Era una noche fría y de tormenta. Fuera estaba todo embarrado. En la calle no se veía casi nada excepto la sombra de la gente que, de vez en cuando, pasaba por debajo de la tenue luz de las farolas. Yo estaba tumbado en el sofá de mi casa mirando por la ventana. Todo permanecía en silencio sin contar el ruido de los truenos que sacudían la ciudad. Oí un ruido procedente de la casa de al lado. No parecía ser un trueno, así que decidí ir a ver si le ocurría algo a mi vecino. Me puse el abrigo y salí a la calle.
Roberto se acababa de mudar hacía menos de un mes. Debía de tener poco mas de 30 años. Tenía el pelo negro, ojos marrones y un gran bigote. Era alto y fuerte. Dirigía una empresa tecnológica llamada BobTechnology S.A., especializada en robots. Al llegar había sido muy amable conmigo.
Abrí la verja del jardín de Roberto y crucé intentando no pisar los charcos de barro. Al llegar al porche de la casa un mal presentimiento y un escalofrío recorrió mi cuerpo. La luz estaba apagada y… ¡¡¡LA PUERTA, ABIERTA!!!
Rápidamente descarté la idea de que se hubiera quedado abierta accidentalmente y, después de llamar por precaución a la policía, entré en la casa. Le di al interruptor de la luz, pero no funcionaba. No se veía casi nada. Olía a humedad, como si no se hubiera ventilado la casa hace mucho.
– ¡Roberto! ¿Estás ahí? – grité asustado. Nadie respondió, aunque pude oír unos pasos en el piso de arriba. La sirena del coche de la policía se empezaba a escuchar al final de la calle. Arrepintiéndome de no haberme quedado en mi casa, salí a recibir a la policía. Ya con su reconfortante compañía, subimos.
Había un amplio pasillo con habitaciones a los lados. En la habitación más grande había una cama con sábanas azules y una estantería repleta de circuitos electrónicos. Al lado, un escritorio lleno de papeles y un gran ordenador. La policía registró todo y descubrió un pequeño rastro de barro y sangre que acababa en la ventana de la habitación, cómo no, abierta. Dedujeron que alguien había salido por la ventana y subido al tejado. Desde allí habría bajado y se había escapado.
En el tejado se podía seguir viendo el rastro de barro y sangre, pero acababa allí. No podían saber nada más. Decepcionado, seguí investigando por mi cuenta. Gracias a las linternas de los policías pude ver, pillado entre las tejas, lo que parecía un pequeño trozo de la hoja de un cuaderno, en el que estaba escrita una dirección: calle del Encinar nº14. La policía lo leyó, pero dijeron que no había suficientes pistas para abrir un expediente y que no continuarían con la investigación.
Al día siguiente amaneció soleado. Nada más despertarme, me vestí y desayuné. Era sábado, así que decidí salir a la calle e investigar más sobre la misteriosa desaparición de Roberto. Pensé que lo mejor sería ir a la calle del Encinar y buscar por ahí.
Primero fui al nº14. Era un edificio de varias plantas. Pregunté a los vecinos. Todos me abrieron la puerta, pero nadie sabía quién era Roberto ni qué había podido pasar con él. Ellos tampoco tenían pinta de ser culpables. Después de darles las gracias, salí de nuevo a la calle. Estuve mirando por los alrededores. No había nada sospechoso. A lo mejor el papel solo era una pista falsa para despistar a todo el mundo, pero a mí eso no me pararía.
En frente había un parque con un tobogán y columpios. Me senté en un banco que había al lado. Miré hacia el parque y me fijé en un punto debajo del tobogán. Allí la arena parecía moverse y no era por el viento. Parecía una señal para que me acercara. Me aproximé y empecé a oír un murmullo proveniente del suelo. Aparté un poco la arena con la mano y, asombrado, contemplé cómo ante mis ojos aparecía una trampilla camuflada. Decidí que esa noche entraría a investigar.
A las 21:30 estaba en el parque listo para llegar al fondo de este asunto. Planeé la forma de proceder. Iría con mucho cuidado. En caso de que hubiera algo prometedor, saldría a pedir ayuda a la policía.
Cuando estuve listo, me dirigí a la entrada de esa extraña guarida secreta que había descubierto. Me esperaba encontrar un sucio, oscuro y maloliente lugar, pero era lo contrario. Había una escalera que desembocaba en pasillo con una habitación a la izquierda y otra a la derecha, todo muy limpio. El pasillo estaba iluminado por tres grandes lámparas de cristal colgadas del techo. La puerta de la izquierda estaba cerrada, aunque dentro se escuchaban gemidos de gente pidiendo socorro. Tal vez Roberto estaba allí mismo. Le había encontrado, seguro. Solo me separaba una puerta de él.
Me eché atrás para coger carrerilla y tirar la puerta abajo, pero al saltar me golpeé la cabeza contra la lámpara, que se cayó y rompió, provocando un gran escándalo. La puerta de la derecha se abrió y, antes de que pudiera reaccionar, recibí un fuerte golpe en la nuca. Sentí cómo la sangre me resbalaba por el cuello, mientras iba perdiendo el conocimiento.
Me desperté en el suelo de una misteriosa habitación. Una persona alta a la que no pude reconocer entró y me miró la herida de la cabeza. Me dolía mucho.
– No hagas ni un solo ruido. En unos minutos vendrá tu verdugo. Ya has visto demasiado y no puedes seguir con vida, pero de todo esto se va a encargar la primera persona a la que te gustaría ver – dijo el hombre.
Y, ante mi atónita mirada, apareció mi vecino Roberto con una sonrisa diabólica.
– ¿Sorprendido? – dijo mientras me clavaba delicadamente su puñal.
Pronto mi cuerpo sería utilizado para uno de sus fantásticos humanoides.
“Son tan reales…”, decía siempre todo el mundo al verlos.
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