Teodoro tiene 67 años. Cada día, sin faltar uno solo, se levanta a las cuatro de la mañana. El despertador no le hace falta; su cuerpo ya está entrenado. Abre los ojos cuando aún es de noche y, en silencio, empieza el ritual: se pone los zapatos gastados, dobla con cuidado la frazada, le deja...
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