Cuando era chico, quizá tendría unos catorce, aprendí a manejar antes de afeitarme. No por necesidad, ni por urgencia, sino por una ambición casi litúrgica: ganarme el privilegio de manejar el auto del Gato Mayor, mi papá. El auto en cuestión era una leyenda: un Volkswagen Escarabajo del año 77, color blanco humo, con aros...
Seguir leyendo
24
0