-¡Devolvédmelo!
Risas.
-Venga, Sara, no vamos a hacer nada con él.
-¿Qué es, tu diario?
-¿Qué pasa si leemos todos tus oscuros secretos?
-¡Sandra, Lucía! ¡No tiene gracia!
No podía más de correr detrás de mis primas. Realmente odiaba esas reuniones familiares en casa de la abuela
-Sara, cielo ¿Por qué no te arreglas un poco?
-Esa camiseta no es apropiada para reuniones formales.
Como no, tía Carlota y tía María haciendo sus comentarios. Hice como si no hubiera escuchado.
De camino al comedor tío Oscar me paró.
-Sara, tráeme las botellas de vino que dejé en la bodega.
-Ahora no puedo.
Seguía buscando a mis odiosas primas.
-No me contestes y ve.
Con cara de resignación, bajé, no me quedaba otro remedio.
Había encontrado la caja, seis botellas que se beberían mis tíos sin pestañear. Iba a subir ya, cuando oí las tres risas que menos me gustaban en el mundo. Sandra y Lucía, esta vez habían bajado con Lucas, parecían borrachos, para mi, era su estado natural. No les dirigí la mirada.
-Sara, mira lo que tenemos…
-¿No quieres recuperar tu cuaderno? Quien llegue primero arriba se lo queda.
-Aún no lo hemos leído, pero si sigues ignorándonos…
Ni gesticulé. Lucía cogió la llave de la puerta, la cerró y apagaron la luz. No soportaba la oscuridad y ellos lo sabían.
-¡Abridme ya!
Se reían, ni me escuchaban. Di golpes hasta que volvieron a abrir. Me dirigí a las escaleras. Los ojos llenos de lagrimas.
Me tropecé con uno de mis tíos al subir. Me preguntó. No respondí nada.
-Que exagerada es esta niña, como se nota que ha salido a su padre.
El colmo. Seguí corriendo hasta el salón. Estaba sola junto a esa luz tenue de la chimenea. Sobre la mesita un álbum gigantesco de tapas doradas. Lo abrí , llena de rabia comencé a romper las fotos familiares. Una a una, las arrojaba a la chimenea.
-Les odio, ojalá no tuviera esta familia.
Una de las brasas saltó, llenando toda la habitación de humo. Tosía sin parar. Noté cómo se me cerraban los ojos. Me desmayaba.
Podrían haber pasado horas, aún me costaba respirar, pero ya veía. Todo era calma, ni un solo grito de mis insoportables primos pequeños.
Las llamas crepitaban. Seguía sola, tendida. Todo era raro, me sentía… distinta. Me levanté para ir a la cocina. Quería agua. Me crucé con mis tíos, ni una palabra.
De regreso por el pasillo me encontré con mi madre.
-¡Mamá!
No me miró, parecía que no me oía.
-Mamá…
Empecé a asustarme. Hice aspavientos. Nada.
Pasó Lucas en ese momento.
-Lucas, ¿por qué nadie…?
Antes de que pudiera acabar la frase, él había pasado de largo.
-Dios. ¿Estaré muerta?
Una voz algo aguda pero dulce me contestó.
-¿Menuda tontería, no?
Mi respiración se aceleró.
-¿Quién… quién eres tú?
Se acercó a mi volando ¿Cómo era posible? No tocaba el suelo.
-¡Eres un fantasma!
Se rió a carcajadas.
-Vaya, eres una chica muy lista, aunque prefiero el término espíritu. De todos modos, encantada, soy Tres.
Me dio la mano, pequeñita y fría. Era una niña, rubia con ojos verdes y mejillas rosadas. Llevaba un vestido blanco hasta los tobillos.
-No estás muerta, simplemente no existes.
Mi piel se congeló, no podía creerlo.
-¿Por qué te asombras? Eso es lo que tu querías.
-¿Y entonces, qué hago aquí?
-Pensé que te gustaría ver cómo le va a tu familia desde que no estás.
Intentando asimilar la noticia, fui tras ella.
El pasillo estaba cambiado, a lo largo tres puertas y al fondo una cuarta.
Abrió la primera, solo había dos camas en la habitación en que dormíamos todos los primos cuando íbamos a ver a la abuela.
-Ahora solo duermen Sandra y Lucas, casi nadie viene ya por aquí.
Avanzó unos metros hacia la siguiente puerta.
La abrió, estaba claro era la habitación de mis padres. No había fotos y en la cama solo había una almohada.
-¿Por qué la almohada de papá no está en su sitio?
-¿Qué esperabas? Tu pequeño capricho ha tenido consecuencias, no existes, por eso tus padres ni siquiera se conocen.
Nos esperaba la siguiente puerta, vieja y sucia.
-¿Qué hay dentro?
Abrió la puerta y entré detrás de ella. Todo estaba repleto de cientos de cajas apiladas.
-¿Qué significa esto?
-Venden la casa. Ya no viene nadie y solo produce gastos.
-¿Y dónde vivirá la abuela ahora?
No respondió. Tras unos segundos, dijo más agitada:
-Vámonos de esta sala sin importancia, hay algo que debes saber.
Nos paramos justo enfrente de la cuarta puerta. La reconocí en seguida, pintada de verde y con aquellos adornos blancos, era la de la abuela.
Antes de girar el pomo, Tres puso la mano sobre la mía.
-Sara, tienes que saber que lo que vas a encontrar no es lo que esperas.
Cierto. Sencillamente no había nada, era una habitación totalmente vacía.
-¿Dónde está mi abuela?
-Nadie venía por aquí, tu abuela vivía sola, aquel día no había nadie que pudiera llamar a urgencias…
Me paré por completo, por fuera parecía tranquila, por dentro mi corazón lidiaba una batalla para no pararse en seco.
Cuando pude reaccionar, de un empujón tiré a Tres al suelo, por lo menos ella si podía sentirlo, fui abriendo puerta tras puerta, intentando buscar respuestas. Inútil, todo era tan real….
En el salón me arrodillé sobre la alfombra, todavía quedaban cenizas de aquellas fotografías. Ahora no significaban nada.
Oí una voz. Mire hacia atrás.
-¡¿Quieres venir ya?! Vamos a comer.
La miré llena de tristeza, esa voz nunca volvería a estar dirigida a mi.
-Venga, no ha sido para tanto, te devolveremos tu cuaderno.
No era posible.
-¿Lucía?
-Pues claro que soy yo, idiota.
Euforicamente, salté a sus brazos.
-¡Lucía!
-De verdad, Sara, voy a empezar a pensar que ves fantasmas.
Simplemente sonreí. Ella no lo entendería.
Corrimos hacia el comedor atravesando el pasillo.
Allí estaban todos. Papá, Sandra, las tías, la abuela…
Nunca me había alegrado tanto de verles.
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