El jardín del olvido
Parte 3.
Tras la puerta de entrada un pasillo. No hay paredes ni nada, solo un pasillo de veinticuatro metros de profundidad lleno de plantas exóticas que al pasar estiraban sus capullos para amarrarte en sus enredaderas o se abrían como almlejas hambrientas de colmillos afilados para intentar atrapar a su víctima y absorberle sus jugos con el fin de preservar la vida en ese sin sentido material que es su estado vegetativo. Yo iba espantándolas con las manos, dando vueltas sobre mí mismo mientras intentaba mantener el rumbo hacia la puerta. No fue fácil pero llegué, me planté delante y miré hacia atrás. A penas cuatro metros me separaban de la entrada principal y el pasillo estaba todo cubierto por una aparentemente bonita enredadera con flores de colores rojas, azules y naranjas. Cuando me volví a girar ya estaba dentro de la casa.
Me encontraba en una sala llena de objetos de todo tipo y de todos los tiempos que recuerdo. Ver todas estas cosas colgadas de la pared y decorando toda la estancia me produjo un escalofrío, era como estar en el mausoleo a mi recuerdo, a mi vida toda. Al fondo en la pared una puerta, y en el suelo una nota que decía <<vuelvo en seguida, la llave está en la mesa>>. Miré a la mesa más próxima junto a la puerta, las llaves estaban al lado de una foto que ilustraba el estado de desolación en el que me encontraba el día de mi noveno cumpleaños, cuando la boda televisada de los príncipes acaparó toda la atención de la masa social. A continuación de esta apareció otra foto del momento en que mi padre me entregaba el único regalo del día, un bello gesto de amor envuelto en el oscuro velo de la visión materialista de un niño. Mientras intentaba que las llaves abrieran la cerradura de la puerta en un violento forcejeo, pensaba en esta situación, en ese momento de salvación y alivio, hasta que de pronto caí en la cuenta de que mi inquietud era materialista , que podía haber disfrutado con la familia, que quizás ese sentimiento de alivio era causado indirectamente por la sensación de haber satisfecho un deseo egoísta inculcado durante años causándome incluso celo y rabia hacia mi propia familia, sangre de mi sangre. Pobre diablo. La cerradura, como sintiendo que el señor me había abrazado en su seno de arrepentimiento y comprensión se abrió al instante, pero al mismo tiempo que se abría esta, se creaba otra más arriba.
Volví a mirar, pero esta vez hacia el otro lado y ahí estaba, en el mismo lugar simétricamente opuesto. No me lo podía creer, habían decenas de recuerdos en la sala y cada uno con su bandejita para la llave al lado. Seguía reviviendo todos esos recuerdos de momentos importantes. Me había metido en un círculo vicioso en el que llegar al fondo de la cuestión era mi único deseo y cada vez que lo lograba se abría en mí una ventana al paraíso de las flores. Ahora lo que más me importaba era abrir la última cerradura y encontrarme con la persona que había apuñalado mi sosiego interno con una explosión de belleza desmedida que me desbordaba por completo. Por poco llego al límite de la cordura tras un esfuerzo inhumano, transformando los sueños que alguna vez fueron recuerdos en recuerdos vivos que alguna vez fueron momentos. Me preguntaba ya a partir del séptimo recuerdo quien era yo, ese manojo de nervios e inseguridades escondidos debajo de una corbata, ¡pero quien iba a ser si no el mismo producto de mi memoria! O quizás ¡del resultado de los actos que guarda mi memoria! Poco a poco fui librándome del peso de mi conciencia a medida que me depuraba de las malas intenciones y las emociones oscuras, hasta que por fin llegué a la última cerradura de todas. La puerta pesaba como quinientos kilos y solo una tremenda fuerza de voluntad provocada por la sensación de haber superado una tortura de electroshock pude abrirla no sin poco esfuerzo.
El jardín del olvido
Parte 4.
Tras la puerta nada. Todo vacío en una inmensa sala blanca. Todo a excepción de un cómodo sillón negro profundidad. Me senté en él, no sé por qué, pero tenía que hacerlo. Lo siguiente que recuerdo es caer en un vórtice de negro infinito salpicado de diminutas partículas que corrían hacia arriba haciendo que la sensación de caída fuera mucho mas fuerte. Podía haber estado cinco minutos o cinco años en ese vórtice. Me dí cuenta de esto solo cuando me descubrí sentado en un sillón transparente y las partículas ya no subían desenfrenadas sino que por el contrario flotaban casi estáticas a mi alrededor. Al poco de estar sentado una profunda voz asexuada de ultratumba rompió el sólido silencio como un trueno en la calma de una noche cerrada llamándome para decirme que <<el botón que te devolverá a tu dimensión está en algún lado de este espacio, la búsqueda puede durar eternamente, aquí el tiempo es solo una palabra sin fondo ni forma, depende de tí la decisión de permanecer aquí o de volver al cielo>>. Después de decir esto se disiparon todas las dudas sobre mi concepción del cielo y el infierno y me hizo entrar en un profundo estado de reflexión en el que se removían la metafísica, la ciencia y la filosofía hasta diluirse revelando en las aguas cristalinas de la verdad los secretos ocultos de nuestra civilización y de todas las civilizaciones habidas hasta llegar a ver el origen mismo del hombre. Si la caída en el vórtice pudieron haber sido cinco años, este estado reflexivo me pareció eterno. Pudieron haber pasado dos mil vidas perfectamente, cientos de generaciones de información concentrados en un único pensamiento, ¿qué te parece?. No me hizo falta buscar el botón, el botón siempre estuvo ahí en la costura del sillón, pasando desapercibido. El blanco apareció como una cortina cegadora iluminando toda la sala y dejándome ciego casi por completo; el sillón seguía siendo negro pero esta vez no era negro profundidad sino que reflejaba el brillo especial que desprendía como si estuviera reflejando la luz de miles de estrellas que brillaran en su interior.
Dejé caer todo el peso de mi cuerpo en el sillón, como si me fuera a echar la mejor siesta de mi vida. No me sorprendió encontrar la última puerta empotrada en el techo. La orgía musical se escuchaba cada vez más cerca, parecía que por fin estaba acercándome a ese sonido demoledor, parecía incluso que la música brotaba de mi propio cuerpo. Imposible esperar más. Tuve que ponerme de pie sobre el sillón para poder alcanzar la puerta, solo había una opción, empujarla para abrirla de par en par; la otra opción quedó descartada en los abismos de mi comodidad , enterrada en el sillón donde ahora me alzaba.
Fue como volver de un sueño, como haber vivido un déjà vu constante. La sala estaba repleta. La gente bebía, bailaba, se reían en fin se divertían. Las parejas se besaban, se miraban a los ojos y se amaban. Yo mientras tanto no podía parar de mover el pie y los dedos, estaba completamente extasiado, subido a la nube de la música, dejando que esta surgiera de lo más profundo y pasara a través de mí para que saliera por el saxo en forma de alarido de placer. No me sorprendió en absoluto mirarme de frente, mirarme a los ojos a pesar de la distancia que nos separaba. No me sorprendió verme con la boca abierta, estupefacto, como si estuviera viendo a un fantasma. Me reconocí al instante ahí de pié al final de la sala, sin mujer ni hijos, demacrado por el trabajo rutinario de la oficina y el odio acumulado contra mi mismo. En lugar de sorprenderme, me miré a los ojos y me dediqué el mejor solo de saxofón que podía haber tocado nunca y lo perdoné en lo mas profundo de mi corazón sin sentir lástima ni compasión alguna.
Cuando acabó el concierto, una extraña sensación corría por mi cuerpo, era como si el peso de mi consciencia hubiera desaparecido. Volví a casa, a mi casa con jardín, donde me esperaba el amor de mi vida con mis dos hijos y una pasión desmedida, para seguir disfrutando de la vida sin escusas ni mentiras.
Y me dí cuenta que el jardín de mis pesadillas era el mismo que en el que me encuentro ahora escribiendo estas memorias.
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