Cualquier tema vale a la hora de construir un cuento. Sin embargo, hay algunas orientaciones y prevenciones que se pueden dar, no tanto con respecto al tema a elegir, sino al tratamiento del mismo.
EL CUENTO, GÉNERO POCO ENCASILLABLE
Ante todo, hay que aclarar que el cuento es un género poco encasillable, por lo que de entrada no debéis agobiaros con limitaciones, con leyes que predeterminen la historia que queréis contar. Debéis buscar el formato en el que mejor encaje vuestra idea inicial, y no dejaros influir por definiciones o espacios determinados.
Sin embargo, sí hay algunas características del cuento que pueden ser útiles a la hora de encontrar ese formato idóneo en el que encaje nuestra idea inicial. Veamos algunas de ellas.
AJUSTE DEL TEMA A LA FORMA
Sea cual sea el tema que escojamos para nuestro cuento, todo en éste (los recursos expresivos, el tono, los detalles…) debe estar a su servicio. No basta que el tema conmueva a quien lo escribe, sino que el autor ha de utilizar todas sus armas para que conmueva al lector.
Sin embargo, el tema no tiene por qué ser un conocimiento de todo lo que ocurrirá en el cuento, sino que más bien es un punto de partida, una idea, una chispa alrededor de la cual se irá tejiendo el relato en círculos concéntricos, dejándola estar siempre en el centro de gravitación.
BREVEDAD
Una de las características más representativas del cuento contemporáneo es la brevedad. Conviene tener esto en cuenta a la hora de sentarse a escribir, pues la economía de medios es fundamental. Las largas digresiones o descripciones están reservadas a la novela. Todo lo superfluo que eliminemos en un relato irá en favor de su efectividad.
UNIDAD Y ESFERICIDAD
En la misma línea, en el cuento hay que trabajar la unidad. El tema, la idea, es, como hemos dicho, una chispa; al crear el relato alrededor de ella, conseguiremos que el efecto final sea unitario. Al contrario que en la novela, donde se trabaja acumulativamente, estirando de varios hilos, con temas y ramas secundarias, el cuento requiere una unidad que nos haga percibirlo como un todo, como una descarga eléctrica. Cualquier elemento que distraiga la atención del lector hacia temas circundantes hay que suprimirlo. Es preciso procurar no caer en la tentación de irse por las ramas; ése es un privilegio que uno solo puede permitirse en la novela.
EL RITMO
Algo que no hemos de olvidar si queremos que el discurso se ajuste como un guante a nuestro tema es dotar de ritmo al relato. Las palabras, por muchas horas y búsquedas que nos haya costado sacarlas fuera, deben fluir, a los ojos del lector, como si hubieran estado ahí desde siempre, con esa facilidad de lo inevitable. Ritmo no significa rima, ni cacofonías (esto se debe evitar al escribir en prosa), sino una cierta disposición de las frases, una sonoridad de las palabras, que eviten la monotonía, que engarcen los párrafos convenientemente para mantener los ojos del lector fijos en el texto. Un buen método para conseguirlo es leer en voz alta el relato después de escribirlo, e incluso a medida que se van redactando los párrafos.
INTENSIDAD
Otra noción interesante al tratar el tema es la de intensidad. No hay que confundir intensidad con efusión o con énfasis (cuidado). Sencillamente, para conseguir que el relato sea intenso, ha de importar nos de verdad, el escritor ha de meterse hasta el fondo, sumergirse a cien metros de profundidad. Es una cualidad que no ha de percibirse a simple vista, no ha de traducirse en un estilo afectado o enfático (que lo único que conseguiría sería empalagar al lector, inducirle a desconfiar de lo que le estamos contando), sino que es algo intrínseco al proceso de creación. Si el escritor vive con intensidad la historia que está contando, hay muchas probabilidades de que contagie al lector esa sensación.
OBJETIVACIÓN DEL TEMA
Hay pocas cosas en que todos los escritores estén de acuerdo. Una de ellas es que escribir es para ellos, para vosotros, una necesidad. Para escribir hay que obsesionarse, y de esa obsesión nace la escritura (no se sabe qué es anterior, el huevo o la gallina). Todo escritor saca sus fantasmas de su interior, se deshace —o lo intenta— de ellos a lo largo de las páginas, en cuentos o en novelas, en poemas y artículos. Pero hay que tener cuidado, en literatura, de que a lo largo de ese proceso de liberación o exorcismo se objetive la obsesión. Ha de existir una distancia entre los temas que invaden nuestra mente en forma de pensamientos e ideas gelatinosas y su plasmación en un relato, en la que han de tomar forma de monstruos o sirenas, de hombres y mujeres que van o vienen, y que no son nosotros mismos. Es error muy común en los principiantes lanzarse a ese exorcismo desenfrenadamente, escribiendo sobre el papel directamente aquello que les preocupa: la injusticia social, que su mujer o su marido no les comprende, etc. Eso no es literatura, por muchas metáforas y metonimias que se utilicen. Los fantasmas han de atravesar la pared de nuestra mente y sentarse en el sofá del salón, y sólo entonces podrán convertirse en literatura.
TEMAS SIGNIFICATIVOS
Recapitulemos a la vez que volvemos al punto de partida. Hemos hablado, en los puntos anteriores, del tratamiento del tema. Hablemos ahora del tema en sí. Ya lo hemos dicho al principio: cualquier tema sirve, en principio, para escribir un relato. Todos llevamos dentro miles de temas en potencia. ¿Cómo decidirnos, pues, ante tal o cual tema? Eso es algo que varía en cada persona y en cada situación. El desarrollo y la creación de un relato puede surgir de una reflexión o de una escena que vemos por la calle, de una anécdota que nos cuenta un amigo, de un documental televisivo o de una propuesta de trabajo en un taller literario. En cualquier circunstancia nos puede surgir la idea. Sólo hay que estar prevenido. El oficio de escritor tiene que ver en gran medida con esa previsión, con ese entrenamiento de la mirada, que le hace extraer una historia de algo que ante los demás ojos pasa desapercibido. Ese entrenamiento, como cualquier otro, se adquiere con la práctica, y sólo cada uno puede saber, íntimamente, cuál es su tema, separar la paja, elegir y seleccionar hasta decidirse por el que le permita escribir más cómodamente, con más eficacia narrativa.
Otro consejo a la hora de elegir un tema, es que no os dejéis llevar por conceptos como «sustancial», «importante», «original». Ya lo hemos visto: la originalidad radica en el tratamiento, no en el tema en sí. En el momento de decidiros por un tema, no debéis pensar en un lector hipotético; eso vendrá en el proceso de creación. Debéis dejaros llevar por lo que el tema (y vuestra capacidad de desarrollarlo) os sugiera a vosotros.
Un relato hay que escribirlo, al contrario que la novela, desde dentro hacia fuera. Como hemos dicho antes, un relato es un chispazo que se extiende hasta ocupar x páginas (las que dé de sí ese chispazo), y no un cúmulo de acontecimientos que se intentan comprimir en unas cuantas cuartillas. Las ideas de fondo de un cuento no pueden ser la cotidianeidad, la amistad, las relaciones laborales, el paso del tiempo y la llegada de la madurez. El tema ha de ser una hoja seca que cae, un autocar que se va, un territorio comanche o la primera cana. Lo demás vendrá de circular alrededor de esa idea.