Todos conocemos gente que te empieza a contar historias y no acaba nunca, y no precisamente porque sean Sherezade, todo lo contrario, sino porque según te van contando algo se dejan llevar por flecos superfluos de lo que cuentan y de ahí sacan otro tema, y de este tema nuevos flecos y nuevos temas, y así hasta la extenuación. Para ser exactos hasta que le recuerdas a esa simpática vecina – siempre suele ser una vecina o una tía- lo que se supone que te tenía que contar porque ya se está haciendo tarde. Es ese tipo de gente de los que decimos que se enrollan como persianas, y cuando al abrir el portal ves que se acercan por la calle, provocan que corras al ascensor para no tener que hablar con ellos.
Bueno, como ves yo también tengo ese defecto. Lo que suele ocurrir cuando se habla de la digresión es que uno se vaya por los cerros de Úbeda. Porque lo normal es que se piense que la digresión es eso, los momentos en que al autor se le ha ido la cabeza y se ha dejado llevar por libres asociaciones extrañas hasta que se da cuenta de ello y vuelve al camino correcto y trazado por su discurso. Pero no es así. La digresión no es sólo una manera de rellenar páginas, y si lo fuera no dejaría de ser estúpida puesto que nadie prefiere libros gordos, ni cuentos farragosos, ni textos plúmbeos.
Si hasta aquí has estado atento a lo que hemos hablado ya sabrás que la digresión no debería tener muy buena prensa en este curso. Si un cuento tiene que ir de menos a más y es importante decir las cosas con las menos palabras posibles, siendo breves y directos, ¿por qué he de conocer y usar algo tan contrario a estos puntos como es la digresión? Pues muy sencillo: porque no es contrario, sino complementario.
La digresión, desde un punto de vista técnico, vendría a ser lo contrario de la elipsis. La elipsis consiste en que a una unidad de tiempo de la historia no le corresponde ninguna unidad de tiempo de la narración. Es cuando el narrador hace un punto y aparte porque considera que no debe contar eso. Pues bien: justo cuando sucede al contrario, cuando al tiempo de la narración no le corresponde nada en el tiempo de la historia, es cuando hay una digresión. La digresión es, por tanto, cuando el narrador divaga alejándose del tema para hablar de aspectos secundarios de dicho tema, o bien de algún otro asunto enteramente al margen.
Con todo, se trata de un recurso muy utilizado en la novela. Puede servir, de hecho, para complicar la acción, por ejemplo. A veces los tramos digresivos son anticipaciones de lo que va a suceder más tarde. En este caso, el nombre del recurso es prolepsis; pero no dejan de ser digresiones puesto que interrumpen la acción principal. Viene a ser algo parecido a la catáfora, que coloca un elemento cuya comprensión total sólo tendremos tras leer la frase siguiente, con lo cual nos empuja a una lectura casi obligada. Un ejemplo sería esta frase de León Felipe: “Ésta ha sido siempre mi doctrina: Todo lo ha hecho la fuerza poética del hombre”.
Pero aparte de este uso –esencial al desarrollo narrativo- la digresión sirve también para crear una pausa en la acción principal y dejar suspendido el tiempo de la historia: para dar suspense al asunto. Un ejemplo típico de este recurso son las interrupciones a las que se somete a los criminales en las películas de Hitchcock. Imagina que un hombre mata a otro en su casa, sabe que tiene quince minutos hasta que llegue la esposa del muerto. Cuando está deshaciéndose del cadáver llama una vecina, o un vendedor de biblias, o cualquiera de esos seres humanos, por llamarlos de alguna manera, que aparecen en la puerta de casa intempestivamente. Saben que hay alguien dentro, por lo que él coloca el cadáver tras el sofá mientras la vecina o el vendedor le cuentan su historia. Toda esta escena sería una digresión porque no tiene nada que ver con la trama principal.
Otra digresión muy utilizada es el flash-back caracterizador, llamado finamente analepsis. Es un recuerdo sin consecuencias para la acción principal,
pero que funciona muy bien para dar a conocer al personaje, sus motivaciones, etc. Pero no deja de ser un paréntesis en la acción, una digresión al fin y al cabo.
Por último, la digresión se emplea a menudo como un recurso documental. Es de uso continuo en la novela histórica. Por ejemplo, cuando se explica al lector cómo era la agricultura de esa época, o el tráfico de esclavos, todas esas puntualizaciones y datos que el lector desconoce por regla general, pero que el autor considera importantes para entender la trama y la obra son digresiones. Y su valor, en este caso, es reforzar la verosimilitud de la historia.
Hay un tipo especial de digresión llamada parábasis, cuyo origen proviene de la tragedia griega, y que designa esos momentos en que el autor incluía sus opiniones sobre la acción en las voces del coro. Es un recurso que permite un distanciamiento de la trama y un acercamiento al público, que ve sus propios pensamientos reflejados en la obra. Hoy en día se llama parábasis a cualquier intromisión del autor en la obra, ya sea de modo directo, cuando el autor es un personaje más de la historia como Cervantes en el Quijote o Unamuno en Niebla; o de modo indirecto, cuando el autor coloca sus juicios personales en la voz del narrador, como hacía siempre Pío Baroja.
Esto me recuerda que, aunque también hay pelmas que nos dan la lata y hacen que huyamos de ellos, hay otros que nos engatusan con su charla y perdemos horas escuchando sus digresiones embelesados. Son gente con magia, como la ya nombrada Sherezade, capaz de embelesar a un rey durante las noches de dos años, nueve meses y un día con sus relatos. Pero sin ir tan lejos, piensa en un café con un amigo. La conversación está llena de digresiones, de nuevas vías de conversación que se abren y cierran, y a nadie le disgusta eso, porque no es una reunión de trabajo, sino una charla informal. Por eso hay autores que, aunque siempre están andándose por las remas, nos conquistan hasta el punto de que son esas digresiones, esos comentarios, los que los hacen interesantes. ¿Qué sería de Proust sin sus desvaríos?
De modo que las digresiones, las intervenciones de narrador, están presentes en cualquier texto, aunque no sea de forma tan evidente como en las que hemos visto. Y la digresión, a efectos, está situada en el centro mismo del hecho literario.
Si reconocemos que, de entre las funciones del lenguaje, el uso literario está centrado en la función poética o estética, aceptamos que la literatura no se limita a dar una información objetiva, sino que pretende suscitar una sensación de belleza, de creatividad a través del lenguaje, utilizando todos los recursos a su alcance. En literatura el medio es el mensaje; no importa sólo lo que se dice, sino cómo se dice, y por eso son tan importantes las digresiones.
Cuando un narrador, que es la voz de la historia, el portavoz de lo que sucede, narra, debería ser una mero enunciador que no aporta opiniones ni visiones personales; debería ser frío y denotativo, pero de hecho no lo es. No lo es porque el narrador es la voz del autor, es una parábasis directa. Si un narrador dice:
Como todos los hombre bajitos, Pedro soñaba con hacer algo grande en esta vida.
El narrador se limita a decir que 1) Pedro era bajito y 2) soñaba con hacer algo grande en esta vida. Pero el autor dice que: todos los hombres bajitos sueñan con hacer algo grande en esta vida; y eso es un opinión. Por tanto, en un enunciado como este se dan dos voces: la del narrador que informa y la del autor que opina. El uso del lenguaje literario es profundamente digresivo. Y sólo una narración objetiva y fría, desapasionada, podría no serlo.
Por eso en el siglo XX, con el crack de las grandes historias, que todos asociamos a las novelas decimonónicas, cobra mucha importancia el lenguaje y con él, la opinión del autor. La literatura no son ya textos sobre la vida, sino textos en sí; y como textos sin conexión directa con un referente externo no son más que palabras sin tema, digresiones continuas. La visión posmoderna de la literatura impone un relato sostenido por sí mismo, que para existir y funcionar no necesita de una realidad como referente.
También por eso conviene dominar en la medida de lo posible estos recursos. No es fácil, pero imagina el placer de tener a alguien embelesado ante ti mientras tomas un café, solamente porque dominas de un modo espléndido la digresión y eres capaz de suspender historias, aclarar matices o emitir opiniones con la misma facilidad con que remueves el azúcar.
Por cierto, imagina como tenían que ser las tardes de domingo sin café, sin tabaco y sin la costumbre de la tertulia. Por cierto, el café y el tabaco no se conocían en Europa antes de que los comerciantes los trajeran desde América, y por aquellos entonces no había cine, ni televisión, y no había alumbrado público. ¿Cómo demonios hacían para no aburrirse, pues supongo que cogían a su pareja y se metían en…
–
El Club de escritura es una plataforma gratuita para la didáctica y la práctica de la escritura gestionada por la Fundación Escritura(s). Los materiales de la biblioteca de recursos han sido cedidos por Talleres de escritura creativa Fuentetaja, la mayor plataforma de talleres literarios en español.