Un cuento, un cambio (extracto)

Extracto de la lección Un cuento, un cambio, cedido por Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja a la Fundación Escritura(s) para ser leído en el Club de escritura.

No pinto el ser, pinto el pasar.

Montaigne

Uno de los errores clásicos de los relatos que se escriben durante el proceso de aprendizaje es centrarse en la descripción, en generar un personaje creíble al que mostramos con todo detalle ante el lector, con un estilo esmerado y brillante, y con el que, una vez lo hemos dibujado en nuestro texto, no sabemos qué hacer. Lo normal para rematar el cuento es darle un giro de campanillas, totalmente inverosímil, que echa a perder ese retrato tan trabajado. Pero no echa a perder el relato, porque en realidad nunca hubo un relato ahí.

Tampoco hay que echarse las manos a la cabeza ante esto. Todos estamos de acuerdo en que los cuentos necesitan personajes, como mínimo un protagonista. Esto es inobjetable. Muchos buenos relatos se inician con la presentación que del protagonista hace el autor, su aspecto, sus gustos, sus manías, su entorno. Colocando al protagonista ante nuestros ojos. Pero hay que dejar una cosa muy clara: En un relato breve los protagonistas no son demasiado importantes.

Es cuestión de lógica, piénsalo bien. En los pocos folios que ocupa un cuento no hay espacio para conocer a un personaje, explicar sus móviles, su biografía o detallar sus sensaciones. De hecho, con los protagonistas de los cuentos no se produce la comunicación empática que sí se da en las novelas, no hay tiempo ni espacio para ello.

Todo esto sucede por una sencilla razón: En un cuento lo importante es lo que ocurre o lo que hace el personaje, no quién es. Lo relevante es la acción que el protagonista inicia o en la que se ve envuelto. Podemos contar qué es, cómo es, pero lo verdaderamente importante es que todos esos aspectos importantes queden patentes a través de lo que hace. Lo importante no es ser, sino hacer. La acción es el núcleo del cuento y, como toda acción, conlleva movimiento, cambio. Toda acción es efecto o causa de un cambio. De hecho se puede afirmar sin miedo que un cuento es la narración de un cambio.

Piensa en la idea de cambio. ¿Qué te sugiere? Haz una de esas tormentas de ideas de las que tanto hablan los publicistas. Piensa en palabras que asocies a un cambio. A mí se me aparecen movimiento, tránsito, ruptura, riesgo, empeoramiento, mejora, etc. Los cambios suponen el paso de un estado a otro, de una situación estable a otra en movimiento. La vida es una sucesión de cambios, y no somos los mismos tras uno de ellos del que éramos antes de dicho cambio. A los protagonistas de los cuentos les tiene que suceder lo mismo.

Por supuesto, los cambios no gustan siempre. A veces sí, y son placenteros, pero otras veces son traumáticos. Un amigo mío siempre usa la misma cita: “la única persona a la que le gustan los cambios es a un bebé mojado”. Los cambios llevan implícitos la inquietud y el desasosiego. Recuerda ese refrán español que tan bien nos define: “Mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Pero los buenos narradores saben que ahí es donde radica la fuerza de la narración, en que el lector se sienta atrapado, totalmente implicado, con el cambio que afecta al personaje. Por eso conviene que caiga en la trampa rápido, lo antes posible, para continuar la lectura dominado por la intriga.

Sólo hay un cuento cuando nos encontramos con un personaje enfrentado a un conflicto. Sin conflicto no hay cuento. La dificultad estriba en que es relativamente fácil imaginar situaciones e ir describiendo lo que se imagina pero, para elaborar un conflicto, lo que sería el nudo del cuento, no basta con imaginar e ir retratando lo que se imagina, hay q ue pensar. Hay que pasar de un plano meramente figurativo al de la reflexión; ten en cuenta que estás escribiendo, urdiendo tramas, vidas y conflictos, no estás sentado frente al televisor, viendo pasar imágenes sin ser partícipe de ellas.

Esto del cambio no es un consejo, es casi un imperativo para que lo que hagas sea narrar, y es de suponer que si estás leyendo esto es porque te interesa narrar. Así que ahí van unas muestras de cambios en la literatura. Sirva como ejemplo el magistral inicio de Crónica de una muerte anunciada de García Márquez.

El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.

Desde el inicio el lector está atrapado porque sabe que un cambio va a suceder. Lo dice el título y la primera línea de la narración, pero quiere saber cómo, quiere saber por qué, dónde, quién. Tras la lectura del comienzo se pregunta cuál es el conflicto. Sabe todo, pero no sabe nada, y el autor le cuenta ese cambio, la va a dar toda la información que ahora, porque se ha enganchado, necesita. El lector se da cuenta de que algo importante está en juego, y el interés que siente es creciente frase a frase, hasta el desenlace de la historia.

De hecho, tal como hace García Márquez, hay un recurso con muy buenos resultados que es comenzar el relato por el desenlace. Mostrar un suceso desconcertante, un cambio que precipita la narración de lo que le ocurre al protagonista a causa de ese cambio. Una acción es el detonante del relato.

Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.

Y luego Kafka –que por cierto queda mucho más inquietante escrito sin mayúscula: kafka– desarrolla las consecuencias de ese cambio, verse convertido en un escarabajo, en La metamorfosis. Como curiosidad filológica hay que decir que el título original Die Werwandlung estaría mejor traducido, y así lo han hecho en las obras completas que se están publicando sobre la edición definitiva y crítica del autor checo, como La transformación. Metamorfosis conlleva el matiz entomológico de la fase de larva, el capullo y la madurez como un animal distinto. Samsa no era una larva, no hay capullo, simplemente se transforma, cambia, tras un sueño intranquilo.

(…)

 

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