces diviso un estrecho callejón que está cruzando la calle y rápidamente lo tomo de la mano para resguardarnos de la lluvia. Una sonrisa traviesa se suscita sobre mis labios ante la calidez que su mano me transmite, más que nada porque siento como si fuéramos un par de niños huyendo de su travesura.
Con la respiración siseante llegamos al callejón, aunque no es suficiente para protegernos completamente de la lluvia, pero mi sonrisa persiste en medio de aquel desastre natural. Tal vez porque me agrada la forma en que nuestras manos se acoplan. Estamos de nuevo tan cerca uno del otro y mis ojos no tardan en posarse sobre él, solo durante un breve momento.
—Me gusta la lluvia —musito en un intento por atravesar el silencio que se había formado entre los dos. Mi mirada se centra en la danza encandiladora que ejecutan las gotas de lluvia al chocar y deshacerse contra el suelo—. Es fría y gris, bizarra porque siempre encuentra el camino hacia mí.
A un lado mío Yixing niega con la cabeza y suelta una risilla.
—¿Siempre eres tan absurdamente cursi?
Bajo la mirada y aprieto los labios sin dejar de sonreír.
—Tal vez… ¿no le gusta eso, Hyung?
Yixing se toma la libertad de negarme una respuesta y en cambio sale de nuestro escondite para concederle la entrada a la lluvia, la cual lo impregna de petricor de pies a cabeza.
—Si tanto te gusta la lluvia, ¿por qué no vienes y tratas de atraparme?
Me dirige una mirada desafiante y sonríe mostrando una fina hilera de dientes blanquizcos. Extiende los brazos de par en par, como incitándome a seguirle el juego.
—¡Será mejor que empiece a correr! —le advierto al mismo tiempo que salgo disparado en su dirección, pero él es ágil y se escapa como pez en el agua.
Así iniciamos una persecución por las solitarias calles de Corea. Nuestras risas se confunden con el salpicar del agua en cada zancada que damos, su cabello negro se fusiona con la oscuridad de la noche, mi corazón late tan de prisa que ni siquiera percibo un ápice de frío en mi cuerpo. Somos un par de fuegos artificiales, explotando en cada roce fortuito.
De un momento a otro, finalmente lo atrapo del brazo y lo jalo hacia mí, comiéndome la distancia entre nosotros hasta que ni una pizca de lluvia puede atravesar la unión que he formado. Su pecho sube y baja debido al cansancio; ahora trae el cabello empapado, con gotas cayendo desde su flequillo que terminan por resbalar sobre los poros de su piel; la boca entreabierta, haciendo un esfuerzo por recuperar el aire extraviado en el proceso de su huida.
—Te dejé ganar.
Yo me echo a reír, negando con la cabeza. Con mi otra mano me peino el cabello hacia atrás, salpicando un par de gotas, pero no lo libero de mi agarre.
—Me encanta que sea así —le confieso por primera vez. Anclo la mirada en el borde afilado de su mandíbula y después la elevo hacia sus ojos. La lluvia sigue furiosa a nuestro alrededor, pero no es impedimento para que mis palabras sigan fluyendo con ritmo—. Me encanta… su elocuencia y la forma en cómo se preocupa por los demás. Me encanta cuando sonríe porque un par de hoyuelos se dibujan en sus mejillas. Me encanta el sonido de su risa, su determinación, la confianza que se tiene a sí mismo. Me encanta cómo me hace sentir, cuando estoy con usted todo lo demás se vuelve insignificante. En realidad, me gustan muchas cosas de usted, Hyung.
Termino con el rostro colorado hasta la punta de mis orejas. Estoy nervioso pero también percibo notas de emoción. No he alcanzado a decirle todo lo que siento por él, así que por ahora me limito a observar su reacción. Hay un faro detrás de mí que ilumina su espléndido rostro y que también sirve como aliciente para que pueda acunar su mejilla sobre mi mano, acariciando con suavidad su piel.
—MinHyun… —musita con voz grave, apaciguada. Es la medicina de mis días grises. Y me voy inclinando—. Llámame por mi nombre.
Alcanzo sus labios y los presiono sutilmente contra los míos. Un escalofrío me recorre abruptamente la espina dorsal cuando ladeo la cabeza para profundizar el beso. Es tan placentero y glorioso, una colisión de estrellas para formar nuevas constelaciones. La textura de sus labios me convierte en esclavo y el sabor de su boca es idílico.
Quiero más. En un impulso acuciante le sostengo la espalda con ambos brazos y él me rodea el cuello para sujetarse con fuerza antes de tener sus piernas alrededor de mi cintura. El beso se intensifica cuando abre la boca e introduzco la lengua para buscar la suya. Él es el infierno en medio de la tempestad que nace entre mis piernas.
—¡Ustedes! ¡No pueden hacer eso aquí! ¡Lárguense a otro lado!
Nuestra repentina sesión de besos es interrumpida por los reclamos de una señora mayor de edad. La lluvia ha cesado sin que nos diéramos cuenta. Los dos nos disculpamos entre risas y tomados de la mano regresamos por el camino hacia mi auto. Todo esto es una locura, pero junto a él, extrañamente las cosas adquieren un sentido.
—Hyu… —me detengo—. Yixing.
He encendido la calefacción para apaciguar los temblores que se hospedan en nuestros cuerpos, cortesía que la lluvia y el frío nos han obsequiado. Por fortuna siempre llevo conmigo un suéter extra en los asientos de atrás. Se lo ofrezco al mayor, quién duda un poco antes de aceptarlo.
—Me gustas. Me gustas y mucho —retomo—. No sé…lo que pueda pasar. Pero de lo que sí estoy seguro, es que no quiero estar ni un minuto más sin ti a mi lado. Me haces sentir tan bien, yo…
Entonces Yixing se come mis palabras cuando toma prisioneros mis labios y los besa vigorosamente. Después se separa, dejándome a sus pies.
—No hables más —sonríe—. A mí me gustas también.
No puedo evitar sonreír como la luna menguante que ha sido testigo de esta noche. Dentro de mi pecho, mi corazón salta de alegría y me revienta los sentimientos hasta las estrellas. Le pido al tiempo que no me deje olvidar este momento, quiero atesorar nuestro primer beso para que en mi vida siguiente sea capaz de reconocerlo. Así estaremos juntos, para siempre.
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