Los cuentos hiperbreves

Extracto de la lección Los cuentos hiperbreves, cedido por Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja a la Fundación Escritura(s) para ser consultado en el Club de escritura.

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«Abretesésamo»

(Cuento que me contó una vez mi hija Adriana, fastidiada de que le pidiera un cuento).

Había una vez un colorín colorado, José Antonio Martín

Ocurre sólo cada cierto tiempo, pero, a veces, el aire es más limpio y el chopo, coronado de luz, presenta el porte más airoso que cabe imaginar; tanto, que hasta las hormigas que invaden su corteza nos resultan gratas y el edificio polvoriento del fondo toma un tono verdoso…

Ése es el instante único y preciosísimo que nuestra mirada quisiera poder retener para siempre. Es el momento de tomar la foto; de atrapar —a ser posible, en una sola imagen— la portentosa fecundidad del instante. Pensemos unos momentos en el cuento de la cita de arriba: Había una vez un colorín colorado.

Además de ser una expresión emotiva, la manifestación del cansancio de la niña ante la insistencia del padre —el equivalente a «Déjame en paz, estoy hasta el gorro de tus rollos…»—, el microcuento improvisado de Adriana encierra una lectura clarividente de la realidad. Toda una concepción del mundo árida, lúcida, dentro de estas palabras, en admirable síntesis de ideas, con la naturalidad y el buen humor con que sólo un niño —la frente alta, casi desafiante— puede expresar la trascendencia trágica de la vida breve.

El principio y el fin del mundo se apiñan en una única frase, pequeña, muy pequeña; un cataclismo sobreviene y hasta se traga el génesis mismo, enterito, de un golpe. Las palabras de Adriana son un hachazo al discurrir de los acontecimientos, a la obligatoriedad lógica de la secuencia de los sucesos. Todo es final: no hay nada más que un cierre, un telón que con todo ha arrasado, antes de comenzar —colorín, colorado—.

(…)

INTENSIDAD, PRESIÓN

La brevedad tiene la virtud de ceñirse a los impulsos cortos de la vida, a las emociones que son más de verdad. La vida es pura acción, y cada acto busca lo inmediato; y ninguna apetencia o emoción dura demasiado. Así, el minicuento es el molde perfecto para recoger la intensidad de ese destello fulminante que se pierde deprisa, sin apenas dejarnos tiempo de pedir el deseo que por derecho nos correspondía. Por eso deberá dejar ese trazo en el aire que es su rastro.

El cuentista puede imaginar acciones que tienen lugar a lo largo de siglos, y recoger un huracán interminable en un único soplo de viento frenético. Lo instantáneo es la intuición poética: un instante de éxtasis en el que se percibe la singularidad de una intriga, de una situación incongruente, de un mínimo átomo de vida que resulta estéticamente valioso.

Joseluis González —también en Dos veces cuento—, explica el truco magníficamente a través de una comparación. El poder seductor del cuento hiperbreve es como el corte que un cuchillo bien afilado produce en una escasa superficie. La hondura se acrecienta si la misma fuerza se reparte en una superficie más pequeña. Es la confirmación de la fórmula física: la presión es el resultado de la fuerza partida por la superficie sobre la que se aplica.

A menor superficie, mayor efecto de una misma presión. En cambio, las repeticiones borran el filo de la hoja del cuchillo… Si el faquir puede soportar un punzante colchón de clavos afilados sin excesivo dolor es porque el peso se encuentra distribuido. A menos kilos, menos fuerza, y menos dolor. Muchos clavos, mucha superficie, luego poca presión para el mismo peso: la idea que se opone al minicuento.

Con todo esto, seguimos viendo que si hablamos de brevedad no podemos perder de vista el objetivo… Porque se trata de prender lo esencial, lo intenso; no de cortar un trozo y quedarnos a medias —de amputar un texto para que quepa en la columna de un periódico—, sino de multiplicar la presión para que quepa lo mismo en mucho menos espacio. Igual que hacemos con las maletas cuando vamos de viaje: todo bien prensadito… Y por eso después, al abrirlas, saltan las ropas como locas, como empujadas por un muelle fantástico.

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