Cuando se habla de «carcancha» podemos pensar en un auto viejo, una moto o cualquier aparato arrumbado e inservible que ya pide a gritos lo envíen a la basura. Pues en esta ocasión «carcancha» es algo muy diferente. Resulta que había una niña en mi pueblo muy bajita y morenita llamada Esperanza, la cual era bastante sociable y servicial que tenía 4 hermanitas y como no le podían decir Esperanza le decían «carcancha».

Ella era la mayor y, conforme fue creciendo llegó a ser el apoyo para su madre en muchos aspectos. No era raro verla venir con bolsas de mandado muy pesadas que a duras penas podía, cuando ya le era imposible llevarlas, las depositaba en el suelo y «disculpe usted» pero las llevaba jalando y arrastrando por el suelo terregoso, dejando en la tierra la huella de su bolsa como haciendo un caminito. De pronto se encontraba con algún buen samaritano que le ayudaba a llegar con la bolsa hasta su casa. También le tocaba cuidar a las hermanitas, que por cierto eran más altas que ella por lo que, cuando las traía en brazos casi les arrastraban los pies y regularmente se le veía cerca de donde habían vecinitos jugando, con una de sus hermanitas montada en su cuadril (costado de la cadera) riendo y divirtiéndose al ver a los demás jugar aunque ella no pudiera participar por tener que cuidar de sus hermanas. Cuando la enviaban a la tienda y sabía que no iba a traer muchas cosas llegaba a la casa de las vecinas y les decía- Voy a la tienda, necesita que le traiga algo?- y gracias a Dios, casi siempre había uno o dos  encargos que gustosa hacía, pues siempre sucedía que al entregar el paquete le daban una propina. 

La chiquilla era el alivio para todas aquellas vecinas que no querían salir de casa, que no querían caminar bajo el fuerte sol de la tarde o que debido alguna enfermedad les era imposible ir por lo que necesitaban. Oh perdón, se me olvidaba, también llegó a ser el «cartero». La correspondencia sólo llegaba al pueblo un día a la semana, los miércoles, así que no era raro que después de la una de la tarde, que era la hora en que ya había llegado el encargado con la correspondencia quienes la veían pasar le decían -Carcancha puedes llegar a ver si tengo carta? – la niña aceptaba gustosa y creo que era el día que mejor le iba. Aun la recuerdo con cariño, con sus vestiditos sencillos y sus zapatitos de plástico, su pelo cortado en forma de honguito y su sonrisa amable, siempre amable.

Esa era carcancha, y creo que en la mayoría de los pueblos hay una carcancha o un niño que al igual que ella hace el favor de hacer las compras a los demás por una pequeña moneda.

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