Mi caído, te amparas en las sombras del cargo, en la disciplina académica, en la mentira ordenada de los pasillos. Pero tus ojos, cuando rozan mi piel, desnudan la verdad que niegas con palabras: tu deseo es una fiera que araña las paredes de tu pecho. No conseguirás engañarme, ni a todos, aunque te disfraces...
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