Extracto de la lección Ejercicios de estilo, cedido por Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja a la Fundación Escritura(s) para ser consultado en el Club de escritura.
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Como sabéis, no hay una forma de contar una historia, sino miles. Hay muchas decisiones formales que se pueden tomar al escribir o reescribir una historia que la cambiarán por completo. Una de estas decisiones es el registro que utilizaremos para caracterizar las voces de nuestros personajes y del narrador de la historia; el estilo y el tipo de lenguaje que se ajustarán mejor al tono y enfoque que queramos darles. (…)
El registro es el uso de un determinado nivel de la Lengua, más o menos formalizado, según clase social, adecuación al contexto general de la idea…, que utiliza un locutor —ya sea el narrador o los mismos personajes—. Y es importante para el escritor dominar diversos registros, pues le pueden ser necesarios en cualquier momento.
El siempre sorprendente escritor francés Raymond Queneau, fundador del grupo OULIPO, en su libro Ejercicios de estilo, redactó una anécdota banal, resumible en apenas diez líneas de texto, y la reescribió noventa y nueve veces de forma diferente, respetando el estricto contenido de la anécdota, pero transmitiendo muy distintas sensaciones en cada una de sus recreaciones. Con este libro, Queneau ofrecía al lector también la certeza de que podría haber escrito otras mil versiones más. De esta obra surge, con una originalidad y frescura asombrosas, esa evidencia de que os hablamos: sabiendo elegir los registros y tonos adecuados, dominando su elocución, podréis afrontar las historias y sus personajes con una libertad de recursos y una riqueza de posibilidades insólitas para quien acostumbra a escribir siempre en el tono y registro homogéneos de su propia voz y nivel de expresión, y hace hablar a sus personajes como habla él mismo.

El propio Raymond Queneau sometiéndose a ejercicios de estilo frente a un fotomatón
Os adjuntamos para este extracto 3 fragmentos del libro de Queneau. El primero —«Relato»—, cuenta de una forma más o menos aséptica y normal la anécdota sobre la que en el libro hace noventa y nueve variaciones. El título que acompaña a cada fragmento orienta sobre la fórmula elegida para recontar la anécdota. Os llamamos la atención sobre el último estilo seleccionado, –«Torpe»–, en el que Queneau ironiza sobre el propio arte de escribir. El libro en su conjunto, no deja de ser una continua humorada sobre los límites y posibilidades indefinibles que el juego le ofrece a la literatura.
Relato
Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), observé a un personaje con el cuello bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo interpeló, de golpe y porrazo, a su vecino, pretendiendo que le pisoteaba adrede cada vez que subían o bajaban viajeros. Pero abandonó rápidamente la discusión para lanzarse sobre un sitio que había quedado libre.
Dos horas más tarde, volví a verlo delante de la estación de Saint-Lazare, conversando con un amigo que le aconsejaba disminuir el escote del abrigo haciéndose subir el botón superior por algún sastre competente.
Metafóricamente
En el centro del día, tirado en el montón de sardinas viajeras de un coleóptero de abdomen blancuzco, un pollo de largo cuello desplumado arengó de pronto a una, tranquila, de entre ellas, y su lenguaje se desplegó por los aires, húmeda de protesta. Después, atraído por un vacío, el pajarito se precipitó sobre él.
En un triste desierto urbano, volví a verlo el mismo día, mientras se dejaba poner las peras a cuarto a causa de un botón cualquiera.
(…)
Torpe
No tengo costumbre de escribir. No sé. Me gustaría escribir una tragedia o un soneto o una oda, pero están las reglas. Eso me corta. No son cosas para aficionados. Todo esto ya está muy mal escrito. En fin. En todo caso, hoy he visto algo que me gustaría mucho asentar por escrito. Asentar por escrito no me parece muy acertado.
Debe de ser una de esas frases hechas que repelen a los lectores que leen para los editores que buscan la originalidad que les parece necesaria en los manuscritos que los editores publican cuando éstos han sido leídos por los lectores a quienes repelen las frases hechas del tipo «asentar por escrito» que es, sin embargo, lo que me gustaría hacer con una cosa que he visto hoy, aunque yo sólo soy un aficionado a quien cortan las reglas de la tragedia, del soneto o de la oda, porque no tengo costumbre de escribir. ¡Joder, no sé cómo me las he arreglado pero ya estoy otra vez al principio! No me voy a aclarar nunca. Da igual. Cojamos el toro por los cuernos. Un tópico más. Y además, el chico aquel de toro no tenía nada. Mira, eso no está mal. Si escribiese: cojamos al mequetrefe por el cordón de su sombrero de fieltro a un largo cuello pegado, a un cuello superlativo, tal vez eso seguramente sería original. Quizás cosas así me permitirían conocer a los señores de la Real Academia, del Gijón y de la editorial Cátedra. Al fin y al cabo, por qué no iba a hacer adelantos. La práctica de escritura hace maestro en literatura. Qué bien me ha salido eso. Aunque no hay que perder los estribos. El tipo de la plataforma sí que los perdió cuando se puso a insultar a su vecino con el pretexto de que este último le pisoteaba cada vez que se encogía para dejar subir o bajar a los viajeros. Lo mismo que cuando, después de haber protestado de aquella manera, se fue deprisa a sentarse en cuanto vio un sitio libre dentro, como si se oliese los palos. Mira, ya he contado la mitad de mi historia. No sé cómo lo he hecho. Hasta es agradable esto de escribir. Aunque queda lo más difícil. Lo más duro. La transición, Y aún peor porque no hay transición. Mejor lo dejo.
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