La noche había caído sobre la Boca con ese tono herrumbroso que sólo el Riachuelo podía inventar. Las luces amarillentas de los faroles temblaban como si les agarrara un soplo, y desde el boliche El Puentecito salía un bandoneón que lloraba más que una viuda recién enterada. Adentro, el piso de madera vibraba con un...
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