Extracto de la lección La metáfora, cedido por Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja a la Fundación Escritura(s) para ser leído en el Club de escritura.
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La metáfora consiste en dar a una cosa el nombre de otra en virtud de una semejanza que las une. De este modo, Francisco Umbral escribe:
El río, gran cocodrilo de todo el año, dormía un sueño invernal.
La metáfora consiste aquí en dar al río el apelativo de «cocodrilo» tomando como base el parecido que hay entre ellos. Los dos, el río y el cocodrilo, son alargados y de color verdoso. Y la imagen juega además con otra semejanza: el río que se hiela en el invierno y la costumbre de hibernar de algunos reptiles. De manera que, bien mirado, mirado con mirada de escritor —con ojos de artista, como antes decíamos—, sí que hay semejanzas, en efecto, entre un río y un cocodrilo. Podemos llamar «cocodrilo» al río, y de este modo hacemos una metáfora «El río, gran cocodrilo de todo el año, dormía un sueño invernal».
¿Habéis pensado alguna vez qué le añade la metáfora a la escritura? ¿Por qué nos gusta leer metáforas? Pues el placer viene, según pensamos, de que en toda buena metáfora hay siempre una riqueza sobrante, una propina de significado, por decirlo así; de que al contarnos una sola cosa, el escritor nos cuenta dos. Volvamos, por ejemplo, a ese río/cocodrilo de Francisco Umbral.
Lo primero que la frase nos descubre, sí, es que hay semejanzas entre un río y un cocodrilo… Porque el sentido literal y garbancero de la oración no sería más que éste:
El río se helaba en invierno.
Pero, a la hora de transmitir la idea, Umbral no se conforma con levantar acta del hecho —tal como haría un notario—, sino que nos propone, además, que visualicemos un gran lagarto dormido.
Así, como un inmenso saurio aletargado —nos dice—, era el río en invierno.
Con sólo esto, ya estaría cumpliendo con su deber de escritor, que es ofrecer dos cosas por el precio de una. Observad, sin embargo, que todavía nos da más. Nos da un suplemento de emoción. Porque cuando leemos «El río se helaba en invierno» es que nos quedamos tan pichis. Nos da igual… Ya se deshelará en primavera.
Saber que el río dichoso se congelaba en el invierno nos deja igual de congelados.
Sin embargo —sin embargo—, si a la vez que recibimos este dato se nos hace imaginar el río como un enorme saurio que duerme… la cosa cambia del todo. Lo primero, porque percibimos al río como a un ser viviente. Y, después, porque captamos —es cierto— que el río tiene algo de animal gigantesco, y es un dios acuático, sinuoso y temible, cuyo sueño nos sobrecoge.
El río, gran cocodrilo de todo el año, dormía un sueño invernal.
Un río que se hiela en invierno es una curiosidad de la orografía. En cambio, ese río, entrevisto como un saurio que hiberna, es una imagen atávica y poderosa. Al leerla recobramos el poder visionario de la infancia, la agudeza del sueño, y algo de la magia que asimilan las cosas por el simple contacto o el parecido. Convertir unas cosas en otras por arte de magia es el poder de la metáfora. Y, tal como hemos visto, la operación no es complicada… —Se toma el sentido literal: El río (alargado,sinuoso,verde) se helaba en invierno; —se busca un objeto semejante: El saurio (alargado,sinuoso,verde) duerme en el invierno; —y se elabora la imagen donde se funden ambos: El río,gran cocodrilo de todo el año,dormía un sueño invernal.
Así que el beneficio final de la metáfora, la propina de significado con que enriquece la frase, consiste en lo que podríamos llamar un trasvase de emoción. Ver un río helado es bonito, curioso… Pero ver a un gigantesco cocodrilo dormido debe producir, al menos, cierta consternación. El río —dice Umbral— era un dragón aletargado. Y de este modo, a través de su metáfora, nos hace imaginar el río helado que él miraba en su infancia con la misma emoción con que veríamos a un dragón dormido.
Dos cosas en una; dos por el precio de una.
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