eBook gratuito disponible en lektu cultura digital – un ligero error del destino
(…)
Camino
al centro de convenciones, otra vez. Un pequeño grupo de neuronas
trabajaban por su cuenta en armar una idea para Teo, pero el resto de
ellas se resistía con facilidad. La idea era que, desde que había
llegado a Cartagena, Teo se había fijado en varias turistas, ya
fuere a causa de su llamativa voluptuosidad o belleza angelical,
que por azar había vuelto a ver al día siguiente e incluso otra vez
al siguiente. Muy seguramente porque casi nadie le pasaba
desapercibido, por la falta de costumbre de ver gente de otras
latitudes. Entonces ¿por qué no habría de volver a ver también a
la encantadora muchachita del crucero? Pero Teo, erguido, oculto tras
su edad como bandera de madurez, hacía caso omiso de sí mismo. O
eso intentaba.
El
profesor se reunió con sus colegas y Julio y Teo se quedaron con los
estudiantes. Desde la perspectiva de Julio, se habrían quedado con
“los de su edad”, pero Teo, no encajaba.
Era
demasiado joven para estar con los profesores y demasiado viejo para
estar con sus compañeros. Suspiró
e hizo lo que había tenido que hacer por diez semestres: Hacer de
tripas corazón y mezclarse.
El
pasatiempo favorito de los estudiantes mientras llegaba la hora de
ingresar al centro de convenciones para asistir a las conferencias
era tomarse fotos. Selfies
iban y venían, también tradicionales fotos en grupo tomadas por un
voluntario. Todos estaban tan felices y dichosos que
a nadie parecía preocuparle que ese maravilloso momento terminara.
De seguro habían ido antes a Cartagena y a lugares más lejanos y
hermosos y de seguro volverían luego. Teo, en cambio, luchaba por
permitirse disfrutarlo y en momentos se reprimía para disimular y
mezclarse con lo que para los demás era un paseo rutinario y
repetitivo. Se esforzaba para gozarlo
cuanto más pudiera, así que ahí estaba, arrimándose con apenas
actuada
confianza a los grupos para incluirse en las fotos. Unos le
integraban con gran
amabilidad,
otros con descarado
desdén.
La mayor dificultad de Teo era encajar. En el fondo sabía que
encajar
era una necesidad creada, no natural, que estaba tan bien difundida
que si no la asimilaba, fracasaría. Sabía que aparentar era una de
las claves en la vida y que iba a tener que hacerlo por el resto de
ella si aspiraba a tener una existencia que pudiera llamarse
“normal”. Iba a tener que aparentar para tener vida social y para
las entrevistas de trabajo. Y estaba seguro que, si no tuviera a
Carolina, también iba a tener que aparentar para conquistar a otra
chica.
Las
sonrisas de todos parecían tan legítimas… quizá lo eran. Todos
eran tan sanguíneos, tan alegres y
tan idóneos para
la situación…
si hasta tenían el rango de edad promedio para estar a punto de
licenciarse. Esa situación, solo era una de mil en las que Teo había
tenido que desenvolverse sin cumplir con el requisito de encajar.
Justo
cuando Teo creyó que había logrado mezclarse, los demás
estudiantes, liderados por los más eufóricos, llevaron la sesión
de fotos a otro nivel. Empezaron a atraer con amabilidad y calidez a
extraños, entre locales y turistas, para tomarse fotos con ellos. En
pocos minutos la actividad se convirtió en una improvisada
competencia, definitivamente divertida para ellos, que consistía en
tomarse una foto con la turista que estuviera ‘más buena’. Los
contendientes eran los frenéticos varones y las espectadoras, las
burlonas chicas. Estaban pasándola de maravilla. Teo trató de
aceptar que había llegado a su límite sin amargarse: ¿Cómo
diablos iba a ponerse a eso? Ni en un millón de años. Solo le
restaba esperar los escasos minutos que quedaban para que fuera
absolutamente necesario entrar al edificio, quedándose
ahí parado haciendo bien su papel de chico maduro, serio pero no
amargado, pues se procuraba reírse del espectáculo que hacían los
otros. Fácil, era cuestión de tiempo.
Pero
el tiempo no colaboró, bastó un segundo para que apareciera Luma,
justo como lo había presentido. O no justo, PEOR. La muchachita que
para Teo era de
hipnótica belleza, pasajera de un crucero, proveniente de otro
mundo, reapareció justo en medio de los compañeros de Teo en pleno
momento de su frenesí exhibicionista, en el clímax de su ritual de
apareamiento. Teo sintió unas garras clavándosele en el vientre.
Luma
llevaba una pañoleta blanca en la cabeza y sobre ella sus gafas de
sol. Llevaba puesto un top blanqui-azul con estampado de palmeras,
shorts y sandalias. Era del tipo de las que aparecían en E.S.P.N. en
competencias de fitness,
solo que con dos tercios de la edad. “Pero qué piernas y qué cola
las de esta china” pensó Teo. Y los demás no solo pensaron, sino
que actuaron. Los compañeros de Teo enloquecieron y se lanzaron
todos sobre ella, deteniéndose solo ante la cara de impresión y
amable asombro de Luma. Aún con un poco de gentileza, los futuros
licenciados le hacían ademanes a Luma para invitarla a tomarse la
foto. Solo era un montón de idiotas comportándose como tales. Luma
empezó a hablar, negando con el índice. Obviamente estaba
diciéndoles -en Francés-, que no entendía un comino de lo que
decían. Trataba de conservar la sonrisa y no parecer déspota. Las
compañeras de Teo pasaron de risas compulsivas a instar a los
imbéciles a que desistieran. Teo sintió la vergüenza que los otros
no poseían. En pocos segundos, sin necesidad de mediar palabras,
varias fotos de Luma fueron tomadas por y con los compañeros de Teo.
Poco a poco la fueron dejando en paz, asombrada por el rápido y
abusivo pero gracioso asalto fotográfico.
Había
llegado la hora y todos empezaron a desplazarse. Teo, no quiso irse
sin ver de cerca a su diosa. Se acercó con disimulo, sabiendo que
verla por tercera vez ya sería mucho menos posible.
Los
vivaces compañeros de Teo, en cuestión de segundos hacían toda una
proeza digna de recordar pero que, no recordarían. Eran capaces de
comprimir el tiempo con tal de vivir al máximo, haciendo lo más
posible en muy pocos instantes. Teo hacía lo contrario: era capaz de
dilatar el tiempo. En unos segundos de quietud podía apreciar y
disfrutar lo que alguien convencional no podría ver en al vida
entera. Se dispuso a contemplar a Luma. La primera vez, la había
tenido
a unos cuatro metros de distancia, ahora la tenía a uno. Ella había
sacado un celular y estaba tomándose una selfie.
Levantó ese brazo atlético para enfocarse y se retrató. Quería
obtener su foto antes de que se le pasara el asombro por lo que había
sucedido. Teo la observó centímetro a centímetro. Parecía estar
hecha de un material más caro que aquél con el que estaban hechos
los mortales. La sensación era esa misma que tenía cuando era un
mocosito de cinco años y veía los juguetes de sus compañeros de
salón. Tal parecía que en el mundo había cosas mucho mejores, pero
que, simplemente; Teo no tenía acceso a ellas. Cosas relucientes,
sofisticadas, bonitas, pero que solo cabían en sus sueños. Cuando
Teo estaba por ser promovido a los treintas, experimentó lo mismo,
pero no con cosas, sino con una persona: con Luma. Esa muchacha pudo
desde el primer contacto visual, hacer sentir a Teo como un niño
enamorado.
Luma
sonreía para sí misma en su autoretrato. Su sonrisa era enorme,
parecía partirle la cara. Los pómulos se le hinchaban
saludablemente con la sonrisa. Parte de la ansiedad que se desataba
en Teo cuando veía lo
que para él era una cantidad inusual de belleza,
era la pregunta sin respuesta de ¿qué se sentirá ser tan hermoso?
¿qué se sentirá ser tan deseado? ¿Será consciente de que lo es,
si quiera? Si de por sí las mujeres, creía Teo; eran lo más bello
concebible que existía, entonces, si había mujeres mucho más
lindas que otras… ¿hasta qué nivel se podía llegar? Teo estaba
ante una chica
de dieciséis, no solo una representante de los más hermoso que
había, sino que,
de remate, en
el momento cumbre de su divinidad.
Era
un breve
momento, creía
Teo,
antes y después del
que
la magnificencia era
ligeramente inferior. Era un Tabú, un mito intocable, las historias
de “Lolitas”. ¿Qué, en el nombre de Dios creador, qué tendrá
en la cabeza y en el corazón una criatura que para
un pobre hombre
es lo más hermoso del universo? “…El macabro ingenio de la
naturaleza fue darle a la mujer joven la belleza más deseable y al
hombre, el deseo. Así que no habría hombre genuino en la Tierra que
supiera como una mujer, lo que es ser deseado; ni mujer genuina que
supiera como un hombre, lo que es desear…” Pobre Teo, pensaba
mucho y hacía muy poco.
eBook gratuito disponible en lektu cultura digital – un ligero error del destino
OPINIONES Y COMENTARIOS