En el monólogo final de la película Smoke su protagonista, Harvey Keitel, sostiene un primer plano durante varios minutos mientras habla directamente a la cámara. Para hacer bien esto supongo que tienes que ser un actor tan soberbio como lo es él, pero en nuestro papel de espectadores contemplar desde la butaca momentos como este que os refiero es, sin duda, una situación de alta intensidad. Y es fácil que, después de observar un rostro que ocupa toda la pantalla y que habla sin dejar de mirarte, salgamos de la sala con la impresión de que era a nosotros a quien Harvey Keitel le estaba diciendo todo eso.
Cuando vi la película por primera vez aquellos minutos me impresionaron tanto que tuve la tentación de repetir. Y cuando fui a verla por segunda vez, mientras Keitel hablaba a la cámara, os confieso que expié por el rabillo del ojo a los espectadores que tenía más cerca. Entre las sombras de la sala me encontré con perfiles que se mantenían congelados mirando la pantalla, como si Harvey Keitel respirase por ellos, mientras que otros espectadores se removían inquietos en sus butacas. El motivo: la alta intensidad que transmitían las palabras de Harvey Keitel en la sala.
Hoy vamos a estudiar un recurso narrativo que tiene mucho que ver con lo que os acabo de contar. Se trata de la segunda persona.
La intensidad del recurso se debe a que ese “tú”, de la segunda persona, interpela siempre al lector. Cuando un personaje habla en un cuento y dice “tú” sentimos que ese “tú” se refiere a nosotros directamente. Es lo mismo que hacía Harvey Keitel en Smoke cuando miraba a la cámara. Si mira a la cámara, lo que percibes es que está mirándote a los ojos y que todo lo que diga entonces, te lo dice a ti. Por eso se trata de un recurso de alta intensidad. Porque establece un vínculo inmediato, sin apenas distancia, entre autor y lector.
Y por eso también, igual en literatura que en cine, es un recurso artificial. Es artificial porque rompe el espacio de lo ficcional al incluir dentro de la ficción a alguien situado fuera (ajeno al espacio de la representación) ya sea el lector o el espectador.
Todo esto nos lleva a que la segunda persona es un recurso a utilizar muy calculadamente, porque es raro que se utilice bien.
Vamos a empezar señalando los tres errores básicos relacionados con el uso de la segunda persona que suelen aparecer en los cuentos de aprendizaje.
1. Usar esa “falsa” segunda persona, que es la que tenemos cuando un personaje se habla en realidad a sí mismo
Es decir: un monólogo introspectivo en segunda persona, donde el personaje se desdobla en dos, como una especie de perorata con la propia conciencia. Esto resulta amanerado dentro de una narración. Y resulta amanerado, porque se trata de un recurso artificioso, enteramente extra- argumental, que afecta sólo a la retórica del texto, y no a la sustancia de los hechos narrados.
En cambio, este mismo uso tiene el carácter de una convención muy aceptable dentro de un poema, quizá porque la poesía es el género introspectivo por excelencia. Y porque -convencionalmente también- quien toma la palabra dentro de un poema es, más o menos, el propio autor. (O bien una versión ligeramente ficcionalizada del propio autor).
Para reflexionar subjetivamente sobre uno mismo, uno escribe un poema.
Pero es mejor que no lo haga dentro de un cuento.
En la narración tiene que haber personajes. Es a ese personaje al que le hacemos mediador objetivo entre el autor y su conciencia, sus sentimientos, etc., y no hablándonos de tú a nosotros mismos.
2. Emplear un narrador en segunda persona que le cuenta a otro, al destinatario, un montón de cosas que él ya sabe
Esta estrategia resulta de lo más artificial también. Y es, una vez más, un rebuscamiento retórico, ajeno por completo a la sustancia misma de lo que se narra. Se trata, además, de un acto de habla que nunca se da en la realidad. Y si se diera (si alguien me contara en detalle lo que hice en las últimas vacaciones) sería francamente inaguantable.
3. Error frecuentísimo. El personaje narrador le cuenta a otro, al destinatario, una serie de cosas que sólo le importan a él (al propio personaje narrador)
En realidad habla de sí mismo y para sí mismo y nos cuenta sólo cosas suyas.
De modo que no se comprende qué pinta en el texto ese “tú” inerte, pasivo, una pura oreja, con la que el narrador se desahoga a gusto.
Esto lo hacen, en la vida misma, todos los pelmas, los plastas y los desaprensivos en general. Pero no debe hacerse en un relato, porque -una vez más- el uso del “tú” queda reducido en este caso a una pura complicación retórica, sin eficacia argumental.
Bien, ya hemos visto cómo no debe usarse la segunda persona dentro de un cuento. Vamos a ver ahora en qué consiste un uso expresivo y eficaz de este recurso.
1. Dentro de un relato en segunda persona se debe dejar muy clara la situación de habla
Podríamos decir, incluso, que un buen relato en segunda persona es algo así como la trascripción de un acto de habla. Luego el lector debe saber:
-Quién habla
-Quién es ese tú a quien se le habla
-Dónde hablan los personajes
-Cuándo hablan
-Y-muy importante- por qué hablan
El texto, la escritura, debe justificar, y exponer mediante evidencias, cada una de estas cosas. Y esto nos lleva al siguiente punto.
2. En efecto: el destinatario, el “tú” a quien se le habla, ha de estar implicado en la historia y los hechos que el narrador le expone tienen que importarle directamente
En ese sentido:
– El personaje narrador le debe contar cosas que él no sabe.
-Y en la misma dirección, le debe hablar:
-para descubrirle algo
-o bien para pedirle algo
-o para darle algo
-o para lo que sea… pero para algo. Con alguna finalidad. Esperando provocar en él alguna clase de respuesta.
3. Por idéntico motivo, el destinatario se tiene que manifestar en la narración. Es decir: debe hacerse presente, activo, eficaz, a través de la palabra del otro
No es un “tú” inerte. Es un “tú” que hace cosas mientras le hablan. Que manifiesta sus estados de ánimo. Y estas acciones y estados de ánimo hemos de conocerlos a través de lo que dice el narrador:
“¿Lo ves? Ahora me ofreces un cigarro porque piensas que estoy nervioso. Pero estoy muy calmado en realidad. No; no te rías. Yo no tengo por qué mentirte”
En cierto modo, podríamos decir que un buen relato en segunda persona -o una buena carta, incluso- es en realidad un diálogo a una sólo voz.
Esta es la clave del recurso.
Porque si el relato está estructurado como un diálogo, entonces el texto se llena de intensidad, en la medida -precisamente- en que el lector, situado en el lugar del “tú”, está interactuando en la propia historia, complicado en ella, interpelado por los hechos que allí se narran.
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