1. Perdido en la pasión.

1. Perdido en la pasión.

Matias Tanner

08/05/2021

1. Perdido en la pasión.

Cuando hablamos de pasiones lo primero que pienso es en lo mucho que me apasionaba conversar de fútbol con mi abuelo. Tenía la cabeza pendiente de lo que iba pasando en la semana, para debatirlo con él, en el asado del domingo. Hablar de esquemas, del batacazo de un equipo chico, ante un rival con historia, de algún pibe que la está rompiendo y merece minutos en la selección. Amaba la conexión que tenía con él. Hablo de Julio, hincha fanático de Racing. Era más grande mi deseo de conversar con el que de triunfar en el deporte.

A los 12 años el club de Avellaneda, me buscó para llevarme a inferiores y fue más la emoción suya que la mía. Su nieto algún día iba a vestir la amada albiceleste. Pero la vida no lo quiso así y una fractura impidió que mi futuro estuviera cerca de la pelota. Todavía recuerdo sus reproches. Pero más recuerdo cuando soltó “si te ibas ya no iba a tener con quien conversar de fútbol los domingos”. Si él supiera que años más tarde, cuando el Alzheimer avanzara, el que se quedaría sin su compañero sería yo, a lo mejor no hubiera soltado dicha frase.

Como en todo caso, fue progresivo, primero comenzó olvidándose de los nombres de los técnicos y a lo último solo le podía sacar con tirabuzones algún que otro nombre. Un Ruggeri o un Perfumo. A pesar de esto, yo me las arreglaba para mantenerlo al tanto y cuando me tocó ir a estudiar, manteníamos la costumbre mediante llamadas. Según mamá él se despertaba y lo primero que hacía era preguntar por una de mis vueltas.

Durante el segundo año de Universidad volví en el mes de abril. Recuerdo esa mañana de Martes, como si fuese hoy, nos sentamos a leer el diario deportivo, cuando veo el título “Racing – Gimnasia y Tiro se juegan el paso a los 16avos” acompañado de un gran anuncio “20% de descuento con tarjeta Formosa”. Inmediatamente me subió la alegría al cuerpo, por fin íbamos a poder disfrutar a Racing juntos. Esa misma tarde compré las entradas y lo vi estirar su casaca en la cama preparándose para el compromiso del domingo. Iba todos los días y le recordaba nuevamente sobre nuestra cita, era hermoso volver a ver sus ojos emocionados como ese martes.

Cuando llegó el día y lo buscamos junto a mi papá, Julio no entendía nada, estaba totalmente desorientado, perdido, era de esos días que la enfermedad le negaba retener un pensamiento más de 10 minutos. Camino al Antonio Romero le explique más de diez veces a donde íbamos y la verdad la situación me entristecía. Al llegar no reconocía el barullo, no identificaba los cantos, ni siquiera los colores de las banderas. Mientras los jugadores calentaban, Julio, inmutado. No registraba a Pillud, no recordaba a Saja y miraba extrañado al ídolo de Licha Lopez.

Faltando 5 minutos para iniciar el partido lo acompañé al baño, compramos hamburguesas y llamamos la atención de los porteños “que lindo ver a la familia en la cancha” nos decían. Nos volvimos a sentar en la platea y fue ahí cuando todo cambió. El pitazo del árbitro despertó a la conciencia del Nono. Su mirada tomó color, sus pupilas se dilataron y de un momento a otro el compañero que había perdido hace tiempo apareció en esas gradas. -Soltala- murmuró al Bou perder una pelota sencilla en una contra.

La academia no generaba buen juego, Gimnasia y tiro era más en esos primeros minutos. A los 35 se escuchó un -Más rápido Videla- entre todos los cantos, era mi abuelo que mostraba su fastidio. Terminó el primer tiempo y él, perdido. Para colmo, los porteños lo miraban más con rabia que con ternura.

Suena el pitazo del inicio del segundo tiempo y como arte de magia, el paisaje vuelve a tono. Julio consciente. Sus insultos se hacían oír, los porteños preguntaban por él y mi viejo me hacía cargo del paquete. Para mi suerte, ingresó De Paul maquillando a la acade con buen fútbol y salvándonos las papas.

Pisando los 40 minutos Acuña mete un terrible zapatazo, que rompe la red Salteña. El grito de gol nos llenó la boca a todos, menos a el nono que dejó salir un -por fin! si a estos muertos no le ganamos es el colmo-. Sin embargo ellos reaccionaron y Saja se convertía de a poco en figura. Dos tiros en los palos y los minutos parecían no pasar. Julito y yo invocamos a Quiricocho en cada ataque Salteño. Para sumar nervios llegan 3 de adición y nos pareció una eternidad -porque tanto?- preguntó Julio.

Pero un minuto después la felicidad nos tocó el alma, una contra dejó solo al Licha quien sentenció el encuentro. De esas cosas mágicas que tiene este deporte hermoso que nos permite disfrutar de un abrazo entre los tres, un abrazo que nos parte de alegría al punto de no contener las lágrimas. Nos mirábamos con mi viejo y sabíamos que Julio, mi compañero, el macanudo y carismático de mi infancia, el que tanto extrañaba había vuelto aunque sea por un par de horas, y que hermoso señores que hermoso poder abrazarlo nuevamente. El partido terminó, subimos al auto y él volvió a perderse. Pero en mi seguía intacto ese abrazo que conservaré para siempre.

Hoy 4 años más tarde de aquel día, en plena cuarentena recordábamos al ballet de César Menotti y el Racing de Perfumo, cuando de golpe vino a él un destello -¿Será que cuando todo esto pase podré ir otra vez con vos a la cancha a ver a la acadé?- preguntó.

No se muy bien cómo funciona su cerebro y que borra o no su enfermedad pero yo sigo luchando por crear recuerdos en su corazón. De esos que son tan fuertes que le llenan el pecho de alegría…

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