El pacto secreto de Abigail

-¡Es papi otra vez! -desgarró Abigail con el máximo de sus cuerdas vocales-. ¡Creo que está bajo mi cama!

Considerando que aún estaba media dormida y que por ende no podía visualizar todos los ángulos de la habitación, untó sus dedos con el agua de un vaso que había en un mueble para luego restregárselos por los ojos.

-¿Eres tú padre? Pero si yo te…

No hubo respuesta.

Abigail escupió sangre de su boca. Un viento gélido venía entrando por una ventana abierta y empezaba a arremolinarse en la habitación. Quería llorar, pero no podía. Temblaba. No podía moverse.

-«¡Ma…! ¡Mami…!» -fueron sus últimas palabras.

De pronto, un sonido inverosímil, casi imperceptible, que provenía debajo de su cama, llamó la atención de sus agudizados oídos de murciélago.

Un sonido tras otro sonido.

Una sonrisa cerrada, como la fina raya del horizonte lejano en el rostro obnubilado de Abigail, y que sus ojos, aunque abiertos, no eran capaces de ver nada.

Un monstruo, con la apariencia de su padre, estaba parado frente a ella y la miraba con entusiasmo e inquieta agitación. Más horrible que cualquier cosa que había visto, no tardó en cubrirse con las sábanas.

La niña empezó a contar en su mente: «uno… dos… tres… cuatro… cinco… seis… «

-¡Detente! -dijo el monstruo-. ¡Ése es mi número! ¡Justamente ése es mi número!

La niña, que no entendía bien lo que estaba sucediendo, noto que el monstruo tenía cierta empatía en su voz, lo que la hizo sentirse segura y destaparse para dejar su cara descubierta ante el frío.

Luego que su garganta se había mejorado, aunque levemente, Abigail hizo uso de las facultades comunicativas, lentamente, sin apresurarse.

-Tu voz me parece afable -dijo susurrando, como si el viento gélido hubiera hablado por ella.

El monstruo con la apariencia de su padre, asintió. Luego levantó uno de sus dedos como diciéndole «espera, tengo algo que mostrarte», y sacó un libro gigantesco desde su espalda.

El monstruo dio tres pasos en dirección de Abigail. Tres pasos.

Su sonrisa de media luna. Dientes dorados. La punta de su lengua estaba amputada.

-¿Conoces este libro? -le preguntó, sin apartar la visión de la niña, mientras movía sus manos a condición de un director de una orquesta. -Sus ojos eran penetrantes, carmesíes y rasgados. Un rostro triangular… Vellosidades en este y el resto de su cuerpo.

Adducebantur autem claues –contestó la niña-. «Las Clavículas de Salomón» -prosiguió.

El monstruo asintió nuevamente. Pasó sus dedos sobre las páginas del libro y se detuvo en una que se titulaba: «Vita Aeterna…».

La niña miraba con poderosa disciplina las palabras que salían de la boca del monstruo. Sin embargo, fue de una instancia impredecible que sus muecas se tornaron distantes y afligidas, como si algo le molestara o la incomodara más de la cuenta.

-Monstruo… ¿por qué llevas el rostro de mi padre? – preguntó algo embrollada.

-¿Acaso no es de tu agrado? -respondió el monstruo-. ¿No es la figura de tu “padre”, lo que más te llamaba la atención?

La niña balbuceo sin responder nada.

Para que la situación pareciera más agradable para Abigail, el monstruo dejó a un lado el inmenso libro para sentarse luego con las piernas cruzadas. Estaba dispuesto hacer lo que fuera para que la niña no se espantase y gritara; pues su madre yacía en otra habitación bajo la influencia de los sueños -o las pesadillas, quien sabe. Era muy inteligente.

Abigail se pasó por sus ojos los puños para despejarse.

El monstruo seguía sentado contemplándola.

-¿Te puede contar un secreto? -dijo de pronto la niña, sorprendiendo a la divinidad que ya empezaba a oscilar.

-Cuéntame lo que quieras -respondió-. Mis oídos están a merced de tus secretos.

Yo sé que tú no eres es mi padre -declaró Abigail-. Yo lo  asesiné el pasado martes.

El monstruo franqueó por un momento, como si la respuesta le hubiese llegado demasiado rápido, sin poder digerirla ni contenerla lo suficiente.

-¿Estás segura que fue un asesinato? -preguntó ladeando su cabeza. Por qué no me dices la verdad: jamás le mientas a un mentiroso.

-Esta bien -contestó la niña-. Lo he “sacrificado al diablo”.

El monstruo dio un par de palmadas. Luego se colocó de pie y junto a él se llevó nuevamente el libro gigante a sus manos. Buscó la página que hace unos momentos atrás estaba viendo; pero esto vez la orientó hacia la Abigail para que la viese. Y le dijo:

-El pacto aún no esta cerrado. Falta un último procedimiento que hacer.

-¡Cuál! -exclamó la niña entusiasmada-. ¡Haré lo que sea para disipar ese horrendo figura de mis recuerdos!

-Debes asesinar a tu madre durante esta noche. La quemarás mientras duerme. Así la imagen de tu padre se desvanecerá de ti para siempre. ¿Lo harás?

-Absolutamente, absolutamente -contestó.

-¡Maravilloso! -exclamó el monstruo admirado-. «Podrás al fin olvidar».

Después de haber aceptado la propuesta del monstruo -que sin duda era el mismo Diablo-, caminó hacia él y le apuntó a dónde debía dirigirse para entrar sigilosamente a la habitación de su madre. La niña no pareció estremecerse por la situación que muy pronto iba ocurrir: incinerar a su madre mientras dormía; pero todo parecía tan mágico y alegre para ella, que, en el transcurso por los pasillos de madera roída, brincaba sin parar a la par con el Diablo.

La tragedia aconteció. Fueron tan inmensas las llamas que su madre tenía encima, que el dolor la acabó de extinguirla súbitamente. Dado que, aunque la niña se había hecho amiga del mismo Diablo, este no podía negar que aún seguía siendo de carne, por lo cual la tomó en sus brazos para sacarla de la casa, antes que se le desplomara todo encima debido a la destrucción fascinante que había arraigado el fuego.

Ambos salieron de la casa a salvos. Sin embargo, aunque Abigail no se había ni quemado, ni caído o rasmillado acaso al momento de ejecutar la acción tenebrosa, contaba con ciertas heridas en las piernas y un sangrado que corría por sus largas y finas piernas. En la habitación de esta había arañazos en las paredes. Un mensaje estaba escrito en la ventana que estaba detrás de la cama: «¡Ayúdenme, se los suplico!».


URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS