Debían ser alrededor de las ocho de la mañana cuando mis párpados entreabiertos se enfrentaban ya a los primeros rayos de sol, que, rutilantes, traspasaban la fina tela de la blanca cortina de mi habitación, exigiéndome despertar. Mi ropa, la cual ni siquiera me había dignado a quitarme antes de caer en manos del sueño,...
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