1º ESO-Abramos una puerta

1º ESO-Abramos una puerta

Mafalda

19/02/2018


Este historia ocurrió ayer, quizás mañana, o tal vez nunca haya sucedido del todo, pero seguro que una parte sí que pasó.

Trata sobre un pequeño niño. Posiblemente el niño más sociable de todo el mundo, pero eso es difícil de saber.

Este niño vivía en un pequeño pueblo con su pequeña familia y todo lo que le rodeaba era pequeño. Su casa era enana, estaba en una pequeña colina, con otras casas minúsculas pegadas y estaba muy cerca de un pequeño arroyo que se secaba en verano.

Y como muchas veces en los sitios pequeños, las ideas eran pequeñas y la gente muy cerrada. Cada cual iba a lo suyo y nadie se preocupaba por el prójimo. Las innovaciones eran mal recibidas y todo lo extraño era desechado sin pensar. Otros pueblos cambiaban y crecían, pero aquí todos los días eran el mismo día.

Sin embargo, este niño era diferente a sus vecinos. Hablaba con todo el mundo, le costaba mucho ignorar los problemas ajenos y siempre trataba de ayudar a los demás, aunque no siempre era comprendido. Por eso todos le llamaban «el raro».

Un día aparecieron por el pueblo unas familias vestidas de un modo distinto y que hablaban con un acento diferente. Como todo lo nuevo, la gente del pueblo les dio la espalda o simplemente los ignoró. Pero el niño de inmediato se sintió intrigado por los extraños. Vio que en las familias había niños como él y sin dudarlo empezó a hablar con ellos.

Así se enteró que venían de otro pueblo no muy distinto del suyo, con ideas cerradas y mentes pequeñas. Un pueblo en el que los pequeños problemas se volvieron grandes y las diferencias dieron paso al odio entre las familias. Un lugar en el que de los insultos se pasó a las agresiones y de los palos a las balas. Y al final, muchos tuvieron que huir con lo puesto para salvar sus vidas y desde entonces sólo buscaban un sitio donde rehacer sus vidas, pero les estaba resultando imposible encontrar un lugar que les recibiera con las puertas abiertas.

El niño se sintió muy triste y es que, a pesar de las diferencias de idioma o cultura, aquellas gentes no eran muy distintas de las de su pueblo. Así que decidió hacer algo al respecto y fue a hablar con el alcalde.

El alcalde al principio no le prestó mucha atención. Al fin y al cabo ¿quien escucha a un raro? Pero el niño no se dio por vencido y un día tras otro iba a hablar con el alcalde.

Poco a poco, el alcalde también empezó a ver a aquella gente con otros ojos y al cabo de un tiempo decidió apiadarse de ellos. Recordó que a las afueras del pueblo existían unas tierras abandonadas que ya nadie cultivaba, así que se las ofreció.

Aquellas gentes agradecidas aceptaron la oferta y con mucho sudor y esfuerzo aquellas tierras empezaron a dar frutos.

Y aunque las gentes del pueblo al principio recelaron de los extranjeros, poco a poco fueron abriendo sus corazones y estos florecieron al igual que lo hicieron los campos. Y del recelo se pasó a la confianza y las nuevas ideas fueron borrando las viejas.

Y así, el pequeño pueblo gracias a estas nuevas ideas empezó a crecer y crecer: la agricultura y comercio prosperaron, las pequeñas calles dieron paso a grandes avenidas, las casas bajas crecieron hasta casi rozar el cielo, y de este modo el pueblo se acabó convirtiendo en una ciudad rica y culta.

Y es que en ocasiones, si abrimos las puertas de nuestro corazón, podemos acabar recibiendo mucho más de lo que dimos.

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