La puerta de su dormitorio estaba abierta. La luz del pasillo estaba apagada. El reloj-despertador de su mesilla marcaba las dos y cuarenta y dos de la madrugada. Álvaro seguía despierto, sin poder conciliar el sueño. Todavía oía de fondo un murmullo proveniente del salón, junto con unos ronquidos, por lo que supuso que su padre se había vuelto a quedar dormido viendo la televisión.
Estaba tumbado boca arriba en la cama, meditando. Temía que en cuanto se durmiera las pesadillas le hicieran revivir lo ocurrido aquella tarde. Pero era inevitable, el sueño acabó cerrando sus ojos.
A la mañana siguiente, Álvaro se despertó aturdido entre las sábanas húmedas por el sudor. Por mucho que se repitieran las pesadillas cada noche, no acababa de acostumbrarse a levantarse tan mal.
Miró el calendario. Era sábado, 24 de marzo. Ya habían pasado diez días desde lo ocurrido. Álvaro tardó unos segundos en darse cuenta de que era su cumpleaños. Sin muchas ganas, bajó de la cama y fue a darse una ducha de agua fría para despejarse. Mientras se duchaba, pensó que al menos ese día sería un poco mejor que los anteriores. Se vistió y bajó a desayunar. Su madre le esperaba con una gran sonrisa al pie de las escaleras, mientras él hacía un esfuerzo por intentar sonreír. Al entrar a la cocina descubrió, para gran sorpresa suya, que su padre ya se había levantado. Esto le animó, pues significaba que probablemente harían algo diferente. Y como leyendo sus pensamientos, su madre le anunció que habían pensado ir al parque de atracciones. No le pareció mala idea, así que asintió con la cabeza, como dando a entender que daba su aprobación.
Una hora más tarde se disponían a coger el coche. En lo que Álvaro no había pensado era que para salir del barrio tendrían que pasar por delante de la vieja casa abandonada, aquella que aparecía en sus pesadillas cada noche. Álvaro observaba con mirada sombría la puerta de entrada de la casa, en la que ahora se podía observar cinta de la policía en la que se leía: “policía, no pasar”. Para desgracia suya, Álvaro recordaba con todo lujo de detalles lo ocurrido.
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Miércoles 14 de marzo de 2018
Eran las cinco de la tarde, y Álvaro había quedado con Jaime, un buen amigo y vecino suyo, aprovechando que los miércoles no tenían clase por la tarde y esa semana no tenían demasiados exámenes. No tenían pensado ningún plan, pero ambos sabían que se les ocurriría algo sobre la marcha.
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Álvaro recordaba que al menos él, se sentía invulnerable, como si nada en el mundo le pudiera afectar, pues llevaba una racha de buena suerte durante las últimas semanas: partidos ganados, buenas notas y se acababa de echar novia, ¿qué más se podía pedir?. Por eso propuso lo que acabaron haciendo…
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Miércoles 14 de marzo de 2018
Decidieron quedar en el portal y, una vez abajo, Álvaro propuso ir a la vieja casa abandonada. Llevaba bastante tiempo reflexionando sobre la idea por diversos motivos: desde pequeño, sus padres le habían advertido de que nunca entrara en la casa, pero esto no hacía más que aumentar su curiosidad. Otra razón era que la puerta de entrada se encontraba siempre abierta, por lo que su tentación de entrar era cada vez más grande.
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Pero ni Jaime, ni él, ni nadie, tenían ni idea de lo que se encontrarían allí dentro, pensó Álvaro amargamente. Ahora él sabía que sus padres le advertían de que no entrara por razones que diferían de lo que Jaime y él vieron allí, pues era imposible que supieran nada de lo ocurrido.
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Miércoles 14 de marzo de 2018
Jaime y Álvaro se aproximaron a la verja de la casa, la abrieron, la atravesaron y caminaron lentamente por el camino de entrada. Álvaro observó durante un momento la puerta abierta y entró en la casa con la certeza de que nada malo podía pasarle, de que las historias que se contaban sobre aquella vieja casa serían meras habladurías.
La casa era más grande por dentro de lo que se apreciaba desde fuera, y aún conservaba cierto reflejo de lo que fue antiguamente: retratos y fotografías colgaban de las paredes agrietadas, los muebles hacían notar lo antigua que era la casa en realidad, pues debían de dotar de finales del siglo XIX, y un viejo piano se encontraba en el salón.
Exploraron durante un rato, cada uno por su cuenta, imaginándose cómo debió de ser la casa en tiempos mejores, hasta que un grito desgarrador de Jaime les devolvió a la realidad. Álvaro se acercó lo más rápido que pudo y lo que vio al llegar al lugar donde Jaime se encontraba le cortó la respiración unos instantes: a sus pies, en el suelo, yacía un chaval de su instituto, pálido y con la mirada perdida. A ambos les costó un momento recomponerse del susto, pero éste dejó paso al pánico casi al instante. El chaval estaba muerto, no cabía duda.
Álvaro llamó rápidamente a la policía, que en cinco minutos se presentó allí junto con una ambulancia.
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Álvaro puso freno a esos recuerdos para intentar sosegarse, pues todavía se estremecía al recordarlo.
Unos días después de lo ocurrido, Álvaro recordó que cada vez que veía al chaval en el insti, éste iba con la cabeza gacha y alguna vez lo había visto intentando esconderse de algún matón que lo acosaba
La policía explicó a Jaime y a Álvaro que el día anterior los padres del chaval habían denunciado su desaparición, y habían abierto una investigación. El forense dictaminó que la causa de la muerte fue provocada por la ingesta de pastillas, y que lo más seguro era que el chico se hubiera suicidado.
Ahora Álvaro se arrepentía de no haber acudido en ayuda del chico cuando le vio siendo acosado, pues llegó a la conclusión de que su suicidio fue por culpa del acoso escolar.
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