Transcurrida la media noche ocurre el anhelado suceso, el renacer del artista, solo puede reencarnar cuando el sol se esconde, bien sabe que es la cúspide de su libertad, es consciente que sus enemigos son incapaces de tocarlo. Aprovecha cada minuto, pues no es ajeno a la mortalidad, él conoce su origen y destino, sus vidas pasadas heredan generosamente cada experiencia, la estremecedora sensación de cada nota en el aire, la pluma plasmando cada estrofa en el papel o las delicadas pinceladas en el lienzo, pero no son más que recuerdos foráneos, la huella de otro “yo”, este es su tiempo… Sabe que debe culminar su obra, solo él puede terminarla, no confía en su futuro ser, la inspiración, por más que lo desease, no es heredable. El sueña con vivir para siempre, que para cada obra la dedicación sea ilimitada, pero acepta cobardemente su destino mientras observaba el amanecer por la ventana de su habitación con una sonrisa en los labios pues su obra está terminada, lista para permanecer oculta hasta que sus predecesores limpien el polvo de ella, la tragedia del artista por excelencia es que su arte no conozca la luz. El artista siempre escoge morir que pelear, es quizás la razón que lo hace merecedor de tan cruel destino, es tiempo de entregarse a la muerte, es hora de revivir al jornalero.
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