La supresión I

Eso que llaman la verdad no es más que la supresión de errores
G. B. Clemenceau

¿Qué tendrá que ver que los olorosos osos cojos con los ojos rojos son horrorosos con que la Habana aclamaba a Ana, la dama más agarbada?
Habréis advertido enseguida que lo que ambas frases tienen en común es la abusiva preponderancia de una sola vocal en cada una de ellas. O, dicho de otro modo, algunas vocales han sido claramente sustraídas, hurtadas o quizá abandonadas. A este artificio, con una o varias letras (no necesariamente vocales), se lo conoce por lipograma. Esta palabra procedente del griego que significa, literalmente, eso: “sustraer o abandonar una letra”.
Muchos escritores, de esos que gustan de los juegos formales, han practicado el lipograma. Quizá el más atrevido de todos fuera Georges Perec, que en 1969 publicó La disparition, novela en la cual se explora una misteriosa desaparición y que no contiene ni una sola letra e (la más común en francés).
Fue traducida al español (en la edición de la editorial Anagrama aparecen hasta cinco traductores, prueba del arduo esfuerzo que debió suponer) suprimiendo la letra a.
Esto no significa que la letra a sea la más frecuente en castellano, aunque puede que lo sea. El cálculo de la frecuencia de las letras no es fácil, ya que depende del texto que elijamos. En una novela cuyo personaje principal se llame Pirx (como en el magnífico Relatos del piloto Pirx, de Stanislaw Lem), evidentemente, habrá más equis que en otros textos; o si sobreabundan los participios y gerundios encontraremos quizá muchas enes y des. Podríamos tomar como referencia el Quijote, por ser comúnmente aceptada como la máxima expresión de la literatura en castellano y tratarse de un texto muy largo y complejo. En tal caso habéis de saber que la mayoritaria es la letra e (229.188 veces: 14%) seguida de cerca por la letra a (200.492 veces: 12,2%) y la letra o (162.512 veces: 9,9%). La primera consonante en aparecer es la ese (125.726 veces: 7,7%), en cuarto lugar. En todo el Quijote no hay ni una sola ka.
Sin embargo, si tomamos como referencia el diccionario de la Real Academia Española, probablemente el libro con más palabras diferentes de la lengua, la vocal dominante será la A. Esto se debe a que en los diccionarios no suele haber expresiones que incluyan vocablos tan comunes como “que”, “se” o “me”, tan frecuentes en cualquier texto.
Como veis, las vocales son siempre las letras predominantes. Esto es lógico, ya que en toda palabra habrá siempre alguna vocal y son sólo cinco. Se calcula que aproximadamente ocupan el 45% de un discurso o texto cualquiera. Las consonantes más comunes son S, R, N, D, L, C y las menos frecuentes son F, Z, J, X, W, K.
Pero volvamos al lipograma. Nos ha llegado, después de veintisiete siglos, la “Oda a los centauros” escrito por Laso de Hermione, que carece de la letra sigma (S,s), nuestra ese actual. Parece ser que otro poema suyo, un “Himno a Deméter”, seguiría la misma pauta. Lamentablemente, sólo ha sobrevivido el primer verso. Hay que dar a continuación un salto de novecientos años, hasta el siglo III d. C. Entonces aparece Néstor de Laranda (padre del también poeta Peisander de Laranda), que eleva el juego lipogramático a esfuerzo heroico. Este hombre reescribió un enorme poema épico, la Ilíada de Homero, suprimiendo en cada uno de sus partes (son veinticinco cantos) una de las letras del abecedario griego.
Es decir, que en el primer canto desaparece la alfa (A,a), en el segundo la beta (B,b) y así sucesivamente.
Se cuenta de otros magnos ejercicios semejantes a éste. Por ejemplo, un tal Trifiodoro (s. III – IV d. C.) habría realizado el mismo artificio respecto a la otra epopeya de Homero, la Odisea. Parece ser también que Pedro de Oiga, canónigo de la catedral de Rheims, hizo en el siglo XIII una recensión en verso (llamada “Aurora”) de la Biblia en veintitrés capítulos, cada uno de los cuales carece de una de letra del abecedario latino.
A partir de estas barbaridades se han sucedido muchos ejemplos magníficos de lipograma en la literatura hasta llegar a La Disparition de Perec. Suelen reseñarse los de Alonso de Alcalá y Herrera (1599 – 1662) que escribió cinco novelitas, bastante aburridas, cada una de las cuales carece de una vocal. A saber: Los dos soles de Toledo (sin la a), La carroza de las damas (sin la e), La perla de Portugal (sin la i), La peregrina eremita (sin la o) y La serrana de Sintra (sin la u). También en castellano, pero de menor extensión, fue el esfuerzo del siempre divertido Enrique Jardiel Poncela que publicó en el diario La voz, entre 1926 y 1927, cinco cuentos lipogramáticos. Veamos uno de ellos, el que carece de la segunda vocal:

Un marido sin vocación

Un otoño —muchos años atrás—, cuando más olían las rosas y mayor sombra daban las acacias, un microbio muy conocido atacó, rudo y voraz, a Ramón Camomila: la furia matrimonial.
—¡Hay un matrimonio próximo, pollos! —advirtió como saludo a su amigo Manolo Romagoso cuando subían juntos al casino y toparon con los camaradas más íntimos.
—¿Un matrimonio?
—Un matrimonio, sí- corroboró Ramón-.
—¿Tuyo?
—Mío.
—¿Con una muchacha?
—¡Claro! ¿Iba a anunciar mi boda con un cazador furtivo?
—Y, ¿cuándo ocurrirá la cosa?
—Lo ignoro.
—¿Cómo?
—No conozco a la novia. Ahora voy a buscarla…
Y Ramón Camomila salió como una bala a buscar novia por la ciudad.
A las dos horas conoció a Silvia, una chica algo rubia, algo baja, algo gorda, algo sosa, algo rica y algo idiota; hija única y suscriptora contumaz a «La moda y la Casa» (publicación para muchachas sin novio).
Y al año, todos los amigos fuimos a la boda. ¡La boda! ¡Bah!… Una boda como todas las bodas: galas blancas, azahar por todos lados, alfombras, música sacra, bimbas, sonrisas, codazos, almohadón para hincar las rodillas los novios y para hincar las rodillas los padrinos; lunch, sándwichs duros como un fiscal…
Al onzavo sándwich hubo una fuga súbita por la sacristía y un auto pasó raudo, y unos gritos brotaron:
—¡Adiós! ¡Adiós! ¡Vivan los novios! ¡Vivaaan!
Y los amigos cogimos otro sándwich —dozavo— y otra copita.
Y allí acabó la cosa.
Mas, para Ramón Camomila, la cosa no había acabado allí…
Al contrario: allí daba principio.
Y al subir con su novia al auto fugitivo, vio claro, vio clarísimo: ni amaba a Silvia, ni notaba inclinación ninguna al matrimonio, ni sintió su alma con la vocación más mínima por construir un hogar dichoso.
—¡Soy un idiota! —murmuró Ramón—. No valgo para marido y lo noto cuando ya soy ciudadano casado…
Y corroboró rabioso:
—¡Soy un idiota!
Silvia, arrinconada junto a Ramón, bajaba los ojos con rubor, y al bajar los ojos subía dos mil
grados la rabia masculina.
—¡Dios mío! —gruñía Ramón mirándola—. ¡Casado! ¡Casado con una niña insulsa como unas natillas!… No hay ya salvación para mí… ¡no la hay!
Incapaz para dominar su irritación, dirigió unas palabras durísimas a Silvia.
—¡Prohibido fingir rubor y mirar a la alfombra! —gritó.
(Silvia miró al parabrisas con infantil docilidad).
Y Ramón añadió para su sayo, alumbrado por una brusca solución:
—Voy a lograr su odio. Voy a obligarla a suplicar un divorcio rápido. Poco valgo si no logro inspirarla asco con cuatro o cinco burradas a cual más disparatada…
Y tal solución tranquilizó mucho a su alma.
Por lo pronto, al subir a la fotografía (visita clásica tras una boda), Ramón hizo la burrada inicial.
Un fotógrafo modoso y finísimo abordó a Ramón y a Silvia.
—Grupo nupcial, ¿no? —indagó.
—Sí —dijo Ramón.
Y añadió:
—Con una variación.
—¿Cuál?
—La sustitución más original vista hasta ahora… Novio por fotógrafo. Hoy hago yo la foto…
¡Viva la originalidad!
Y Ramón aproximó la máquina y advirtió al asombrado fotógrafo:
—¡Vamos! Coja por la mano a la novia y sonría con ilusión: La cara más alta… ¡Cuidado!
¡Así!… ¡Ya!
Ramón tiró la placa, y a continuación obligó al pago al fotógrafo; guardó los duros y salió con Silvia orondo y dichoso.
—¡Al auto! —mandó.
(Silvia ahora iba llorando)
—¡La cosa marcha! —susurró Ramón.
Al otro día trasladaban sus organismos a Irún. (Lo clásico, asimismo, tras una boda).
Ramón no quiso subir al vagón con Silvia.
—Yo viajo con los maquinistas —anunció—. Voy a la locomotora… ¡Hasta la vista!
Y subió a la locomotora, y ocupó su actividad ayudando a partir carbón. Al arribar a Irún había adquirido un magnífico color antracita.
Ya allí, compró sus harapos a un sordomudo andrajoso, vistió los harapos y marchó a la fonda a buscar a Silvia.
Y tocado con las ropas andrajosas anduvo por Irún, acompañando a Silvia y cogido a su brazo mórbido y distinguido.
Nutrido público los miraba al pasar, asombrado.
Silvia sufría cada día más.
—¡La cosa marcha! ¡La cosa marcha! —murmuraba todavía Ramón. Pronto rogará Silvia un divorcio total. Sigamos las burradas. Sigamos con la droga antimatrimonial, multiplicando la dosis.
Ramón vistió a continuación sus fracs más maravillosos, y al pisar un salón, un dancing u otro lugar público acompañado por Silvia, imitaba a los criados, y con un paño al brazo acudía solícito a todas las llamadas.
Una mañana pintó sus párpados con barniz rojo.
Por fin lo trasladaron al manicomio.
Y Ramón asistió a su propia dicha: su contrato matrimonial yacía roto y vivía imposibilitado para otra boda con otra Silvia…

Hemos dado un gran salto hasta Jardiel Poncela siguiendo la estela del lipograma en español, pero abundan los ejemplos anteriores en otros idiomas. No podemos obviar a Jacques Arago, buen dibujante, dramaturgo, viajero compulsivo y escritor juguetón que, mientras se iba quedando ciego de puerto en puerto, desarrolló su Curioso viaje alrededor del mundo en 1853 sin emplear la letra a. Comienza así:

Chère bonne, vous êtes bien impérieuse, bien despote, comment voulez-vous qu’une plume docile inscrive ici, sur votre ordre, un récit fidèle des vicissitudes de nos courses, puisque je dois subir le frein qui m’est si cruellement imposé? Que désire le coursier numide? Les brumeux horizons, les steppes et le désert : prêtez-moi donc plus de liberté, si vous voulez que je n’oublie rien des périlleuses difficultés de cette route si longue et si rude qu’on nous prescrit de sillonner. […]

Mención especial merece Gottlob Burmann de quien se dice que su fobia hacia la letra erre era tal que incluso la desterró de sus conversaciones durante décadas. Resulta imposible comprobar este extremo, pero sí que nos han quedado ciento treinta poemas suyos que ignoran la existencia de esta letra (presente en su propio apellido, por cierto).
De nuevo en el siglo XX Vincent Wright ejecuta el más perfecto ejercicio hasta la fecha en el idioma inglés, la novela Gadsby. Más de cincuenta mil caracteres sin la letra e; se dice que para evitar pulsarla inconscientemente tuvo que bloquear la tecla de su máquina de escribir. Un arduo trabajo que acabó en 1939. Murió a los sesenta y siete años, el mismo día en que su novela fue publicada.
Actualmente, en gran medida gracias a Perec, el lipograma ha adquirido mayor fama y son muchos quienes ejercitan este difícil juego. Quizá el proyecto más interesante al respecto sea el de Gyles Brandeth que está lipogramatizando las obras de Shakespeare. Hasta el momento ha terminado una versión de Hamlet sin la letra y (mucho más corriente en inglés que en español), otra de Othello sin la o, así como dos Macbeth, una sin la a y otra sin la e.
Por supuesto hay otros ejemplos en la historia, muchos aficionados se han lanzado a escribir poemas lipogramáticos, por lo general hurtando alguna de las vocales. Pero el asunto todavía se puede forzar más y hay quienes, no conformes con la dificultad, han decidido llevar el juego hasta su última consecuencia y, en plena enajenación, han olvidado todas las vocales menos una.
No son muy conocidos los cinco relatos de H.J. Witkam (a-Saga, e-Legende, i-Film, o-Sprook, u-Prul), el tercero de los cuales que fueron publicados juntos primeramente en 1955, aunque el tercero de ellos había ya aparecido en una publicación universitaria. Éste consta de cinco páginas, cinco personajes (Dick, Bings, Philips, Wilkins y Brit) y comienza así (doy por supuesto vuestro dominio del neerlandés, aunque la última frase de este párrafo es en inglés):

Ik zit in glimmig licht; frisch vind ik ‘t. Nicht Willink, spichtig, Indisch git, dringt driftig, twist vinnig, zit. ‘t Licht dimt schimig -‘t is stil. Film! Miss Will Wilkins, pril twintig, swingt licht, zingt hitsig: “Living with miss Will, swinging hips, lifting slips, kissing lips, giving killing thrill”. […]

También en esta línea tenemos algunos ejemplos en español. Es el caso del guatemalteco Antonio José Irisarri cuyo relato “Amar hasta fracasar” empieza de este modo:

La Habana aclamaba a Ana, la dama más agarbada, más afamada. Amaba a Ana Blas, galán asaz cabal, tal amaba Chactas a Atala. Ya pasaban largas albas para Ana, para Blas; mas nada alcanzaban. Casar trataban; mas hallaban avaras a las hadas, para dar grata andanza a tal plan. […]

No obstante, el amo y señor de esta forma extrema del lipograma es de nuevo Georges Perec. Recordemos que Perec, junto con otros autores contemporáneos, conformaban el grupo Oulipo, que experimentaban con nuevas técnicas literarias con el fin de dotar a los futuros autores de un mayor abanico de posibilidades para escapar de los conceptos de inspiración y creatividad románticos,
demasiado vinculados en su opinión con la sentimentalidad. Oulipo son las siglas de “Grupo (taller) de literatura potencial”. Una de las técnicas que exploraron con mayor ahínco fue, precisamente, el lipograma. Ya hemos visto como en La disparition se guardaba Perec todas las e en el bolsillo. Pues bien, no debían de caberle en casa puesto que tres años después, en 1972, publicó Les revenents, novela escrita íntegramente con esa vocal. Para ello se vio forzado a crear neologismos, cometer incorrecciones gramaticales y usar palabras de forma irregular, todo lo cual no resta ni un ápice de mérito al enorme esfuerzo del francés, por cierto.
Comienza así:

Telles des chèvres en détresse, sept Mercédès-Benz vertes, les fenêtres crêpées de reps grège, descendent lentement West End Street et prennent sénestrement Temple Street vers les vertes venelles semées de hêtres et de frênes près desqelles se dresse, svelte et empesé en même temps, l’Evêché d’Exeter. Près de l’entreée des thermes, des gens s’empressent. Qels secrets recèlent ces fenêtres scellées?

Y, por supuesto, tras más de ciento treinta páginas, acaba: «The End».