Quién no ha pasado alguna vez cerca de una pareja, justo en el momento en el que se dicen:
Mira, menganito (o menganita): no me montes una escena.
Esto es algo bastante común. De hecho, lo habremos visto montones de veces; en cualquier sitio y a cualquier hora. Pero, no se porqué, los supermercados suelen ser lugares muy aparentes para que surjan este tipo de diferencias.
Supongamos que una tarde, merodeando entre los estantes de conservas de un supermercado, escuchamos la frase mágica de alerta: mira, no me montes una escena. Es muy posible que nos entren unas ganas tremendas de no alejarnos demasiado. Para disimular, claro (porque no es de buena educación esperar con los brazos en jarras a que se despellejen) puede que cojamos la primera lata de tomate que tengamos cerca y nos convirtamos de repente en estudiosos de etiquetas. Y todo, ya lo habréis sospechado, por ver en qué acaba la cosa.
Una vez coincidí en una línea de caja con un famoso escritor que estaba montando una escena a su mujer por un paquete de arroz. Desde aquel día, cada vez que comemos arroz en casa, rara es la vez que no me acuerde de la escenita.
Bueno, hablando más en serio, con todo lo anterior trataba de convenceros de que las escenas, si tienen fuerza y están bien construidas van a ser difíciles de olvidar.
Como se trata de estudiar la escena, lo mejor es que empecemos por dar una definición:
“Escena -se dice en los manuales- es una parte del relato cerrada en sí misma, delimitada, de modo que constituya una secuencia bien caracterizada de la trama”
Lo que tenemos con esta definición es una idea de cierre, de unidad completa y característica. Para que esto pueda darse depende de que la escena, en si misma, tenga planteamiento, nudo y desenlace. Y si tiene esta estructura, la escena, en sí misma, es una pequeña historia. Una unidad de acción completa. Sobre las características de la escena hablamos ya, en el tema dedicado al ritmo del relato.
Allí definíamos la escena como esa parte del relato donde el tiempo de la historia y el tiempo de la narración coinciden. En una escena, pues, el narrador nos está contando los hechos al mismo tiempo que suceden. Es decir, el lector asiste a lo que ocurre. Se convierte en un espectador de los hechos. Por eso la escena es un recurso de alta intensidad.
En una escena hacemos que el lector presencie los hechos de la historia. Y en esta misma medida la escena es un “recurso peligroso”.
La razón es bien simple. Si los hechos que el lector presencia a tiempo real no tienen interés, el aburrimiento está garantizado. Una escena donde no ocurre nada es insoportable. Con esto llegamos a algo fundamental: no se deben escenificar aquellas partes de la historia donde nada está en juego. Ya vimos que cuando en la historia no suceda algo decisivo, o se recurre a la elipsis o bien ese tiempo se sintetiza en unas breves frases de resumen.
Claro que quizá estéis ahora mismo pensando en la pregunta del millón:
¿Qué es importante y qué no lo es dentro de un texto narrativo?
Una vez más, lo importante o no importante dentro de un texto narrativo depende, sobre todo, del cambio. Cualquier acción es importante si tiene efectos en el desarrollo de la intriga, si cambia en algo las cosas. Y es irrelevante si no cambia nada.
Por la misma razón, es importante que algo haya cambiado en la historia entre el principio y el final de una escena.
Y lo mismo en narrativa que en la vida, allí donde no va a cambiar nada, no hay que hacer ningún tipo de escena.
Escena y diálogo
Cuando pensamos en una escena, lo primero que se nos viene a la cabeza es una situación en la que hay dos o más personajes dialogando…
De hecho, la mayoría de las escenas suelen articularse por medio del diálogo.
Ahora bien: ¿puede haber escenas sin diálogo? Pues si nos atenemos a la definición está claro que sí. En una escena puede haber diálogo o no haberlo.
¿Quién no recuerda la famosísima escena de la ducha en Psicosis, donde no se dice una sola palabra?
Una escena -ya lo hemos dicho- es una unidad de acción, cerrada en sí misma, que trascurre a tiempo real. Y en esta acción puede haber personajes dialogando, o personajes en silencio que hacen cualquier cosa. Lo esencial es que lo que los personajes hagan en una escena sea importante para la acción del relato.
Podemos dedicar varios párrafos de un cuento a contar como Marisa prepara una paella. Si narramos cada gesto de Marisa a tiempo real, la acción será una escena formalmente… Pero desde el punto de vista narrativo estaremos ante una escena con valor de descripción, puesto que nada con auténtica tensión o significado está ocurriendo allí.
Supongamos ahora que antes hemos dicho que el marido de Marisa es el que ha invitado a comer a Rita, con la excusa de que es una compañera nueva de oficina, recién llegada a la ciudad, que no conoce a nadie y que, además, adora a los niños. Pero Marisa no le cree ni una palabra. Es más, sospecha que Rita es la amante de su marido y que invitarla a comer es llegar demasiado lejos. Así que, decide preparar el arroz en dos paelleras distintas y poner en una de ellas una amanita muscaria. Si yo sé todo esto antes de que Marisa entre en la cocina, preparar esa paella puede ganar mucho en intensidad. Porque estaré pendiente de si se atreverá al envenenamiento o no. Pero sin esta condición, es una prueba de fuego para el aguante del lector asistir a cómo Marisa lava, corta y añade a la paellera cada ingrediente.
El eje de la escena
Como una escena es una unidad de acción cerrada en sí misma -una especie de microcuento dentro del cuento, por expresarlo así-, muchos de los recursos que aplicamos al relato, conviene emplearlos en el diseño de la escena.
El principal de ellos: usar un objeto, una cosa/cosa que:
-articula la escena, y actúa como eje del discurso,
-focaliza la acción y evita que se disperse,
-y tiene el poder de “cargarse” simbólicamente y representar de un modo plástico y concreto el tema.
El objeto, por lo mismo, debe estar siempre visible y fijo en la atención del lector. De modo que las repeticiones habrían de ser continuas.
Veamos unas palabras de Italo Calvino en torno al valor y utilidad de los objetos:
Desde el momento en que un objeto aparece en una narración, se carga de una fuerza especial, se convierte en el polo de un campo magnético, un nudo en una red de relaciones invisibles. El simbolismo de un objeto puede ser más o menos explícito, pero existe siempre. Podríamos decir que en una narración un objeto es siempre un objeto mágico.
Sin que sea una regla infalible, conviene, como decimos, que una escena esté focalizada sobre un objeto, sobre una cosa/cosa. Esta es una estrategia muy utilizada en los buenos guiones de cine.
Si un muchacho quiere mostrarle a otro que ahora le considera su mejor amigo le regala su guante de béisbol. Si una esposa decide separarse de su marido pone en la basura la lámpara azul que les regaló la suegra.
Y de este modo, la escena de la amistad, o la de la separación, girarán sobre el guante o la lámpara. Los personajes hablaran sobre el guante o la lámpara en vez de hablar sobre vaguedades. Siempre habrá una cosa delante de los ojos del público, representando el tema (amistad, separación, lo que sea).
–
El Club de escritura es una plataforma gratuita para la didáctica y la práctica de la escritura gestionada por la Fundación Escritura(s). Los materiales de la biblioteca de recursos han sido cedidos por Talleres de escritura creativa Fuentetaja, la mayor plataforma de talleres literarios en español.