—¡Oye, Areng! No te lances —bromeaba Tan—. ¡Es propiedad del pequeñín, ya lo has oído! Los hombres reían menos Bimo, acostumbrado a las bromas pesadas y más concentrado en su comida. —¿Me reñirá por invitarla a un traguito? —insinuó el joven. De nuevo se echaron a reír y Tan puso los ojos en blanco. —Ustedes...
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