Agosto,
2020

Hola,
imbécil:

He
estado dos años alimentándome de tus migajas con sabor a hiel, con
un exceso de sal y frías como un témpano.

¡Seremos
felices y comeremos perdices!, reza el dicho popular. Vaya cuento de
hadas que nos han vendido siempre, sobre todo a las mujeres.

Recuerdo
que cuando te vi por primera vez, estaba en un bar desayunando y no
pude apartar los ojos de ti durante al menos 10 minutos, hasta que, claro, te diste cuenta y yo me puse roja como un tomate. Pero tú te
acercaste, y con esa sonrisa maravillosamente blanca y la tez como la
aceituna, me preguntaste: «¿Te tomarías un café conmigo?».
Y yo te contesté: «Claro,
me tomaría contigo cualquier cosa»,
y solté una risita estúpida que todavía me rechina en el oído. En
aquel momento debía ser tan imbécil como tú, aunque me duró poco,
por
suerte para mí. Yo
no
me quedo en la superficie y contigo enseguida toqué fondo.

Debo
reconocer que el tiempo que me duró la idiotez, se podría decir que
me sentía feliz, pero no era así, sólo estaba hipnotizada por una
fachada, que es evidente que es fantástica y es innegable que la
belleza está muy bien, pero llega un momento que te aburres y necesitas algo más.

Si
en una frutería ves una manzana brillante, tersa, madura y le hincas
el diente y te das cuenta que está podrida, buscas otra manzana con
menos presencia pero que te va a dejar totalmente satisfecha y esa es
la que te compras.

¡Parece
mentira que haya existido un tiempo en el que eras mi manjar más
apetecible!
Tan
dulce; caliente como un soplo de verano y con sabor a desayuno en la
cama. Ahora, todo eso me suena tan cursi… pero así es el amor de
empalagoso cuando todo te parece perfecto.

¡Cómo
me gustaba mirarte mientras dormías! ¡Me hacía tanta gracia ese ruidito que emitías al respirar! ¿Ruidito? ¿Cómo me podía
parecer encantador el más horrendo de los ronquidos? ¡Cómo podemos
llegar a estar tan idiotizados!

Ahora
disfruto del dulce ¿sabes, imbécil? Si me vieras ahora te quedarías
con la boca abierta. Te
doy las gracias
por ello. Tanto llamarme gorda y hacer que lo pasara tan
mal,
ha hecho que me
diera
cuenta de que fui yo la que dejé de quererme, porque tú nunca lo
hiciste. Te enamoraste de un físico, y yo de un imbécil.

Los
kilos que cogí por tu culpa, los he perdido gracias a mi decisión
de dejarte. He descubierto que es totalmente compatible comer y estar
divina.

He
comenzado a hacer ejercicio, pero porque me apetece y por salud, no con el
único fin de estar buena y es muy liberador.

Creo
que ya es hora de probar sabores nuevos y de tener una dieta variada.
Dos años alimentándome de lo mismo, ¡qué horror!, con la buena
gastronomía que hay por el mundo.

El
otro día, precisamente, estaba yo saboreando unos aldentes
tortellini, tirada en el césped del Retiro y te vi pasar. Ibas al
lado de un precioso Maserati, que se veía a la legua que era de
exposición. Mis tortellini eran de degustación, pero la diferencia
entre los dos, es que yo me lo puedo permitir, tú acabarás con un
triste Ford Fiesta mientras que yo me inflaré a caviar.

Eres
tan imbécil, que estoy segura de que cuando leas estas palabras, no vas
a ser capaz de entender la ironía y te quedarás pensando en el
Maserati. Eres tan simple y previsible. Igual que te machacas en el
gimnasio, podrías machacarte en la biblioteca, porque te informo que
el cerebro es un músculo también, claro que no creo que lo sepas. Y
los músculos que no se usan, se acaban atrofiando, ja, ja, ja, ja.

Sí,
imbécil, me río de ti. Estoy en todo mi derecho. Tú lo has estado
haciendo de
mí durante
demasiado tiempo. Aunque, la verdad, es que no sé si me das más
pena que gracia o viceversa. o las dos. En fin que me gustaría
hacerte esta pregunta: ¿Qué harás cuando el tiempo empiece
a hacer estragos
en tu físico? ¿Has pensado que cuando no puedas gustarle a nadie
por lo de fuera, mirarán dentro, verdad? Y ya te digo yo que no van
a encontrar nada.

Vas
a acabar comiéndote los mocos, solo y mirando tus fotos del pasado.
Lamentando que ya no tienes el mismo cuerpo definido y la misma cara
bonita. La belleza es efímera, querido. Perdón, la belleza es
pasajera. Es que no creo que conozcas la palabra efímera.

Sí,
definitivamente me das pena. Siento un amargor muy grande en mi
estómago cuando pienso en ti, pero necesito decirte todo esto para
no volver a tener ardores nunca más.

Una
gran parte del tiempo que pasé contigo, me sentí exprimida como una
naranja; pisoteada como las uvas y desechada como las sobras. Cada
vez que pasaba por una pastelería y miraba el escaparate, tu aroma
de machito me rodeaba y me daban ganas de vomitar. Por suerte, ya me
he curado de todo eso, y ahora todo huele a gloria a mi alrededor.

Ya
no consumo comida basura. Nunca más cometeré ese error. Muy
vistosa, sí, pero poco nutritiva y muy nociva para la salud. Eso
es lo que tú eres, imbécil.

Ah,
y ahora va el postre, lo mejor de todo. Voy a se mamá ¿sabes? Sí, sí, has oído
bien. Voy a tener un hijo, y yo solita. Tampoco necesitamos a nadie para eso. Que me quedan
estrías, pues serán las estrías más bonitas del mundo. Que se me
cae el pecho, pues dormiré más a gusto, que ahora no puedo
descansar cuando me pongo bocabajo y será un gran alivio, la verdad. Que engordo unos kilitos, serán de
felicidad. Ahora todo es dulce en mi vida.

Te
devuelvo los pocos regalos que me hiciste, no quiero tener nada tuyo
y menos unas mancuernas, un sujetador con relleno, unos zapatos de
tacón de aguja y un maletín de maquillaje. No necesito nada de eso.

Soy
preciosa, y tú eres tan sólo un imbécil.

Fdo.:
Tu ex, agradecida de serlo.

P.d.
A parte de que mi hijo nazca bien, sólo tengo un deseo para él, que
no sea un imbécil.

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