Mi amiga Guillermina es una gran conversadora y cada vez que nos encontramos y me cuenta cosas de su vida cotidiana yo sólo puedo verlas como historias estupendas. Lo que hace que sus historias me parezcan tan atractivas son las personas que salen en ellas. Una mañana estábamos en una cafetería y Guillermina me preguntó si me había hablado alguna vez de un novio muy tacaño que tuvo. Os juro que las personas que estaban a nuestro lado en la barra estiraron el cuello y el tiempo que duró el relato tuvimos sus orejas casi dentro de nuestras tazas de café. Claro que con un comienzo así quien no pone la oreja. Estoy por aseguraros que, incluidos los camareros, unas siete personas se aguantaban la risa con las peripecias del novio tacaño que tuvo mi amiga. Cuando me despido de ella, siempre acabo diciéndole lo mismo, que la gente de la que me habla no son personas, sino personajes.
Quizá Guillermina tenga una facilidad extraordinaria para trasformar lo cotidiano en singular, o a seres anodinos en verdaderos protagonistas. Pero lo cierto es que consigue, con pocas pinceladas, evocar vidas completas. Si trasladásemos a la narrativa las personas de las que habla Guillermina en sus historias, tendríamos muy buenos personajes de cuento. Después de todo, es en los personajes donde las historias encuentran su fuerza.
Bien, pues entrando en materia y antes de meternos de lleno en el tema del personaje, vamos a marcar la diferencia entre cuento y novela. Por regla general, una novela es algo así como el relato dinámico y pormenorizado de una vida. Mientras que un cuento, en cambio, es el relato más o menos esquemático de un hecho, de un suceso, de una acción. Y marcamos esta diferencia para que tengáis presente, desde el principio, que en un cuento no hay espacio para que un personaje pueda manifestarse por completo. Podríamos decir que lo que encontramos en un relato breve es siempre la sinécdoque de un personaje. Es decir: encontramos esa característica, ese rasgo personal, ese incidente, que bastan para mostrarnos el personaje en su totalidad. Hay una frase de Borges que expresa muy bien esta idea: “Por largo y complicado que pueda ser un destino humano, en realidad consta de un único momento: ese momento en que un hombre sabe para siempre quién es.” Por eso decimos que una novela suele ser el relato de un destino humano completo. Mientras que un cuento, por su parte, es el relato de ese momento significativo que pone en evidencia al personaje y nos muestra quién es. Otra cosa que ya hemos estudiado, y en lo que insistimos una vez más, es en que un relato es la narración de un cambio.
LA IDENTIDAD DEL PERSONAJE
En términos muy generales, podríamos decir que la identidad de un personaje está formada por todo lo que ese mismo personaje es y/ o tiene, o está convencido de ser y/o tener hasta el momento.
Un personaje, pues, tiene:
-Un nombre
-Un pasado
-Una situación actual
-Una familia
-Un círculo de relaciones
-Una profesión
-Unas expectativas en torno al futuro
-Un aspecto físico
-Un carácter
Entre todos estos elementos, hay algunos especialmente significativos -y de gran solera literaria- para dar consistencia a un personaje dentro de la narración. El primero de ellos es el nombre.
EL NOMBRE
El nombre es un elemento fundamental a la hora de caracterizar a un personaje y, por lo tanto, trataremos de buscar nombres adecuados a los protagonistas de nuestras historias. ¿Podéis imaginar que el héroe de un argumento trágico se llamara Secundino? Evidentemente no. En la tradición literaria es muy corriente que el nombre del personaje actúe ya como una primera caracterización. Este, de hecho, es un recurso muy empleado por Galdós. “Doña Perfecta, Tormento, Tristana…” son ejemplos en donde el nombre ya nos pone sobre la pista de quién es el personaje. Y os referiros alguno más de los muchos ejemplos que hay:
-Calisto (etimológicamente: el más hermoso); y Melibea (la dulce).
-Sancho Panza (Sancho/Sanctus/Santo; unido a la panza: la necesidad más inmediata prosaica y terrena).
-Manuel Bueno, el cura de Unamuno. (Manuel: “Dios con nosotros” -lo que rima con su profesión de cura-, unido a la bondad).
“¿Qué hay en un nombre?” se pregunta Julieta… Y de hecho toda la tragedia de Romeo y Julieta se desencadena por eso: por el valor de los nombres, que los hacen enemigos para la sociedad; mientras que la pasión los une en lo real.
ASPECTO Y CARÁCTER
Además del nombre, entre estos elementos esenciales para dar consistencia a un personaje dentro de un texto, hay todavía dos más que pueden usarse de un modo eficaz en un relato: el aspecto físico y el carácter. En la retórica tradicional la descripción física exterior se llama prosopografía. Mientras que la descripción de las costumbres y rasgos morales de una persona (carácter, valores éticos, gustos, etc) se llama etopeya. Ambas descripciones juntas, prosopografía y etopeya nos dan el retrato. Y, por ir un poco más allá, si el retrato tiene los rasgos exagerados con ironía y burla. Estaremos ante una caricatura. En una novela, lo mismo la prosopografía que la etopeya se pueden utilizar sin miedo… Pero dentro de un relato, ya lo hemos comentado otras veces, las descripciones estáticas de rasgos físicos o morales detienen el avance de la historia. En un cuento corto también puede emplearse la prosopografía y la etopeya -el aspecto físico, costumbres y rasgos morales-; pero eso sí, reduciéndolo siempre a unos pocos rasgos, dos o tres, que sean muy expresivos.
LOS EMBLEMAS
Emblema es un recurso que consiste en dotar al personaje de una “cosa” que lo acompaña siempre. De este modo, la cosa elegida como emblema del personaje se asimila plenamente a él; y es capaz de evocarlo, incluso en su ausencia. Para ver esto más claro, vamos a trabajar con un personaje que posiblemente conozcamos todos y que está lleno de emblemas: el teniente Colombo, de la policía de Los Ángeles. Son emblemas de Colombo:
-El puro que fuma de continuo.
-La gabardina que nunca se quita.
-Su automóvil cochambroso.
-El perro que a veces lleva, y que se llama “perro”.
En la serie televisiva se recurre a los emblemas con insistencia y hay episodios en donde vemos cómo el sospechoso llega a su casa, observa que hay un puro humeando en el cenicero de la entrada -o el auto cochambroso con el perro dentro, aparcado en la puerta- y ya sabe que Colombo está allí.
IDENTIDAD/INDIVIDUALIDAD
Hemos visto, pues, tres elementos básicos para definir la identidad del personaje:
-El nombre
-Su aspecto y su carácter
-Los emblemas, que sirven para sintetizar y hacer tangibles el aspecto y el carácter
Y todo ello, dentro de la ficción en general, se emplea con una finalidad clara; una finalidad que es preciso tener muy presente: individualizar lo más posible al personaje. Es decir: dentro de un relato corto -como dentro de cualquier ficción- suele ser necesario que los personajes estén nítidamente individualizados. Que no sean entes vagos, sino “personas” inconfundibles.
Vamos a seguir con Colombo porque es un ejemplo que nuestra un conjunto muy bien elegido de rasgos que lo individualizan y lo hacen inconfundible. Hemos visto ya sus emblemas. Vamos a ver, pues, el resto de los elementos.
Nombre: Colombo
Colombo nunca dice su nombre de pila. Y si alguien se lo pregunta, él contesta: “teniente”. Es decir: no quiere darse a conocer en sí mismo, sino sólo en su función de agente de la Ley. Por otro lado, “Colombo” es un nombre chocante en el entorno americano; y connota su pertenencia a una minoría “de segunda clase”: la de los emigrantes italianos. También en esta línea, el nombre lo relaciona con Colón. “Columbo” es la forma italiana de “Columbus”; el apellido -no se sabe si falso o verdadero- que adoptó Colón. Igual que Colón, Colombo es un descubridor, que se oculta a sí mismo.
Prosopografía: Desastrado, desaliñado, feo, tuerto, pequeño, torpe…
Etopeya: Básicamente, Colombo es un hombre que se oculta bajo una máscara. Y esta máscara le sirve como instrumento para cumplir con su papel. Dentro de ese personaje que Colombo pone en escena, algunos rasgos son suyos. Él es, por ejemplo: Humilde, despistado, simpático, infantil, muy familiar (habla constantemente de su mujer), insistente, tenaz y persecutorio. Otros rasgos son una pura simulación, y así vemos cómo se hace pasar por: ingenuo, inofensivo, tonto. Y otros rasgos, finalmente, los mantiene siempre ocultos: su astucia, su temible inteligencia. Un elemento muy notable en la construcción de este personaje es cómo Colombo nunca juzga moralmente a sus sospechosos…Y a su vez, persigue sus crímenes de una manera implacable. No perdamos de vista que si Colombo se hiciera pasar por algo distinto de lo que es, su comportamiento hacia los sospechosos no sería leal, y el personaje nos resultaría antipático.
El acierto en la construcción del personaje, pues, consiste en que en parte se muestra y en parte se oculta… Y, sobre todo, en que se sirve de partes suyas verdaderamente deficitarias (las muestra y hasta las exagera en vez de disimularlas), y las convierte de este modo en un instrumento sumamente eficaz: su aspecto ridículo, su desaliño, su torpeza, su modestia excesiva, su capacidad de encariñarse de buenas a primeras con todo el mundo, como un crío.
IDENTIDAD Y REPETICIÓN
Todos los recursos que hemos visto hasta ahora para la definición de un personaje -nombre, aspecto y carácter, emblemas e individualidad- sobra añadir que han de cobrar una presencia nítida y constante en la escritura, pues de otro modo no servirían de nada. Es decir: el nombre, esos dos o tres rasgos que definen lo que un personaje es, el objeto o los objetos que lo acompañan siempre, han de estar constantemente presentes en el relato… O lo que es lo mismo: el personaje cobra entidad y espesor dentro de la ficción por medio de dos recursos convergentes:
-la acumulación
-Y las repeticiones
No basta, pues -no basta en absoluto- con decir al principio de un cuento que un personaje es un tacaño. Si vamos a escribir un cuento sobre un personaje avaro, habremos de verle -una frase tras otra- vestido con su ropa recosida, alumbrado por bombillas de 40 vatios, yendo al mercado a última hora -para comprar los restos de ese día-, recortando cartones en su casa para fabricarse un “bonobús” falso. Es decir: la avaricia del personaje, lo que le da su identidad, ha de estar construida en la escritura por medio de una larga e insistente acumulación de detalles y de acciones.
Y en la misma línea, algunos de estos detalles han de repetirse numerosas veces en el relato, a fin de que el lector nunca pierda de vista lo definitorio del personaje.