1º ESO A Puerta de acceso abierta

1º ESO A Puerta de acceso abierta

BlackCoffee

18/02/2018

Me desperté con un rayo de sol que me bañaba la cara, el calor que me producía era reconfortante. A esa suave luz que entraba por la ventana la seguía una dulce mañana soleada. Me incorporé al borde de la cama para contemplar su bella tapicería, y el suave edredón de plumas que cubría mi cuerpo. Nunca me había parado a pensar en mi forma de vivir, distinta a la de muchas otras personas. Al pensarlo esbocé una sonrisa, que enseguida desapareció al comprender lo que eso significaba. Me pregunté cuál era mi destino en el mundo y por qué merecía yo una vida mejor que la de la gente que me rodeaba.

En ocasiones me sentía impotente, en otras, indiferente. Pero nunca lo había mirado desde otra perspectiva. Me quedé reflexionando sobre ello unos segundos.

Al momento, algo interrumpió mi silencio. Era mi móvil sonando.Lo ignoré e intenté volver a mis pensamientos, pero fue inútil. Mis hábitos me llevaban a apagar la alarma, e hice caso de ese impulso.

Soñolienta, me acerqué a él, pero en ese corto trayecto me quedé helada.

Ésa no era la melodía de mi despertador, sino un aviso.

Mi compañía de teléfono me alertaba a través de un mensaje de texto que decía lo siguiente:

«Lo sentimos, pero este teléfono no se puede conectar a Internet en este momento. Este no es un problema local, sino mundial. Lamentamos las molestias».

Cerré los ojos e intenté despertar de esa cruda realidad. Me pellizqué el brazo presionando con fuerza, creyendo posible la opción de despertar de esa horrible pesadilla, pero todo lo que hice fue en vano.

Estaba sucediendo en la realidad. Estaba afectando a todo el mundo, era, sin lugar a dudas, el mayor problema por el que había pasado la humanidad.

Cuando mi madre pegó aquel grito, no sabía qué era mejor: si cargar con el cielo sobre mi espalda o arriesgarme a ver la confusión y el desastre en sus ojos. Subió las escaleras a toda prisa, y yo me preparé para aquel momento. Pero cuando entró rápidamente en la habitación, supuse que era más de lo que había imaginado:

Su cara de desconcierto, su voz temblando, los ojos enrojecidos y dos enormes cascadas que se deslizaban por sus mejillas hasta llegar al cuello. Me sentía desafortunada y al verla así, comprendía cómo debía sentirse.

Bajé las escaleras con miedo, temerosa a lo que me podía encontrar. El ordenador, la tableta, el móvil… todos los objetos que estaban conectados no respondían.

Deseé que la radio, por la que recibía todas las noticias, estuviera estropeada, pero no podía dejar de escuchar los terribles accidentes que se producían lejos, aunque cerca de mi alma y mi cabeza. Accidentes de coche, confusión y desconcierto en grandes zonas de Europa. Largas colas de gente delante de las puertas de las compañías de teléfono, huelgas de trabajo en la ciudad, atentados producidos por la desesperación y toda clase de hechos producidos por la decepción y el agobio que aquello producía.

Aparté de forma brusca la suave cortina de terciopelo para abrir la ventana, y vi lo que suponía aquel problema.

Gente encerrada en su casa sin atreverse a salir. Gente sentada en el suelo, sollozando. Los coches parados, claxon pitando, el sonido de la policía…

Pero detrás de todo eso había gente que necesitaba ayuda, gente amorosa y servicial. Había gente que sufría, pero también, gente que ayudaba y que estaba siempre atenta a las necesidades de los demás.

Comprendí que aquel era mi momento, que debía ayudar a todas las personas, mi ocasión de salir en los libros de historia que tanto me apasionaban.

Pero recordé una cosa que decía mi padre:

«No ayudes a la gente por necesidad, ayúdalas siempre que puedas».

Éso era algo que yo había olvidado, sumiéndome en el mundo del ocio.

Furiosa, empecé a verlo todo con mayor claridad. Estaba enfadada con el mundo, con las personas y conmigo misma. Quería olvidar todo, despertarme y comenzar de nuevo.

Lamentablemente, éso no era posible.

Me relajé poco a poco, inspirando y expirando, debido a que si estaba enfadada no podría ayudar.

Me pregunté qué podía hacer, por dónde podía empezar. Entonces me di cuenta de que habría que empezar por el principio de todo. Me senté en la silla del salón de forma brusca, pero con determinación. Nadie podría aplacar mi fe y mi esperanza, que se hacían mayores a medida que buscaba un solución.

Encendí el ordenador, pero sólo encontré el dinosaurio que aparecía cuando no había Internet. Era un dinosaurio cuadrado, absurdo, deforme y que no tenía sentido. Me puse muy furiosa, no comprendía cómo podía una imagen tan pequeña podía ser el origen de todos nuestros problemas. Estaba nerviosa, enfurecida y no sabía qué pensar. Intenté cerrar el portátil con fuerza, pero justo en ese momento, me pareció ver un destello en el ojo del dinosaurio.

Me detuve cuando estaba cerca de cerrarlo, y lo abrí para observarlo mejor.

Era un destello dorado que no me había imaginado, me quedé absorta pensando lo que podía ser, cómo podía descubrir lo que era… Lo observé de cerca con curiosidad. Me di cuenta de que ampliándolo podría verlo con mayor claridad. Sólo entonces descubrí lo que era.

Era un enlace:

solución a problemas de red

Cuando lo abrí, solté un grito de emoción. ¡Era una puerta de acceso abierta! No podía ser verdad, ¡había encontrado la solución!

Rápidamente, retransmití la solución a las compañías de teléfono. Estas las expandieron por la ciudad, más tarde por el país y, a continuación, llegó a oídos del mundo entero. Yo, y sólo yo, había sido la salvación de nuestro mundo. Yo había evitado desastres, personas muertas, y sobre todo, mucho pánico. Sólo la atención, la escucha y observar todo con claridad podría ser la solución a muchos problemas.

En ese momento, descubrí mi misión en el mundo. Mi destino era evitar que otras personas sufrieran. Quería ser como esa puerta abierta que nos había salvado.

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