Son los detalles físicos los que nos arrastran a la historia, los que nos hacen creer u olvidarnos de descreer o, en el relato oral, aceptar la mentira aunque nos riamos abiertamente de ella.
John Gardner
Nacemos rodeados de objetos. Una cuna, una sábana, los guantes del médico que nos trajo al mundo son las primeras superficies que tocamos. Luego el sonajero, el biberón el oso de peluche y así hasta el momento que un anillo significa un compromiso, un coche la libertad, una manzana fresca la salud. Hay objetos que mientras nos acompañan a lo largo de la vida se van cargando de significado. Unos tienen valor sólo en un contexto determinado: el cuaderno que me regaló mi padre, la fotografía de mi abuela cuando era una niña etc. Otros han adquirido un valor general atribuido por la tradición: la Corona es el objeto que en realidad denomina al rey y a la Monarquía. Las cosas nos hablan, nos movemos en un bosque de símbolos.
Los publicistas mejor que nadie entienden esa identificación entre las personas y los objetos que poseen o desean poseer. Se habla del “perfil” de los consumidores de un tipo de población como si fuera una marca de su identidad. En esta sociedad donde todo se puede comprar los objetos toman una importancia desmesurada. Poseerlos es un signo de poder de dominación, de imperio. Pero siempre ha sido así. En mayor o menor medida los objetos que elegimos o los que nos han acompañado durante nuestra vida tiene un significado especial positivo o negativo que es inútil soslayar. Hasta la mujer más humilde de una aldea de África guarda con cuidado la vasija de barro donde podrá almacenar el agua de la fuente cercana y el jefe o el brujo de la tribu lleva unos collares o un cetro que le señalan como el guardián del poder o de los secretos del grupo. Los objetos que poseemos pueden también en nuestra sociedad, ser símbolos de poder que tenemos.
Pero los objetos que nos rodean están además cargados de otros significados: nos evocan el pasado, destapan la nostalgia, recuerdan a aquel amor perdido o a la persona que ya no está. Por eso y por su importancia vital en nuestras vidas los objetos son también centrales a la hora de intentar contar una historia.
En literatura lo importante no son los objetos que aparecen en el texto sino el sentido que les demos. Hay objetos melancólicos y objetos hostiles que marcan el relato. Hay objetos que se repiten y crean líneas sutiles en la narración o funcionan como goznes que enlazan las escenas.
Escribir es una manera de mirar la realidad, de observar los detalles.
Pero ¿qué detalles?
Para caracterizar al personaje es importante saber en qué casa vive, cómo viste, que tabaco fuma o si colecciona mariposas o pistolas. Los objetos que le rodean o que ha elegido son parte esencial de la descripción de un personaje, su aparición nos hace vivir la historia con más intensidad y sentido.
Como ya hemos dicho, al lado de su valor explícito muchos objetos tienen un valor simbólico, oculto o metafórico que multiplica su significado, lo hace más rico de matices. Por ejemplo al principio de Madame Bovary sus compañeros juegan con la gorra de Carlos. Después nos enteraremos del carácter débil de este personaje pero el ir para allá y acá de su gorra ya nos ha dado un anticipo simbólico de lo que sucederá en la novela.
Cuando decimos que un objeto es simbólico es porque su realidad física representa una idea espiritual. El símbolo a veces tiene muchos sentidos. Cada objeto puede ocultar varios significados depende de cómo lo veamos o lo enfoquemos. En la cultura occidental hay unos símbolos que ya está aceptados por el inconsciente colectivo. Si vemos una paloma blanca nos sugerirá paz, si dibujamos un corazón pensaremos en la pasión, si una escena transcurre en primavera en principio se supone que será alegre y soleada. Estos presupuestos se pueden burlar, buscar nuevos significados a los objetos pero tendrá que ser de una manera muy convincente para combatir el tópico.
Hay símbolos contradictorios depende de en qué cultura se utilicen, por ejemplo el blanco es positivo en algunos países y en otros como en la India, está asociado a la muerte y alluto.
La metáfora del griego metaphora (traslado) es un figura retórica que consiste en establecer una identidad entre dos términos y emplear uno con el significado del otro basándose en la comparación no expresada entre las dos realidades que dichos términos designan. La sucesión de varias metáforas da lugar a la alegoría. El símbolo es un objeto material que representa otra realidad inmaterial mediante una serie de rasgos que se asocian por una convención socialmente aceptada.
El trabajo literario siempre tiene que ver con la construcción de la metáfora. Hay metáforas básicas en la que la relación es obvia. Por ejemplo: El sol es una estufa de butano.
Otras metáforas son las de segundo nivel o metáforas de situación. En ellas dos elementos se ponen en relación y se contaminan mutuamente de un modo sutil. Es lo que se lee entre líneas de una historia.
El tercer nivel metafórico sería el de las historias simbólicas. En ellas la metáfora trabaja sobre el texto entero un mismo relato puede y debe tener varios niveles de lectura. Uno evidente y otros profundos. La historia simbólica apela a la comprensión inconsciente, a la lectura racional unida a la emocional. El Quijote es una historia o varias historias que ha ido adquiriendo valores añadidos y simbólicos según la generación que lo ha leído.
Los emblemas constan de tres elementos una imagen o figura, un título en forma de breve sentencia y una explicación más amplia del contenido implícito en la imagen y en el título. El tema o sentencia recoge a veces un adagio o refrán de contenido moral.
Cuando escribimos un relato no es lo mismo tener escopetas en una armario que una vajilla de porcelana. No es lo mismo viajar en un dos caballos que en el Concorde.
Es importante cuando situamos objetos en nuestras historias que estos formen parte de la acción sin detenerla y que seamos capaces de describirlos en el texto no sólo a través de la vista. Siempre conviene utilizar los cinco sentidos cuando queremos describir un ambiente o un objeto que tenga un especial significado en el relato y normalmente es posible describir una escena con un sentido que no sea la vista. Cualquier sentido la reemplaza perfectamente.
Cada uno de estos mecanismos espesa los textos, les da profundidad, más vigor y por lo tanto más poder de convicción.
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