Memorice cada línea de su rostro, la curvatura y espesor de sus labios. Repetí en mi mente ese instante que se perdió en el tiempo y se volvió recuerdo.
Esa tarde de otoño, esa caminata ligera entre el vaivén de los árboles y esa figura borrosa que se aproximaba lentamente como quien va dando color a un lienzo perfilando en la brisa un cuerpo; así tan pronto nos encontrarnos y como víctimas de un hechizo no pudimos escapar o ignorar la oportunidad. Se nos dibujo una sonrisa entre miradas cómplices y las palabras se convirtieron en una cuenta regresiva que culminó en un beso.
Por un instante se disiparon las dudas y no hubo lugares, personas o momentos. Solo fueron nuestros labios fundidos en un beso en ese escenario perfecto. La magia envolvió el ambiente con ningún recelo, solo los dos en el universo y desaparecieron tanto preguntas como respuestas.
Nada importó. Ni un “te quiero”, ni promesa, ni un después.
Con el tiempo ese recuerdo sería “el mejor”, con la dualidad de la desesperanza y la impronta del anhelo. Quién diría que aún hoy su remembranza aceleraría mi pulso, reviviría el fuego y que por discreción, miedo y presunción lo mantendría en secreto.
Se repiten las tardes nubladas, las caminatas ligeras por las plazas arboladas y otra vez mi mente revive el momento y una vez más como una picardía ese escalofrío recorre mi cuerpo pero solo es un instante en que vuelve el recuerdo.
No hubo una oportunidad de bises, ni busque al autor de ese pequeño gran momento de mi vida y, me confieso cobarde, humilde e insegura. Preferí ignorar los instintos y explorar otros labios en busca de un mejor recuerdo.
Las oportunidades no se dieron, no existieron lugares comunes, momentos esperados. Lejos de los finales felices y de los reencuentros, cada uno siguió su camino. Me pregunto si él habrá apreciado ese beso de la misma forma en que yo lo guarde entre mis tesoros.
Es inútil cualquier replanteo, imaginar los posibles desenlaces, ya no hay lugar para los “si hubiera” forzado un encuentro. La vida es tan distinta a lo que muestran las películas, los cortos o las novelas. La realidad es incierta e inesperada. Los finales románticos de besos apasionados quedan solo en un simple momento capturado por algún libreto.
Mis labios envejecieron y, supongo que los suyos también. Perdí la textura, la humedad, las ansias, la euforia, la locura de mis años de jóvenes. Perdí el escenario, los jazmines y los canticos de oportunidad que nos envolvían esa tarde de febrero.
Mis caminatas se volvieron muchas, las brisas demasiadas, las figuras desdibujadas se multiplicaron por cientos y solamente hubo “una” que quedo plasmada en mi memoria como una captura fotográfica o un ideal supuesto.
Me confieso, nuevamente, cobarde… me quede con la costumbre, la cordura y la madurez aunque nadie… nadie podrá hacerme olvidar ese beso tan vivido, secreto y prohibido que aún conservo a flor de piel. Ese beso sin “te quiero”.

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